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Advertencia; contenido +18

Este capituló es puro entretenimiento, si no le gusta pueden saltarlo.
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Adriana jamás pensó que la pasaría tan bien en brazos ajenos, brazos que no pertenecían a los de su esposo, el hombre al que le había jurado lealtad ante Dios y ante la ley. Desde que ella y su amiga se adentraron al antro supo que quería pasar la noche con alguien diferente a su marido. Siempre había sido alguien coqueta, así que encontrar al candidato perfecto no sería difícil.

Desde que ella y el Dámaso junior cruzaron miradas e intercambiaron un par de sonrisas pícaras ambos supieron lo que querían. Un par de miradas a esos ojos coquetos bastaron para que él se acercara a ella y susurrará algo a su oído. Antes de abandonar el estacionamiento Adriana le dedicó una mirada a su amiga con la cual habló sin hablar, Elsa entendió todo y asintió en modo de aprobación a su amiga.

Tanto la castaña como el pelinegro se siguieron por el estacionamiento donde tuvieron una conversación sutil en la cual sus pecaminosas intenciones salieron a la luz. Adriana sabía quién era él y Dámaso también tenía idea de quién era ella, aunque eso no les impidió dejarse llevar por su deseo carnal.

Acordaron ir a casa de la castaña por petición de ella, pues para Adriana los moteles eran lugares sucios, sitios donde los hombres llevaban a sus amantes o a prostitutas. Mujeres vulgares a ojos de Adriana.

Antes de entrar a la casa la fémina se aseguró de apagar las cámaras de seguridad, ambos se adentraron a la casa donde se encontraba la niñera. Dámaso esperó en su auto mientras la castaña se despedía de la niñera, una vez está se retiró, él entró a la casa.

—Puedes pasar a mi habitación, espérame ahí —indicó Adriana señalando el cuarto al fondo del pasillo—Tengo algo que hacer antes.

Dámaso asintió y se adentró al cuarto para esperar a la rubia. Mientras tanto, Adriana se dirigió a verificar que efectivamente las niñas estaban dormidos, una vez lo corroboró cerró la puerta de su habitación con seguro para evitar inconvenientes.

Después de eso, se dirigió a pasos lentos hacia la habitación que compartía con su marido, sintió un cosquilleo en el estómago y no supo si era de nervios o de emoción. Al adentrarse vio a Dámaso sentado a los pies de la cama king size, tenía el pelo despeinado y la corbata a medio desabrochar, Adriana le dedicó una pequeña sonrisa antes de dejar su bolsa en el tocador.

—Listo—dijo Adriana, antes de quitarse el collar que adornaba su cuello y parte de su pecho.

Dámaso se dedicó a deleitarse con la figura muy bien conservada de la castaña, la observó quitarse los tacones, las medias y las joyas. Antes de que ella llegara la habitación había estado hurgando un poco en ella, no porque quisiera robar algo, si no porque le daba curiosidad saber cómo era la habitación del matrimonio, Él no pudo evitar sonreír al ver los collares tan característicos de Ovidio colgados.

Se iba a meter con su esposa, no porque tuviera algo contra él, sino que lo haría por el puro placer de saber que era una mujer casada buscando consuelo en él. Mientras observaba a Adriana alistarse sacó un cigarrillo de su bolsillo y lo colocó en sus labios, pero antes de poder encenderlo este fue retirado con delicadeza de entre sus belfos.

—Sin fumar. Odio el olor del cigarro—dijo ella respirando sutilmente el cigarro para después dejar sobre la cama alada de ellos.

Sin más, Adriana se sentó sobre el regazo de Dámaso, mirándole de frente y con las piernas abiertas, los miro a los ojos por un segundo para después acariciar su mejilla derecha y recorrer con su dedo pulgar su cicatriz. El momento era extraño, pues la tensión en ellos estaba ahí presente, él pensó que lo que quería Adriana era crear un momento romántico, pero estaba equivocado.

Ella no quería crear un momento mágico o algo por el estilo, la razón por la que Adriana estaba observándolo y acariciándole la mejilla era porque quería tomarse su tiempo, su tiempo para asimilar que se acostaría con otro hombre que no era su marido. Al principio cuando salió de fiesta estaba segura que no sucumbiría ante los encantos de ningún otro hombre, no era lo suficientemente calenturienta para acostarse con otro que no fuera su marido, pero Ovidio hacía mucho tiempo no le hacía caso y esa noche cuando llegó al antro con su amiga, Adriana se sintió más húmeda de lo normal.

Dámaso se sentía maravillado con la mujer que tenía encima, le fascinaba como lo estaba montaba con ferocidad y desespero. Adriana cubría su boca con sus manos para evitar soltar gemidos muy altos, pero las lágrimas en sus ojos y lo rápido que se movía delataban lo necesitada que estaba de un orgasmo.

Siguió toda la noche disfrutando de Dámaso, chillando de placer, retorciéndose con cada orgasmo y complaciendo a su palpitante vagina que cada vez le pedía más y más.

Si Ovidio podía divertirse, ella también.

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holaa, espero que estén bien. Gracias por leer, espero que les haya gustado.

Perdón si hay errores ortográficos, no soy muy buena escribiendo.

 ﹟ ogl ﹒﹒𝑀𝓲 𝓼𝓮𝓰𝓾𝓷𝓭𝓪 𝓿𝓲𝓭𝓪 ﹑⿴Where stories live. Discover now