Prologo

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Sus ojos miraban fijamente un punto en la pared, no se movía, no parpadeaba y podía jurar que si no fuese por su pecho subiendo y bajando cualquiera pensaría que estaba muerto.

La enfermera en turno entró a la habitación con todo el silencio posible, no era lo más recomendable asustar a un joven que acaba de salir de un largo coma después de haber estado en la guerra.

– ¿Qué hago aquí?

La enfermera se asustó un poco al escuchar la voz ronca del hombre, no esperaba que hablara tan pronto, por lo general su cuerpo y cerebro tardaban varias semanas en asimilar que habían despertado.

– Buenas tardes señor Rogers usted está en un centro de recuperación en Nueva York - habló la enfermera lo más tranquila que pudo mientras colocaba la charola con medicamentos a un lado de la camilla.

El capitán Steve Rogers, como lo decía la información a los pies de su cama, miró todo a su alrededor sin entender por completo que estaba haciendo en Nueva York. Lo último que recordaba era estar en el campo de batalla escribiendo una carta para...

– Disculpe, ¿qué día es hoy?

La enfermera suspiró, esa siempre solía ser la segunda pregunta que le seguía a la confusión y por experiencia sabía que era mejor decirles todo de una vez a dejarlos marinar en su propia angustia. Después de todo eran soldados, tenían que afrontar la realidad del mundo en el que vivían.

– Hoy es veintinueve de mayo de mil novecientos ochenta y ocho señor Rogers – dijo sin más esperando cualquier otra reacción, sin embargo era el primer hombre que guardaba silencio.

Steve solo se limitó a mirar por la ventana del pequeño cuarto sin saber exactamente qué hacer.

– ¿Se encuentra usted bien?

– Sí, solo me perdí unos cuantos bailes.

Entonces la mujer lo notó en los ojos del soldado, hablaba de un amor perdido, un amor que pudo haber sido de los más fuertes que alguna vez se haya visto en los ojos y el corazón de un hombre.

Pequeño AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora