Chocolate caliente

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Llego tarde, asi que camino deprisa esquivando a la gente que pasea por las transitadas calles de Barcelona hasta llegar a la plaza en la que hemos quedado. Tras barrer la zona con la mirada la veo esperando sentada en un banco.

El sol de enero brilla sobre su pelo anaranjado. Unas gafas de sol descansan en su cabeza y está concentrada leyendo un libro. Sonrío y me acerco mientras dejo de escuchar la música que sonaba en mis cascos. Los guardo antes de llegar por su espalda y poner mis manos sobre sus ojos. Ella deja caer el libro sobre sus rodillas y agarra mis manos para tirar de ellas, haciendo que mis brazos la rodeen desde atrás y mi cara quede pegada a la suya. Entonces se gira y deja un largo beso sobre mí mejilla que hace ensanchar mi sonrisa.

- Ven aquí - pide tirando un poco más de mí.

Sin pensarlo, rodeo el banco y me siento a su lado, y volvemos a abrazarnos consiguiendo que sienta un calor muy reconfortante en el pecho. Es raro, pero creo que tras nuestra amarga despedida, y estar dos semanas sin vernos, ambas necesitábamos este abrazo. Lo sé por la forma en que aprieta mi cuerpo bajo sus manos.

Cuando nos separamos quedamos mirándonos y ella se muerde los labios.

- Hola.
- Hola - contesto dejando escapar una risilla - ¿Llevas mucho rato esperando?
- Que va, acabo de llegar hace un par de minutos  - dice como si nada.
- Pues llegas tarde.
- Espero que no se te ocurra echarme la bronca por llegar tarde cuando tú has llegado más tarde aún.
- Tampoco es que te fuera a echar la bronca, pero te había comprado un detalle para compensar la tardanza y está claro que ya no te lo mereces.
- Pues que sepas que suelo ser un poco tardona - advierte sin deshacer su sonrisa.
- Mejor, así no te hago esperar. Yo también lo soy.
- Osea que lo de la puntualidad inglesa no va contigo ¿no?
- Se te olvida que también soy isleña, llevo un ritmo relajado.
- No eres isleña, eres guiri - ataca en tono de vacile.
- ¡Soy isleña!

Su risa provoca un pequeño puchero en mí y ella ladea levemente su cabeza.

- A ver, ¿cuál es ese detalle que me has comprado?
- Fua, es que ahora sí que no te lo mereces.
- Venga, no seas picada.
- ¿Acaso me has traído tú algo por pensar que me harías esperar?
- No, porque ya te basta con mi presencia - contesta haciendo aletar sus pestañas.
- Estas muy subidita desde que me has hecho la cobra, ¿no?

Jaque mate.

La sonrisa se desdibuja automáticamente de su cara, y recoge el libro que descansaba sobre sus rodillas para guardarlo en su bolso y comenzar a alejarse.

Será dramática...
Ruedo los ojos y me levanto de un salto del banco hasta que la alcanzo y me quedo caminando a su lado.

- ¿Quién es ahora la picada, Violeta?
- Es que no es justo que utilices eso.

Lo dice con el ceño fruncido y yo creo morir de la ternura.

- ¿Por qué?
- Porque me haces sentir mal.

Acerco mi mano a la suya y la acaricio hasta agarrarla y tirar de ella para hacerla parar de caminar.

- ¿De verdad? - pregunto buscando su mirada.
- Un poco...
- Solo es una broma.
- Ya, si ya lo sé.

Nos miramos sabiendo que tenemos una conversación pendiente. Noto como se pone tensa y mi nerviosismo aparece, así que busco la manera de enderezar la situación. Saco de mi riñonera una pequeña bolsita de plástico y se la ofrezco.

- ¿Qué es eso?
- El detalle que te he comprado.

Agarra la bolsa y sus ojos se iluminan al ver que está llena de gominolas con forma de cerezas. Sin perder un segundo abre la bolsa y se mete una de las chucherías en la boca.

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⏰ Última actualización: 7 days ago ⏰

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La chica de las carcasasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora