¿Amigos o enemigos?

38 9 0
                                    

                     ≪❈  Jacob D’Angelo  ❈≫

  La tensión incrementa, palpable, en el aire denso que nos envuelve. Su pecho se aprieta contra el mío, y nuestra respiración se acelera, como si estuviéramos tratando de contener una tormenta de emociones. No puedo dejar de mirar su tentadora boca. Mis manos se aferran a su cintura, sintiéndola cálida bajo mis palmas.

   La intensidad entre nosotros llega a su punto máximo. Sus labios me llaman y yo débil, presiono los míos contra los suyos, y como una explosión de emociones, todo comienza a cambiar. Su cuerpo se ajusta al mío y se funden plenamente. Dejando mi lengua explorar su tentadora boca, nuestras pasiones se desatan, como si nunca hubiéramos sido capaces de detenernos.

   Mis manos exploran con avidez cada recoveco de su figura esbelta. Se deslizan sin control, una termina aferrada a su nuca, mientras la otra se adentra con atrevimiento en la calidez de sus pantalones cortos y ahueca uno de sus tentadores glúteos. Acercándola a mi cuerpo ansioso por ella, pegándola a mi ya prominente erección.

   Un gemido se escapa de sus labios entreabiertos, aumentando la intensidad del deseo que nos consume. Con un gesto decidido, la empujo contra la barra de desayuno, sin ninguna delicadeza. Siento la suavidad de la piel de sus muslos mientras la levanto con fuerza, colocándome entre sus piernas. Mi cuerpo arde al sentir el roce de mi miembro contra su centro, y un gemido gutural escapa de mi garganta, mezclándose con los susurros sensuales que llenan la habitación.

   Su boca se separa de la mía. Sus labios recorren mi cuello con una pasión febril, mientras sus manos exploran con deseo mi piel. El placer se vuelve adictivo, un calor abrumador que nos consume. Sus ojos revelan sus intenciones mientras su mano se aventura en mis pantalones, avivando mi deseo hasta límites insospechados. Esta mujer me vuelve loco.

   Su mano se cuela en mis boxers y…

Siento un peso que cae sobre mi abdomen, dejándome sin aire por varios segundos.

   —¡Despierta papi! —grita Maya y por increíble que sea, me siento como un adolescente pillado a media paja.

   —Estoy despierto cacahuate. Espérame en la sala que voy a darme un baño ¿Vale? —digo moviéndome y atrapando una almohada para cubrir mi erección y que mi hija de cuatro años no la vea.

  —Si, pero no te demores o llegaremos tarde.
 
   Aparto las sabanas y la almohada de mi cuerpo sudado y me siento en la cama con los pies descalzos sobre la suave alfombra. Me paso la mano por el rostro, intentando despejarme, pero sin olvidar el sueño que acabo de tener.

  La frustración se adueña de mí. Semanas, hace semanas, que esa mujer llegó a mi vida, adueñándose de mis pensamientos y mis sueños.
  
  Es absurdo, la mujer no está bien de su cabeza. Cada vez que la veo o está borracha, con un trago de alcohol en la mano, está intentando seducirme o burlándose de mí. No es alguien a quien presentaría a mi hija, y, sin embargo, no dejo de imaginarme escenas con ellas dos, llevándose bien, siendo cómplices.

   Definitivamente, estoy mal de la cabeza, demasiado tiempo cerca de Ayla me está empezando a afectar, es eso, nada más.

   Sacudiendo la cabeza me levanto, dirigiéndose a la ducha.

  Diez minutos después y con la mente más despejada, me visto y salgo en busca de mi hija.

   Encuentro a Maya sentada en la barra de desayuno, sosteniendo un bol con galletas y leche, mientras observa como mi madre termina de fregar los trastes.

   —Buenos días —digo besando la frente de mi hija, para luego acercarme a mi madre y hacer lo mismo.

—Buenos días, cariño —contesta mamá —Siéntate y desayuna algo.

Resiliencia/ Melodias Del Alma Libro II (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora