7. Tanto va el cántaro al agua, que termina por agradarle

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Encontrarse con Pamela lo había dejado dando vueltas y vueltas en la jaula mental que representaba aquel asunto sin resolver. Hasta llegó a pensar que era un castigo por el buen rato protagonizado con Julia. Ella era su socia, no debía cruzar esa línea; ni siquiera con una amistad o un coqueteo inocente.

¿Para qué? No valía la pena, solo complicaría un débil convenio laboral.

Optó por reducir la comunicación a los saludos y cortas charlas ocasionales, siempre referente a la organización de las consultas o al espacio compartido. Pero la linda charlatana no se la ponía fácil, enviándole mensajes por cualquier cosa. Pagaba los servicios y era un mensaje para comunicárselo; se le ocurría comprar una planta o algo para el consultorio, y se lo informaba.

Él respondía con frases cortas, pero al siguiente día era lo mismo.

A veces, en la soledad de su habitación, la tentación de alagar aquellas conversaciones simples llegó a mover algo que creyó estropeado para siempre, pero se obligó a mantenerse al margen.

Hasta esa tarde cuando el frío había comenzado a apoderarse del ambiente, desplazando las ondas calurosas de los pasados meses, y enfriando las noches. Iniciaba el mes navideño, por lo que las próximas festividades se respiraban en el entorno cargado de júbilo.

Él iba de salida cuando se encontró con ella. La tos ruidosa que sacudió el cuerpo de la mujer lo alertó, y verla decaída terminó por alarmarlo. Sin embargo, de nuevo sus frenos le impidieron mostrar abiertamente preocupación.

—¿Vas a dar consulta así? —preguntó, después del saludo de rigor.

—Solo tengo una en hora y media, pensé hacerme un té antes de que llegue mi paciente. Espero no te moleste. 

La debilidad en los músculos y el aletargamiento a causa del bicho de temporada en su sistema la tenía moqueando, así que sacó un pañuelo desechable de la bolsa y se limpió la nariz.

—¿Por qué me molestaría? —Extrañado, se centró en Julia y su deplorable apariencia. Ella miró a otro lado.

Tras aquella cena compartida, el malacariento hizo todavía más honor a su apodo, evitándola a un grado que se tornó extraño. Era imposible no darse cuenta. Concluyó dos hipótesis: o ella le desagradaba y se obligaba a tolerar su presencia, o creyó que de alguna forma había malinterpretado la invitación a cenar.

Debido a la poca disposición de él para una convivencia, toparse a diario era un dolor de cabeza. El tipo provocaba que el estómago se le descompusiera en impertinentes aleteos combinados con agruras. Aborrecía ser tan débil y seguir enviándole mensajes para buscar congraciarse con sus aciertos como socia responsable.

«No me gusta» se repetía para acallar tan estúpidas sensaciones y obviar sus deseos de llevarse bien.

Pero el maldito tenía algo que la hacía mirarlo con detenimiento, como un objeto de estudio clínico fascinante. Al principio creyó que su comportamiento era homogéneo, después de todo, con Pamela también fue un ogro. No obstante, lo descartó al darse cuenta de que, a excepción de la curvilínea mujer, solo con ella se volvía un muro infranqueable.

Con los pacientes era amable y discreto; los trataba a cuerpo de rey y aguardaba a que fueran ellos quienes tuvieran la iniciativa; o eso imaginaba, su trabajo clínico debía ser excelente pues no importaba si era un hombre inconforme con su vida, o una mujer curando la soledad en consulta, lo buscaban como moscas a la miel.

Era igual de afable con los repartidores del gas y del agua, o cualquier otra persona que llegara por otra razón al consultorio. Y eso a Julia la intrigaba más, haciéndola retornar a sus hipótesis iniciales. Iba a encontrar la respuesta de por qué con ella no, o de nuevo apostaría por cambiarse el nombre.

¿Y si me analizas y yo a ti? #PGP2024Where stories live. Discover now