Piloto

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Resaca, la maldita resaca.

Sé que estoy en una cama que no es la mía porque es demasiado cómoda y suave. Me siento como en una nube, excepto por los martillazos que están aporreando el interior de mi cabeza. Duele demasiado y noto la tira del tanga metida de más.

Me levanto y tiro de la falda que creía llevar puesta, nota mental; la he perdido por el camino hasta la cama o me la han quitado. Entreabro los ojos como puedo y contemplo la habitación en la que estoy. Es enorme y huele especialmente bien. La armonía de azules y blancos me relaja y siento que alguien ha querido apiadarse de mí cuando decidió meterme entre estas cuatro paredes.

Pienso en las ganas que tengo de levantarme y la conclusión resulta ser cero, pero hay un problema, no es mi habitación. Ni siquiera estoy en mi propia casa y las disculpas por las molestias no son mi punto fuerte. Lo mejor que puedo hacer es buscar la falda que llevaba ayer puesta e irme de aquí esperando que no haya nadie levantado, pero ya sabemos como funciona la suerte, nunca se apiada de los que cruzan los dedos.

Con el top todavía puesto, salgo de la habitación y me dirijo a sabe Dios dónde en busca del baño. No lo digo por decir cuando digo que esta no es una casa normal y al final empiezo a pensar que ayer Kate se ligó de verdad a un principito.

Cuanto más camino más me acuerdo de la casa de mis padres y en que en unos pocos días me veré haciéndoles visitas semanales en pro del contrato que mi padre tiene preparado para mí.

Atravieso un largo pasillo hasta llegar a una sala inmensa en la que lo primero que veo es una isla de mármol blanco. Lo siguiente en lo que se fijan mis ojos es en el tocadiscos Marantz que descansa sobre un pequeño mueble de madera que se sale del estilo loft que caracteriza a la casa. Resulta demasiado soberbio para el resto de la decoración.

De nuevo pienso en Dan, del cual no hay ni rastro y por supuesto, mucho menos de Kate. Mientras me dedico a pasearme por la casa del rubio ricachón, me doy cuenta de que no le pega nada tener un gusto tan refinado excluyendo el hecho que aparenta ser un snob, pero supongo que las apariencias engañan y esta vez he juzgado antes de tiempo. Le va que ni pintao. Sigo caminando hasta dar con el baño y una vez en él me lavo la cara. Después le doy un repaso al desastroso rostro que llevo frente al espejo y me siento como si, de nuevo, diez mil camiones me arrollaran con fuerza uno por uno, sin prisa y con calma. Aún así, dramas a un lado, he tenido despertares peores.

Al final, me decido por atinar con el mito del café y sucumbo ante la idea de ir a prepararme uno bien cargado. Al menos así mataré algo de tiempo en lo que los tortolitos se despiertan y vuelvo de nuevo al agujero del que salí ayer.

Definitivamente retiro lo dicho, es mejor que espere a Kate y me vuelva con ella.

Mientras la cafetera se encarga de las cápsulas, yo me acerco al tocadiscos y observo con cierta adulación el viejo armatoste musical. Se nota que ha recibido un cuidado excepcional. Mientras lo contemplo me es inevitable no acordarme de mi padre escuchando "So What" de Miles David y casi consigo imaginarlo sentado en su sillón orejero de cuero marrón tomándose una copa

«Lo siento papá, pero vas a tener que esperar un poquito más para verme licenciada»

De repente noto como me suben por la garganta todos los Gin Tonic que no alcancé a contar ayer por la noche. Genial, empezando bien el día con un sprint matutino en dirección a la taza del váter. El día de hoy promete.

Lo echo todo, no me dejo ni el desayuno. Además, huele horrible; lástima que este sea el reposaculos del principito y no el mío. Tiro de la cisterna y me enjuago con agua la boca, aunque todos sabemos que para mí desgracia, un poco de H2O no va a quitar los restos malolientes de rata infectada que tengo en las papilas. Punto para mí, que no tendré que esquivar los besos de despedida del ligue de la noche.

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