10. Cuando se acaban los mañanas

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Los corazones rotos no existen, pensó Génesis

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Los corazones rotos no existen, pensó Génesis.

No era posible que existieran, porque con la cantidad de veces que el suyo se había partido en las últimas veinticuatro horas, ya no seguiría latiendo en absoluto... pero sí latía, fuerte y claro en su pecho, más aún cuando empató con sus lágrimas para desestabilizarla al ver a Támesis abrazando a la mujer a la que había llamado mamá.

No se sabía si Támesis apretaba más a la mujer o ella a él, pero era tan evidente que se necesitaban en ese instante que no importaba cuál de los dos ganaba. No había ganador, era simplemente amor siendo dado y correspondido. La mujer en los brazos del caminante era bajita, delgada y con ese aire que hace parecer a los adultos cansados y como que han sufrido toda su vida.

Los pedacitos del corazón de Génesis estaban divididos en dos grupos. Los que lloraban por el anhelo de no recordar siquiera cómo era abrazar así a una madre... y los que lloraban porque era consciente de lo mal que había tratado al Caminante desde que lo conoció. Támesis se había equivocado, sí, pero solo era un adulto —o algo así equivalente en cronolandios— cometiendo errores que buscaba los brazos de su madre para consuelo.

—¿Estás bien? —La madre de Támesis observó a Génesis, alarmada.

Ella notó lo húmedas que tenía las mejillas y el hecho de que había estado mirándolos fijamente. Sin embargo, ni siquiera se preocupó de disimularlo, solo suspiró.

—Ha sido un día muy largo —susurró al fin.

Johha miró a Génesis con una empatía inesperada y como si supiera todo lo que pasaba por su mente desde que tocó la puerta de la casa, se acercó y la abrazó con fuerza, casi con la misma con la que abrazó a su hijo. Génesis se dejó consolar y lloró otro poco, esta vez menos porque sabía que había alguien ahí para contenerla.

—Mamá, tienes que probar esto.

Cuando las dos mujeres se soltaron, Támesis ya tenía sus antebrazos llenos de comida de la nevera. Su gesto extasiado, completamente ajeno al momento que estas dos desconocidas que solo lo tenían a él en común habían compartido.

Ambas rieron, porque eso es lo que haces cuando alguien emocionado se acerca a mostrarte algo.

Johha analizó el botín de su hijo y tomó lo más accesible: un trozo redondo de queso. Lo olfateó primero y Génesis se preparó para ver en ella la misma reacción eufórica de Támesis ante los sabores... pero no fue así.

Johha tomó un bocado moderado. Lo mordió despacio, masticó y cerró los ojos al hacerlo. No lucía como alguien que prueba por primera vez el queso, sino como alguien que había olvidado el sabor y se reencontraba con una vieja y hermosa sensación.

—Es tan delicioso —murmuró, maravillada.

—¡Y Génesis va a hacer pastel!

Las mujeres se sonrieron de la manera en que sonríes cuando por educación o amor no blanqueas los ojos a otras personas.

El tropiezo de Cronos: Los latidos del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora