La noche que cambió todo, antes de Valcartier. Detrás del telón, en las habitaciones ocultas del teatro, el mundo parecía transformarse. Las reglas del exterior se quedaban fuera, y en esos pasillos secretos, todo se volvía más intenso, más libre, como si cada rincón respirara complicidad y misterio...Las luces suaves bañaban el lugar en tonos dorados y rojizos, un resplandor que acariciaba los rostros de los asistentes y hacía que todos parecieran personajes de una obra secreta. Las personas vestían de manera extravagante, con atuendos que desafiaban las convenciones: trajes de terciopelo brillante, blusas de encaje que dejaban entrever la piel, camisas desabotonadas, y faldas que giraban en cada paso. El maquillaje era audaz, sombras azules y verdes en los ojos, labios oscuros y contornos marcados, rostros que brillaban bajo la luz como si cada uno estuviera en un papel por interpretar.
Los ecos de risas y murmullos flotaban en el aire, mezclándose con el humo de cigarrillos y el perfume dulce y picante que emanaba de cada abrazo, de cada roce de manos. La música envolvía el ambiente con un ritmo suave pero vibrante, las notas de jazz resonando entre las risas y murmullos, mientras parejas y amigos se movían con una despreocupación que solo podía existir en un lugar así, en una noche como esa.
Thomas sentía una euforia contenida, una emoción palpitante en sus venas que se mezclaba con una fina capa de peligro, ese tipo de riesgo que siempre parecía envolver cada instante de libertad.
Era su primera vez en una fiesta clandestina. Y cada detalle —cada risa, cada mirada— lo hacía sentir como si estuviera desafiando al mundo solo por respirar en ese espacio. Lo llamativo no era el lugar ni la música, sino el hecho de que algunos de los presentes, con su risa despreocupada y sus miradas cómplices, compartían algo que el resto del mundo condenaba: eran hombres que buscaban consuelo en brazos masculinos, mujeres que miraban a otras mujeres con el tipo de ternura que se suponía debía estar prohibida.
Thomas dejó que sus ojos recorrieran la sala, tratando de asimilar lo que lo rodeaba. Entre la multitud, reconoció a Jakob, un amigo cercano y colega en el teatro. Jakob llevaba una camisa de lino blanco, las mangas remangadas y el cuello ligeramente desabrochado, mostrando una cadena plateada que relucía con cada movimiento. Sus labios estaban pintados de un tono borgoña, y una delgada línea de delineador enmarcaba sus ojos, dándole una intensidad magnética.
—Jakob, pensé que te habías esfumado —le dijo Thomas, acercándose a él mientras ambos intercambiaban una sonrisa cómplice.
—¿Yo? ¿Desaparecer en plena fiesta? Jamás. Sabes que siempre estoy donde están las historias interesantes —respondió Jakob, con una voz grave que se suavizaba al hablar con él.
Jakob se inclinó hacia Thomas, como si compartiera un secreto, y en ese momento su perfume, una mezcla de especias y algo dulce, envolvió a Thomas. La cercanía entre ambos se sentía natural, un gesto de confianza en medio de un mundo que les pertenecía solo por unas horas.
—Tengo algo que decirte, Thomas, pero no aquí —dijo Jakob, con un toque de seriedad en su tono que hizo que Thomas frunciera el ceño, intrigado.
Jakob miró alrededor, como asegurándose de que nadie los escuchaba, aunque en ese ambiente cargado de risas y miradas cómplices, cualquiera hubiera parecido fuera de lugar prestando atención a los secretos ajenos.
Jakob le apretó suavemente la mano y, sin decir una palabra más, lo guió por un estrecho pasillo hacia un rincón apartado, lejos de las luces cálidas y del bullicio de la fiesta. La música y las risas se fueron apagando con cada paso, hasta que solo quedaron los ecos distantes, como un recuerdo lejano de la libertad efímera que habían dejado atrás.
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El Soldado Perdido [EN CURSO]
RomanceUn campamento militar. Un alma sensible, un soldado marcado por el rigor y un amor que desafía las reglas. En un lugar donde la disciplina lo es todo y las emociones son consideradas una debilidad, dos jóvenes descubren que el mayor acto de valentía...