17. Si el río suena, es que una confusión lleva

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La música de la reunión social al otro lado de la puerta se reanudó, igual que los besos de Jaime sobre su piel. Estaba complacida, pero eso no evitó que el deseo volviera a subir con una rapidez que embriagó todos sus sentidos. Quería más de ese hombre, mucho más.

Sin apartar la boca de la femenina, Jaime llevó las manos a la cintura de su pantalón, desesperado por bajarlo y quedarse sin nada. Víctima de sus propios instintos, Julia lo ayudó a deshacerse de cualquier obstáculo de tela. Las caricias aumentaron a la par que las pulsaciones cardíacas una vez que los dos estuvieron desnudos.

Con miradas que no dejaron de seguirse, él abandonó la cama contra su voluntad para buscar los condones. Ella se quedó tendida boca arriba y levantó la espalda, apoyándose sobre los codos, para deleitarse con la visión.

Era perfecto. Sin ropa o con ella, daba igual, verlo la hacía desear saltarle encima.

—No te tardes mucho —provocó, sorbiendo cada movimiento de él enfundado la erección.

Jaime sonrió y una vez listo, regresó sobre sus pasos. La tomó por debajo de las rodillas y la jaló hacia él como si fuera una muñeca, haciéndola reír. El estallido de diversión se acalló con los labios que volvieron a apoderarse de su boca, de la misma forma que lo hizo el resto de su anatomía, fundiéndose con la de ella mediante el movimiento de sus pelvis unidas.

La respiración de él se tornó más ruidosa y la garganta de ella pugnó por liberar los gritos de gozo que iban sumándose uno tras otro. Tenía tantas ganas de mostrarse tal cual era y gritar como poseída, pero ya lo haría después... Esperaba que hubiera un después, y un después del después. Por el momento, se conformó con jadeos que se unieron a los de su compañero, hasta que lo sintió alcanzar el éxtasis.

Entonces, las notas musicales que impactaban las paredes de la casa volvieron a parar. No fue como antes, pues también las voces alegres se apagaron y una onda expansiva inundó el ambiente de tirantez, alcanzándolos incluso a ellos.

—¡Memo! ¡¿Quieres decirme qué significa esto?!

La voz de Ángela, o más bien, su llamado furioso, los alertó, dejándolos muy quietos. Escucharon sonidos que interpretaron como el resto de los invitados levantándose y abriendo la puerta de entrada para irse tras una tropezada despedida. Casi de inmediato, se elevaron reclamos a puro pulmón que los obligaron a levantarse y vestirse a la velocidad de quien es descubierto en plena fechoría.

Salieron juntos: Julia aplacando su melena alborotada con las manos y Jaime sin playera, que al igual que el sostén de ella, había quedado en algún otro rincón de la casa. Vieron a Ángela de espalda, agitando la prenda íntima de Julia frente a un pasmado Memo, que negaba las acusaciones, igual de desconcertado que su novia.

—¡Ya cálmate, Flaca! —pidió el pobre diablo con cara de ir al matadero, al darse cuenta del par de siluetas emergiendo de la habitación de Jaime.

—¡No me calmo! ¡¿Cómo pudiste ser tan perro?! ¿De quién es esto?

—Es mío —confesó la terapeuta, dejando a la otra atragantada con el resto del ataque verbal.

Con los ojos bien abiertos, se giró para encontrarse con la pareja mientras Jaime recuperaba su playera del suelo del pasillo donde había quedado. Entre carraspeos, se puso del lado de su compañera y le pasó el brazo izquierdo por los hombros, acariciando sobre el que quedó su mano.

Un silencio tan denso que parecía que algo se reventaría se apoderó del espacio, hasta que la carcajada de Ángela lo rompió, haciendo al resto estremecerse.

—Lo sabía, se tenían un montón de ganas. ¡Que emoción! —exclamó, casi saltando.

Memo la alcanzó y tomó su mano libre. Jaime lo miraba con ojos centellantes, amenazando con incinerarlo, así que supo que era hora de irse.

—Vámonos, Flaca—rogó—. Perdona, bro. July: no queríamos molestarlos —Apenado, arrancó el sostén de las manos de Ángela y se lo entregó a Julia.

—Sí, perdónenme. Ustedes sigan. No se detengan. —Ángela caminó sin dejar de verlos con una sonrisa pícara que Julia correspondió con un gesto de querer matarla, mitad vergüenza mitad juego, mientras Memo la arrastraba hacia la salida.

Al quedarse solos y contagiados de la diversión de Ángela, se volvieron a enfocar en ellos.

—¿Qué quieres hacer? —preguntó él, tras un resoplido que lo ayudó a lidiar con las emociones que Julia dejó y seguía alimentando en su interior.

A continuación, se fijó en la rojiza tonalidad de los labios hinchados por el mar de besos compartidos. Ser el causante lo llenó de una oleada de satisfacción.

De pronto, el pecho se le hinchó también de felicidad. Julia había llegado como viento impertinente a oxigenar sus ganas de vivir y compartir el tiempo con alguien. Quería abrazarla, besarla y hacerla feliz sin pensar en límites, o fracasos; viendo solo hacia adelante.

—Podemos descansar un poco —propuso. Por alguna razón, dormir una siesta entre los brazos de él fue su idea de paraíso.

—De acuerdo. ¿Irás a trabajar hoy?

—Tengo que hacerlo.

—No tienes, ¿por qué no te reportas como enferma y te quedas conmigo? —sugirió, tomándola por la cintura para acercarla a él.

El aire a su alrededor se llenó de una electricidad sutil. Julia se dejó llevar por el momento y pasó los brazos por el cuello de él. Sus corazones latían al unísono, perdidos en el contacto cercano y en la intimidad que los envolvía. Cada gesto y roce, hablaba un lenguaje propio, de emociones que las palabras eran incapaces de expresar. En ese instante, el mundo exterior se desvaneció, dejando solo la conexión palpable que compartían, una que fue fortaleciéndose en la convivencia.

—Suena bien. Acepto si me dices qué haremos.

Fingió pensarlo, mirando a otro lado.

—No lo sé... Hace mucho que mis fines de semana son estar en casa, viendo películas y tomando alguna cerveza.

—O leyendo, te he visto también hacer eso.

—Como ves, no tengo muchas ideas para divertirnos —confesó, besando la frente de la mujer entre sus brazos.

—No importa. Trabajo de sol a sol de lunes a viernes. Las noches de fin de semana veo gente divertirse haciendo estupideces. Solo necesito un poquito de calma. —Se mordió el labio inferior, evocando la imagen de Jaime entre sus piernas—. Ver películas en la cama y comer palomitas está bien para mí... Estar contigo es suficiente.

—Entonces hagamos eso.

Encantado con esa dulce voz que, de desagradarle, se había convertido en motivo de alegría, la estrechó con ternura, deseando conservar para siempre el cálido abrazo de su piel.

Encantado con esa dulce voz que, de desagradarle, se había convertido en motivo de alegría, la estrechó con ternura, deseando conservar para siempre el cálido abrazo de su piel

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