CAPÍTULO 2

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El estridente ruido de la alarma me hizo sobresaltarme de la cama. Las sábanas cayeron hacia el suelo y tuve que cerrar los ojos para encontrar de nuevo mi respiración.

- Killyan, no llegues tarde tu primer día, por favor. - escuché decir a mi madre escaleras abajo.

Caí de nuevo sobre la cama y gruñí con fuerza. No había peor cosa que ser nuevo en una ciudad y empezar de nuevo en un instituto.

Estaba a punto de empezar en un instituto completamente solo, en una ciudad desconocida para mí. Las emociones se mezclaban dentro de mí, desde la emoción de una nueva etapa hasta el miedo de lo desconocido.

Me sentía como si estuviera a punto de dar un salto al vacío, sin saber qué me esperaba al otro lado. Todo lo que conocía hasta ese momento se había desvanecido, y me encontraba frente a un nuevo comienzo, con la incertidumbre como única compañía.

La sensación de no conocer a nadie en ese nuevo lugar. Mis amigos de toda la vida quedaron atrás, y me enfrentaba al reto de hacer nueva gente, de encontrar mi lugar en ese nuevo entorno.

¿Sería aceptado por los demás? ¿Encajaría en ese nuevo lugar?

Mis pensamientos estaban plagados de dudas e inseguridades. ¿Cómo me presentaría a los demás? ¿Qué pensarían de mí? ¿Y si no lograba adaptarme a ese nuevo instituto? Todas esas preguntas daban vueltas en mi cabeza, sin encontrar respuestas claras.

- Todos luchan por seguir modas, por integrarse a grupos donde tengan el mismo gusto, por igualar el ritmo de vida de alguien más y alcanzar semejanza con aquellos que admiran. Pero la verdadera esencia de una persona, está en lo que le hace diferente al resto.

Sacudí la cabeza mientras me volvía a incorporar sobre la cama. No debía recordar cosas de papá. Debía tacharlo de mi mente. Como él hizo cuando decidió acostarse con esa mujer y abandonar a su familia por una nueva.

Me dirigí hacia el armario y escogí unos pantalones de chándal negros junto a una camiseta y sudadera del mismo color.

Mientras me quitaba la camiseta de pijama, fijé mis ojos en el tatuaje que tenía en el pecho, del cual nadie sabía nada. Ni siquiera mi madre. Era mejor que nadie supiese del significado de aquello. No cuando se trataba de ellos....

Me puse unas zapatillas y traté de acomodar mi rebelde flequillo como pude, pero me rendí, como siempre.

Desde las escaleras, se podían escuchar los ruidos y golpes de las sarténes y cacerolas, al igual que de puertas de armarios.

- Mamá, ¿sigues viva? - pregunté, sobre todo aquel barullo de cajas, platos y jarrones de cristal.

- No te rías de mi. Aún me cuesta tener que hacerlo todo sola - farfulló.

Me dolió escucharla decir eso. Al final, solo nos teníamos el uno al otro.

- ¿En qué te ayudo? - Me subí las mangas de la sudadera hasta los codos.

- En nada..

- Pero, mamá...

- Tienes que estar en el instituto a las 7 en punto y faltan 10 minutos, Killyan.

Me quedé mirándola durante unos segundos hasta que entendí lo que me quería decir :

- ¿Llegamos tarde, no? - supuse.

Asintió suspirando y accioné mi cerebro para subir las escaleras a toda prisa por mi mochila.

- ¡No te he preparado desayuno! - gritó, con voz apurada desde abajo.

- No pasa nada. Comeré algo en la cafetería.

Guardé un par de libretas y bolígrafos en la mochila y agarré el libro Noches Blancas, de Fiódor Dostoievski, de la mesita de noche.

Te esperaré a media noche. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora