7)Entre sombras y secretos

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El viento de otoño movió el cabello castaño de Bernabé mientras caminó él patio de mi casa con total impunidad.

No tenía palabras. ¿Qué hacía aquí? ¿Por qué venía a mi casa? Lo observé escalar con facilidad hasta llegar a mi terraza; sus movimientos ligeros contrastaban con la noche. Salí, él se impulsó con sus brazos. ¿Cómo es que podía hacerlo tan fácil y natural?

Quedamos frente a frente. No encontré las palabras para expresar mi desconcierto.

Solo nos separaba las barras del balcón. El suelo de mi terraza sonó en cuanto saltó. Al estar adentro, se sacudió las manos y dio una sonrisa curva y maléfica. Involuntariamente retrocedí. Le devolví la sonrisa torpemente. De ninguna manera le daría la autoridad de asustarme o hacerme sentir intimidada. Podía sonreír tan falsamente como él aunque sin

Caminamos en silencio adentro, la tensión se encapsuló en el aire entre nosotros, y asfixiaba. Me planté firme, sus ojos fríos perforaban los míos.

—Gracias por invitarme.

—No recuerdo haberlo hecho. ¿Qué haces, aquí?

—Visitando a mi vecina. —Sonrió.

— ¿Desde cuándo en Italia se visita saltando techos y entrando por las ventanas?

—No se acostumbra. Eso solo lo hago contigo, vecina.

Su sonrisa se ensanchó.

— ¿Y qué quieres?

—Hablar... —Dijo, y se tomó la libertad de jugar con un mechón de mi cabello. Retrocedí, mi espalda pegó con las puertas francesas del balcón. — ¿Te dije que me encanta cuando huyes de mí?

Coloqué la cara más inexpresiva que pude aunque me acorraló con sus brazos. Impasible, aunque mi mente estuviera en caos ahora mismo. Aunque, quizá, estaba vulnerable.

Empezaba a entender qué un poco como funcionaba él. A veces le encantaba que le demostrara, aunque sea una pizca de algo, algo insignificante para jugar con mis emociones. Detrás de ese rostro perfecto, escondía alguien bastante calculador, misterioso y juguetón.

Si sentía miedo, él se aprovechaba de eso y lo explotaba. Si me sentía atraída, él jugaba con eso y lo masificaba. Porque le gustaba darle leña al fuego.

Bernabé Wyman era fuego.

— ¿Qué haces aquí? —Pregunté, fría.

—Ya te dije. —Se encogió de hombros y se separó levemente, dándome un poco de espacio, aunque para mí no era suficiente. — Quería invitarte a un café en mi casa. En Italia solemos hacer planes con anticipación, pero esas formalidades no son lo tuyo.

— ¿Y tú por qué harías eso?

— Pensé que era una buena forma de empezar una relación. — lo vi confundida.

— ¿Qué tipo de relación? — Sonrió burlón.

— La que tú quieras empezar conmigo. La verdad no soy muy exigente con las etiquetas— Desordenó su cabello.

Me quedé en silencio. Tenía una forma tan extraña de relacionarse, en ocasiones decía frases incómodas, pero no se afectaba.

— Pensé que en esta guerra éramos enemigos.

— En esta guerra y en todas las demás, siempre seremos aliados. —Declaró— Te espero, pequeño ángel.

— ¿No era mejor mandar un mensaje?

—No me gusta dejar rastro a la policía. Además, si enviaba un mensaje, no me responderías.

—Buen punto.

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