Capítulo 67

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IZAN

Burgos, 30 de agosto de 2022


Antes odiaba trabajar de camarero, pero a la vuelta de las vacaciones, supliqué que me readmitieran. Necesitaba distraerme. Por suerte, mi jefe me hizo un hueco en la plantilla. Vamos, que el puesto seguía vacante.

Gracias a servir cervezas y a la atención psicológica que nos proporciona un profesional recomendado por Federico, el asistente de Lourdes, estoy mejorando. Ya apenas tengo pesadillas con César y durante los días, las rayadas han disminuido.

Los fantasmas se están esfumando.

El único que no logro ahuyentar es el de Andoni. Este aún me ronda. Lo siento en cada nube de humo que respiro, cliente con ropa deportiva que veo, gimnasio por el que paso... En todos esos casos, el malote de los Ibarra se materializa a mi lado. Otras veces a mis neuronas les basta con reproducir su voz, haciendo hincapié en palabras como «tío», «tú», «hey» y el famoso «Piolín».

Desde el funeral no ha habido ni un solo día en el que no haya pensado en él, en su chulería; vibrante voz ronca; cautivadores ojos oscuros; e incluso fantaseo con sus abdominales y bíceps, esos tan fuertes como la hostia que siempre supe que me llevaría.

Y aún así, no me aparté de él.

El corazón puede ser caprichoso y sentirse atraído por aquellos destinos que sabe que lo consumirán. Es algo que he aprendido del nuevo psicólogo.

Este también me hace ver que poco a poco pasaré página. Como hice con Manu, a quien el otro día le serví un café y —como si de una broma del universo se tratara—, quiso ligar conmigo. Me dio tanta pereza, que ni siquiera articulé palabra. Solo lo hice cuando llegó Rosa y le conté el chisme al completo. Luego Manu también intentó tener algo con ella, y esta lo despachó sin titubear.

Otro de los temas tratados en terapia, es la amistad. Sé que mis relaciones no son perfectas, aún hay mucho en lo que trabajar, pero puedo afirmar que Rosa y Elena me están ayudando a sanar. Cada tarde-noche, al terminar la jornada, estas me reservan una silla en una de las mesas del bar. Nos reunimos y entonces nos desahogamos.

Es mi momento favorito del día, y al fin ha llegado.

Al completar mi turno, doy con ellas en un pequeño rincón del establecimiento, entre la cristalera y un ficus de plástico, espacio al que me aproximo rápidamente.

—Hooola —las saludo.

—¡Amore! ¿Cómo ha ido el día? —me recibe Ross.

—He sobrevivido. —Me acomodo con un refresco—. ¿Vosotras?

—Bien —afirma Elena, sin demasiado detalle.

Desde luego que su fuerte es expresarse sobre el papel.

—Yo tengo un nuevo patrocinador para el podcast —nos cuenta Rosa—. Es una empresa de cafés fríos así que, Izan —me avisa—, que no te extrañe si luego te pido un frappe.

—Pídelo. —Me encojo de hombros—. Total, no sé prepararlo.

A Rosa le va increíblemente bien en lo de hacerse un hueco en el mercado del entretenimiento. Suele vacilar con que tiene una hada madrina. Y a Elena tampoco le va nada mal. Pese a que evita hacer alarde de ello, está a punto de dar el salto al mundo editorial. Me alegro mucho por ellas.

—Es genial que estéis triunfando.

—No es para tanto —contesta Elena.

Mientras Rosa ladea la cabeza, muy lentamente, y con la mirada perdida.

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El último amanecer de agosto (en librerías y Wattpad)Where stories live. Discover now