32. Atardecer

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Alcor salió al exterior de la cabaña. Allí estaba Mizar contemplando el ocaso. Se acercó por detrás y se puso a su lado.

―Es increíble, no puedo dejar de mirarlo ―dijo Mizar.

Alcor le cogió la mano. La notó tibia y suave.

―¿Te lo imaginabas así?

―No. Es mil veces más impresionante. No es solo la luz o el calor que desprende, es su presencia.

―En la antigüedad lo doraban como a un Dios.

Mizar frunció el ceño.

―No entiendo por qué la gente aguanta, por qué no se escapan o se rebelan.

―Creo que simplemente no se han dado cuenta de que existe una alternativa; o quizás tienen miedo. ―Hizo una pausa―. ¿Tú no tienes miedo?

Mizar se dio media vuelta en dirección a Alcor; esta la imitó. Las dos chicas estaban cara a cara, a escasos centímetros de separación.

―Contigo, no. Contigo me siento en casa, como si de algún modo hubiera encontrado un camino. Es una locura, lo sé. Prácticamente no nos conocemos de nada.

Mizar se metió la mano en el bolsillo y extrajo un tejido doblado.

―Mira ―le dijo, mostrándoselo.

Alcor observó cómo Mizar abría el paquete.

Debajo de la tela de algodón, aparecieron los dos pendientes con forma de sol que ella le regaló. A Mizar, las manos le temblaban.

―No me atreví a ponérmelos ―murmuró.

―Ahora puedes ―dijo Alcor mientras los cogía.

―¿Puedo?

Mizar asintió. Con delicadeza, Alcor se los puso. Después, apartó el cabello negro que le tapaba las orejas. Debajo aparecieron dos soles de oro.

―Gracias ―murmuró Mizar.

―De nada ―dijo Alcor. Luego añadió―: Espera.

Con un gesto rápido estiró el cuello de su camiseta hacia abajo, dejando a la vista el pequeño delfín.

Mizar se sonrojó.

―Lo llevas puesto...

―Ha estado conmigo todo este tiempo, quizás por eso te siento tan cerca.

Alcor cogió la mano de Mizar. Poco a poco, los rostros de las chicas se fueron acercando. Mizar notaba el aliento dulce de Alcor. Alcor sentía el calor que desprendían los labios de Mizar. Se aproximaron hasta que sus labios entraron en contacto. Entonces, la piel de las chicas se erizó en un espasmo de placer. Se quedaron así, quietas, sin moverse ni un milímetro, como si un desplazamiento repentino pudiera romper la magia del momento.

Luego, como si fueran los dos polos de un imán, sus labios se pegaron. Sintieron un fogonazo de luz que conectaba sus mentes.

Cuando empezaron a besarse, ya no pudieron parar, las bocas fundidas, las lenguas danzando, las manos apretujando sus cuerpos pegados. Del impulso, perdieron el equilibrio y rodaron por el suelo. Mizar quedó encima de Alcor. Le dio la risa. Una risa sincera que no había experimentado nunca, que le nacía en el pecho y se le expandía por el rostro. Alcor se contagió de esa felicidad espontánea. Y así estuvieron riendo un rato.

Luego, se calmaron

―Ha sido mi primer beso, ¿sabes? ―dijo Mizar.

―¿Nunca habías besado a una chica?

Bajo un cielo artificialWhere stories live. Discover now