47. ISABELLA CONOCE A SEBASTIÁN

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Creí que ver a Alexander esta noche me sería difícil debido al golpe de realidad que me propinó Roberto al reconocerlo, pero no. La verdad es que me encuentro disfrutando de este momento con su familia y riendo de las anécdotas que me comparten.

—En nuestra defensa, no sabíamos que demoraría tanto en desaparecer esa cosa —dice Alexander en voz alta, llegando hasta mí y tomándome por la cintura para besar mi cuello.

—Creo recordar que esa fue la época en que más golpeé chicos en el instituto —dice con orgullo un hombre a su lado, quien deduzco es Sebastián—. Te citaron tantas veces en la dirección ese año, fue mi récord.

Todos reímos, menos el padre de Sebastián.

—Sí, tu madre me culpó de todo ahora que lo recuerdo —dice el señor Ronald, haciendo cara de que había olvidado esa parte de la historia—. Me mandó a la habitación de huéspedes hasta que solucioné ese problema.

—Isabella, este es mi nieto Sebastián y tu misión será ayudarle a conseguir una novia bonita como la muchacha que te visitó hace un rato —Sonrío ante el comentario del abuelo, pero me sigue dejando un mal sabor de boca—. Ya es hora de que llenen esta casa de niños.

—Gusto en conocerte, Isabella. Sí, soy su nieto Sebastián, pero no tienes que ayudarme a conseguir novia —luego mira al abuelo—. Ya hemos hablado de esto.

Estoy de acuerdo con Sebastián, un hombre como él no necesita que le ayuden a conseguir mujer. Sebastián tiene facciones muy parecidas a las de Alexander, pero es más blanco y alto e indiscutiblemente debe ejercitarse más. Creo que puede competir con el tal Roberto en cuerpo y puede que le gane.

—¿Dónde está mamá? —pregunta Sebastián, mirando para todos lados.

—Fue por servilletas a la cocina y no sé qué más —responde su padre, acercándose al asador para girar la carne.

—Parece que ustedes eran terribles —digo, girando entre los brazos de Alexander para poder besarlo.

Extrañé esos labios aunque sé que no debería y siento que me derrito cuando me responde el beso de forma tierna. Unos cuantos sonidos de carraspeo nos hacen reír.

—Ignóralos, eso es envidia —dice Alexander para luego volver a besarme.

—Voy por mamá, seguro y no trae cerveza —dice Sebastián antes de desaparecer rumbo al interior de la casa.

Por la advertencia que me había hecho la noche anterior Alexander, esperé que el tal Sebastián fuera alguien hosco de trato, pero es todo lo contrario. Una vez que te acostumbras a su apariencia, quizás un poco intimidante, resulta alguien agradable, hasta simpático. Lo descubrí un par de veces mirándome, pero fue diferente al tipo de miradas que me regaló esta mañana Roberto. Es casi como si me estuviera evaluando.

Alexander me deja por un momento en compañía de todos y mientras el abuelo y los padres de Sebastián se enfrascan en una extraña conversación sobre presionarlo o no para que se organice, no puedo esconder mi sonrisa ante las miradas de fastidio que les hace el hombre a los mayores, quienes insisten en continuar la conversación como si él no estuviera presente.

—¿Qué les está pasando a ustedes hoy? Se están comportando como unos desquiciados —toma su plato con lo que tomó del asado y se aleja rumbo a la mesa en que me senté con Cloe hace unas horas.

—Recuerdo que mi hermana pasó por una situación parecida hace algún tiempo —levanta su mirada de enojo del pobre plato y la posa en mí—. ¿Puedo sentarme? No tengo mucho que opinar en esa conversación —digo señalando con la cabeza hacia los mayores del grupo.

Me vuelve a mirar de manera extraña, pero sigo sin identificar qué quiere decir esa mirada. Solo sé que no me siento atacada.

—Como quieras —responde por fin—. No sabía que tenías sobrinos.

Me sorprende el comentario, teóricamente no debería saber nada de mí, pero le resto importancia pensando en que de pronto habló con el abuelo.

—Y no la tengo, mi hermana peleó con mamá y se fue de la casa. Mamá no le pedía un nieto, solo que se casara —no puedo evitar que mi mente me transporte al momento en que presencié esa pelea.

Recuerdo que Rebecca le gritó a mamá que si le estaba estorbando, ella se iba. Mamá lloró mucho después de eso. Tiempo después, ella se organizó con su novio, pero la relación fracasó dos años después, eso fue hace casi un año. Siento que me pican los ojos y se humedecen un poco al recordar todo lo que lloró mi hermana después de eso.

—Se ve que la quieres mucho —dice el hombre, sorprendiéndome con una sonrisa genuina—. Supongo que debe ser bonito tener hermanos.

—Pero tú tienes primos y por lo que escuché hace un rato, eran casi hermanos los tres —me arrepiento casi de inmediato al decir eso, pues la sonrisa que me había regalado se borra casi instantáneamente—. Lo siento, no debí preguntar.

Sebastián me regala una sonrisa algo triste y solo dice:

—No hay problema, lo único que pasó fue la vida, crecimos y debimos afrontarla, solo eso —se levanta—. Fue un gusto conocerte, Isabella. Antes no tuve la oportunidad de felicitarte, felicitarlos —se corrige ahora mirando a Alexander, quien se para detrás de mi silla y pone sus manos en mis hombros—. Ya me voy, pero les estoy debiendo un regalo apropiado.

Camina hasta Alexander y le dice algo en voz baja que no alcanzo a escuchar.

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—Y ¿qué tanto hablabas con Sebastián? —pregunta Alexander mientras nos preparábamos para descansar.

—Nada en especial, solo que estaba ofuscado por la insistencia de los mayores para que consiga pareja. Así que le conté que pasó algo parecido en mi familia, para que sepa que eso es casi un tema obligatorio en casi todos los hogares.

Alexander detiene lo que está haciendo y me mira.

—No me gusta que Sebastián conozca cosas de tu familia que no me has contado a mí —suena ofendido, así que sonrío por los celos tontos que demuestra.

—Ya te cuento, pero primero quiero que hablemos de temas más urgentes.

Su cara de ofendido no desapareció hasta que yo empecé a tocarle los diferentes puntos del día, iniciando por conocer al pie de la letra las instrucciones que le dio a Roberto, la impresión que causó y saber la posibilidad de que él hubiera hecho algo indecente conmigo. Alexander asegura que confía al cien por ciento en Roberto y que él no me tocaría, que su orden fue clara desde que me vio, le dijo que yo sería su esposa.

Me ratifica que yo tengo el mismo poder que él, pero que Roberto es su hombre de confianza y que por eso le puede encomendar lo que sea y que yo puedo hacer lo mismo.

—No creí que lo recordaras —confiesa—. Debiste haberte asustado hoy.

Uso su brazo como almohada mientras hablamos y mis uñas se deslizan por sus pectorales de forma suave.

—Cuando algo te asuste o tengas dudas de algo, no dudes en llamarme o contarme, eso es muy importante, Isabella. No puedo decirte que no volverás a estar a solas con Roberto, nuestra seguridad depende de él, es imposible —toma mi mentón entre sus dedos y me hace mirarlo—. Por eso quiero que tengas en mente que lo que tú le pidas, él lo va a hacer. Nadie, Isabella, nadie, ni mi propia familia tiene derecho a asustarte, menospreciarte o hacerte sentir mal de ninguna forma, eso es un insulto a mi persona, ¿me hice entender?

Asiento lentamente con la cabeza. No estoy segura de lo que me hace sentir ese comentario, pues por un lado creo que quiere hacerme sentir bien, pero por el otro suena a jefe mafioso de película hollywoodense.

—Quiero pedirte una cosa, mi amiga Cloe...

Resumiendo la historia, me dijo que sí, puedo entrar a trabajar con mi amiga y eso me pone feliz.


NOTA DE AUTOR

Hola grupo, les acabo de dejar una sorpresa.  Acabo de publicar un primer capítulo de otra novela, una hermanita de esta y creo que les puede interesar saber quien es el protagonista de esa.  Espero sus comentarios.


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