5. Conociendo al enemigo

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El domingo, Julia despertó de golpe. El día anterior se había quedado dormida viendo la tercera película. Un agudo dolor del lado derecho de la cadera y en el hombro la hizo maldecir a todos sus ancestros. No tenía idea de la hora. Buscó el celular revolviendo el tendido culpable de su dolencia. Cuando por fin dio con el aparato, pudo comprobar que el día recién comenzaba y resopló, frustrada.

Seis de la mañana, su reloj biológico seguía sin fallarle. Pero en fin de semana era pura mala suerte, o tal vez no. A pesar de que el malacariento aseguró que no acudiría ese día al consultorio, no podía fiarse. El hombre podía aparecer en cualquier momento con la excusa más mezquina. Sin tener justificación para estar ahí en un día no laboral, era mejor prepararse para ocultar que aquella sería su guarida hasta que pudiera conseguir algo mejor.

Para cuando el reloj dio las ocho, ya se había bañado y salió a conseguir para desayunar. Luego de comer en una fonda que encontró a unas cuadras, compró más productos de limpieza y todo lo necesario para sacar brillo de ser posible a su nuevo espacio de trabajo. Por fortuna, una vez que el día trasmutó a noche, pudo respirar tranquila. Nadie llegó, tampoco recibió una sola llamada o mensaje de posibles consultantes.

El único mensaje nuevo era el de su madre deseándole un bonito día. Respondió en automático; amaba hablar con la mujer que le dio la vida, pero estar tan lejos solo le dejaba vacío una vez que finalizaba la videollamada o cesaba el intercambio escrito.

El desánimo se manifestó en una nube lúgubre sobre su cabeza y bañó de negatividad su energía positiva. Con el entusiasmo disminuido, siguió revisando las redes sociales, planeando algunas estrategias para publicitarse.

Sintiendo los estragos de la soledad, tecleó en la búsqueda el nombre agendado de su socio, o más bien, su sobrenombre. Se había quedado sin amigos y con las compañeras de trabajo del preescolar no solía relacionarse mucho. Suspiró, ante lo patético de que su contacto más cercano fuera el hombre al que rogó para no quedarse en la calle.

«Asociada con ese, no puede ser peor». 

Aunque la parte noble de su ser agradecía al hombre el techo sobre su cabeza.

De algún lado, le nació el impulso de abrir un chat con él. Escribió un tambaleante saludo y, sin aguardar respuesta, preguntó a qué hora llegarían los muebles al siguiente día. Pero se quedó dormida antes de que le fuera revelada la información.

La mañana del lunes, mientras iba de camino al preescolar en el autobús repleto de gente, consiguió un asiento y revisó otra vez el celular. El malacariento por fin se había dignado a leer su mensaje, la reducida respuesta la hizo bufar. Un solo número, el dos, apareció en la pantalla.

«Que tipo». 

Tal sequedad conmovía su sarcasmo.

Reflexionó entre si quedarse al margen o asomarse por el consultorio para ayudarlo. No lo merecía, era un egocéntrico. Sin embargo, poco la beneficiaba andar la tarde entera vagando de un sitio a otro, cerca del consultorio. Mejor llegar y hacer lo posible porque se fuera pronto. Decidida, se dirigió ahí.

Lo primero que vio fue la camioneta de mudanzas, a Jaime se lo encontró hasta atravesar la reja de la cochera. Acababa de llegar y ni siquiera había entrado a la casa, solo abrió la puerta para dejar pasar a los cargadores.

—Buenas tardes —saludó Julia, sujetando la correa de su bolso para darse fuerza y poder disimular una expresión de agrado.

Jaime la examinó, extrañado de verla ahí.

—¿Tiene consulta? —indagó, viéndola por el rabillo del ojo.

—¿No saluda? —lo retó ella con un tono que poco tenía de amable.

¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024Where stories live. Discover now