Capítulo cinco. Una noche movida

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Mar expuso a la tripulación que debíamos aguardar por un dinero y se metió en su camarote. Tras un buen rato, irrumpí para advertirle. Estaba profundamente dormido.

—¡Capitán, ha venido la muchacha!

Cuando despertó, escuchó alboroto y gritos en cubierta. Al asomarse medio dormido por la portilla, se topó con Inés, la hija del gobernador de Isla Jardín, que blandiendo una espada se protegía de la tripulación. Los hombres la azuzaban y gritaban cosas del estilo de "tira la espada, y ven conmigo", "¡Cuidado no te pinches!"...

Algunos piratas la hostigaban con estocadas. Ella las paraba y retrocedía, hasta que, ante un brutal ataque coordinado por parte de dos piratas, se defendió, partiendo la nariz de uno de ellos con el mango de la espada y llevando el filo al cuello del otro. La tripulación rugió a la expectativa, pero un disparo al aire acabó con el espectáculo.

—¿Qué griterío es este? —preguntó Mar con la pistola humeante en la mano.

—Ha traído el dinero, pero se negaba a abandonar el barco —explicó Antonio, el pirata calvo al que aún amenazaba la muchacha espada en cuello.

—¿Y por qué no me lo habéis notificado?

—¡No quería bajar del barco! Y pensé...

—¡Pues no pienses tanto! —le regaño—. ¿Dónde está el dinero?

—¡Aquí está! —exclamó Jack, el barbudo, exhibiendo una tela repleta de monedas.

—¿Habéis venido sola?

—Han tirado a mis dos soldados al agua. Huyeron para salvar la vida, pero pronto regresarán con refuerzos.

—No deseo una escaramuza con vuestros hombres, partiremos antes de que vuelvan. Está bien, señorita, bajad la espada —Y tras esperar a que, indecisa, depusiese el arma, continuó—. Aunque aprecio vuestro valor, debo insistir en que abandonéis mi nave.

—¡Ni loca! No os voy a consentir que... —Mar gesticuló con disimulo para silenciarla. Ella, sin comprender muy bien que pasaba, se calló—. Os advierto que si me dejáis en tierra avisaré a mi tía para que no podáis robarla el cuadro.

Mar se detuvo meditabundo.

—Está bien, pasad a mi camarote. Seréis mi invitada.

Los piratas gruñeron al unísono, pero como siempre, fue Antonio el que se adelantó para refunfuñar:

—Yo también querría tener invitadas, pero no podemos enrolar mujeres en los barcos, está en contra de lo acordado.

—Es una mujer, pero desde luego lucha mejor que tú. Quizás debí dejar que acabara contigo —respondió secundado por las burlas de la tripulación—. Será un trecho corto, y la necesitamos para el siguiente trabajo.

—Ya nos impuso al niño —añadió señalándome—. ¡Una mujer ya es demasiado!

—Como capitán, yo dispondré si es demasiado no —aseguró Mar de malos modos, y empuñando su espada sin desenfundar continuó—. Esta noche hemos conseguido dinero, ahora, zarparemos rumbo al Islote del Cuervo y luego a Isla de Fuego. Allí os finiquitaré mejor aún de lo convenido: cincuenta piezas de a ocho por cabeza —Los piratas rumorearon asombrados—, pero para ello, hay que acarrear con la señorita sin ocasionarla el menor daño, ¿conformes?

—¡Señor! —se entrometió Jack con el dinero en mano—. A mi entender, creo que no es bueno tener una mujer a bordo, pero si me prometéis otra como esta —añadió agitando la talega de las monedas—, os garantizo que no me importaría cargar con el mismísimo Lucifer.

Los piratas le secundaron con gruñidos. Después se dispersaron, dejando sólo a Antonio.

Mar abrió la puerta del camarote invitándola con un gesto. Inés entró de mala gana. Una vez dentro, cerraron la puerta y Mar se llevó un dedo a la boca.

—¡Estáis loca! —le susurró con tono de chillido—.¿Cómo se os ha ocurrido venir?

—Es el dinero de mi padre. ¡Me pertenece!, y no pienso consentir que nos lo robes —respondió iracunda.

—¿Ah, sí?, y cómo lo vais a evitar, peleando sola contra toda la tripulación.

—¡Si es necesario, así lo haré! No subestiméis mi sable por el mero hecho de que sea una mujer. Os acompañaré por el oro, y si es preciso, acabaré con toda vuestra tripulación para llevarme mi décima parte.

—Debería arrojaros al agua ahora que aún estamos cerca de la orilla.

—Si lo hacéis os aseguro que...

—¡Ya sé, ya sé! Avisaréis a vuestra tía para que no pueda robarle el cuadro. Ya veremos mañana, cuando el enojo se os pase y os despertéis en mitad de mi tripulación, si seguís pensando que ha sido una buena idea el venir. ¡Recordad, no puedo aseguraros vuestra seguridad a bordo!

—¡No necesito vuestro resguardo!

—¡Claro que lo necesitáis! Si os saltáis las normas los hombres os pasarán por la quilla... ¡o algo peor! Una cosa os ha de quedar clara, mientras viváis en este barco yo soy el capitán. Acataréis mis órdenes o seréis arrojada al mar; y mis normas son las siguientes: permaneceréis en esta habitación y no tocaréis nada. Si os veo husmeando, buscando los otros cuadros o poniendo nerviosa a la tripulación, iréis al mar. ¿Entendido?

—Entendido.

—Pernoctaréis en mi catre, a mi lado, y no saldréis sola de la habitación.

—Ahora veo vuestras auténticas intenciones —aseguró recelosa.

—No os preocupéis, me comportaré como un caballero, pero si mi ofrenda no es de vuestro gusto, podéis buscar otro rincón donde dormir —añadió mientras se tumbaba.

Inés buscó donde sentarse, pero tras quitar un par de telarañas y no encontrar un sitio mínimamente limpio, se rindió al catre. Mar la miró con cara de conformidad mientras se despojaba de las armas: depositó la pistola bajo el almohadón y colocó la espada a un lado. Inés contempló el arma, reconociendo la empuñadura de plata.

—¡Es la otra hermana! La espada que busca mi padre.

—Así es.

—¿Y por qué no le avisasteis de que la teníais?

—No todo lo de este barco está en venta, señorita. Pero será mejor que no mencionéis el valor de mi espada a la tripulación. ¡Ah!, y muy importante: suceda lo que suceda, no habléis del oro ¿entendido?

—¿Vuestra tripulación no conoce la historia del oro?

—¡Por supuesto que no la sabe! Y por nuestro bien, conviene que continúe así. Vamos a dormir.

Inés permaneció con los ojos abiertos, observando cada crujido. Al poco, con un leve grito, avisó al capitán, que miró a todos lados sin encontrar nada.

—¿Qué sucede?

—¡Hay algo ahí!

—Es Marqués, mi perro.

Marqués asomó el hocico al oír su nombre.

—¿Un perro? Es diminuto.

—Séde sobra como es. Dejadme dormir ya, mañana debemos madrugar: hay mucho quehacer.

EL CAPITÁN MAR Y EL SECRETO DE LOS TRES RETRATOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora