Capítulo 2.

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2 | EL CHICO DEL BOSQUE

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2 | EL CHICO DEL BOSQUE.

Había pasado una semana desde el último encuentro con Henry Arcadio. Llevaba días sin volverme a escribir. No me preocupaba, lo veía por los pasillos o en su salón de clases y todo parecía marchar perfectamente para él. Quise convencerme de que era bueno que no pasáramos todo el tiempo encima del otro. Quise pensar que era normal esa falta de atención.

Pero no podía negar que estaba pendiente al maldito celular otra vez. Tal vez tenía que ponerle atención a la clase. Guardé mi móvil, tomé un lápiz y comencé a apuntar cosas en la libreta.

—La escultura es un arte —comentaba la maestra Lyn mientras proyectaba algunos de los escultores famosos. El salón estaba oscuro y muchos habían aprovechado para quedarse dormidos—. Quizá en este momento piensen que está materia no les servirá, pero cuando se gradúen, se darán cuenta de que son muy necesitados en el mundo laboral.

Estaba un poco furioso, pero no quería hacerlo notar. No podía enojarme porque él no me respondiera, era un hombre ocupado y tal vez yo solo estaba exagerando.

Hice un montón de rayones con mi lápiz en la hoja. Tal vez utilicé demasiada presión porque la punta se quebró. Qué patético me estaba comportando. Dejé que mi cabeza golpeara contra el cuaderno. Entonces, escuché una pequeña risa. Volteé mi cara para encontrarme con Thomas que me miraba. Desvió sus ojos.

—¿Qué? —pregunté en un susurro. Cómo pareció no verme, le di un codazo—. ¿De qué te ríes?

Se inclinó lo suficiente para estar cerca de mi oído.

—Creo que, cuando dijeron que nos sumergiéramos en los libros, no se referían a esto.

Sentí que la piel se me erizaba por sentir su cálido aliento en mi cuello. No le había prestado demasiada atención a su voz. Era como profunda y gruesa, pero con un toque de dulzura. Le regalé una sonrisa. Finalmente parecía interesado en socializar.

—Con fuerza me entra mejor.

Sus cejas se arquearon de la sorpresa y yo caí en cuenta de lo que había dicho.

—No era a lo que me refería.

Sentí que hasta las orejas se me ponían rojas. Lo vi sonreír por segunda vez y me percaté de que tenía unos dientes perfectos. Cuando sus labios formaban esa sonrisa, unas arrugas se marcaban alrededor de los ojos y en la comisura de los labios. Lo hacía ver más atractivo.

—Me llamo Arin, por cierto.

—Ya lo sé —dijo volviendo a ver a la maestra—, no eres alguien que pase desapercibido.

—Así que has estado observándome.

Él no me estaba mirando y solo se encogió de hombros, como si no le molestara admitirlo. Qué agradable muchacho. No entendí porque mi sistema me decía que eso era bueno, hasta sonreí complacido.

Corazones de Cristal ⒹDonde viven las historias. Descúbrelo ahora