CAPÍTULO 14. LAS SOMBRAS DEL ODIO (PRESENTE)

75 9 7
                                    

Bosque de Dean, 28 de Septiembre de 1894.

El amanecer irrumpe por la ventana como una mano suave que acaricia mi rostro con los primeros rayos de sol. Por un momento, pienso que todo lo que sucedió ayer no ha sido más que un sueño, pero en cuanto abro los ojos y echo un vistazo a mi habitación de la cabaña del bosque, comprendo que sucedió de verdad: he ayudado a un peligroso fugitivo, que encima es mi exnovio, a fugarse delante de las narices de las autoridades, y de Ominis...

Camino hacia la ventana y me detengo un segundo para observar el exterior. Allí está él, sentado en la orilla del lago, el vapor de su aliento se mezcla con el frío aire de la mañana. Sostiene un cigarrillo encendido entre sus dedos y su mirada permanece fija en el agua, como si buscara algo que no encuentra.

Me visto rápidamente y salgo al exterior. El aire fresco del bosque llena mis pulmones, revitalizándome de una manera que hacía tiempo no sentía. Es como si cada inhalación me recordara lo que significa estar viva. Avanzo con paso firme, aunque en mi mente no dejo de preguntarme cuánto tiempo ha pasado él sin sentir algo tan simple como el sol calentando su piel, o el aire puro llenando su pecho.

Cuando llego a su lado, no digo nada al principio. Solo me siento junto a él, dejando que el silencio hable por nosotros. El lago está en calma, su superficie es un espejo que refleja el cielo pálido, roto solo por el ocasional chapoteo de un pez. Es una tranquilidad engañosa, lo sé. Porque en medio de esta paz, está la tormenta que es Sebastian, siempre presente, siempre acechando.

—¿Desde cuándo fumas? —pregunto finalmente, sin apartar la vista del lago. Las palabras salen de mi boca antes de poder detenerlas. Tal vez sea la simple necesidad de romper el silencio, o tal vez una preocupación genuina que se esconde tras el tono casual.

—Empecé en Azkaban. Me ayudaba a... soportarlo —responde, su voz es un susurro que lleva consigo un peso que conozco demasiado bien. No me atrevo a mirarlo, no todavía. La mención de Azkaban trae consigo recuerdos que preferiría dejar enterrados, tanto suyos como míos.

—Deberías dejarlo —sugiero, casi sin pensar. Las palabras salen con un aire de despreocupación que no siento.

—Claro, madre —responde con una sonrisa que casi puedo escuchar, y eso me obliga a mirarlo. Me encuentro con sus ojos, ese chocolate oscuro y profundo que alguna vez me atrajo, ahora cargado de sombras.

—A nadie le gusta besar un cenicero —comento, y aunque trato de sonar indiferente, mis palabras cargan más de lo que quería admitir. La tensión entre nosotros es como un hilo tirante que podría romperse en cualquier momento, y siento su mirada sobre mí, intensa y pesada.

—¿Tienes intención de besarme? —pregunta, levantando una ceja, y por un segundo veo la chispa de arrogancia que siempre lo ha caracterizado, esa seguridad que raya en lo insoportable.

—Por supuesto que no. ¿Se puede saber qué te hace pensar eso? —respondo rápidamente, más rápido de lo que debería. Mi tono es cortante, pero no puedo evitar que mis labios se tensen en lo que podría ser una sonrisa nerviosa. Maldición, ¿por qué siempre logra ponerme así?

—Tu preocupación —responde, sonriendo con esa maldita arrogancia que me hace querer abofetearlo tanto como... bueno, otras cosas.

—Pues no, Sebastian, en absoluto tengo intención de besarte —digo tajantemente, más para convencerme a mí misma que a él.

—Bueno, si cambias de opinión... —deja la frase en el aire, como si fuera una broma, pero hay algo más allí, algo que se esconde detrás de su tono ligero.

—¿Dejarías de fumar? —pregunto, alzando una ceja, incrédula. Estoy siguiendo su juego, lo sé, y eso me irrita, pero no puedo evitarlo.

—Sería una motivación —se encoge de hombros, en tono despreocupado.

Reina de Sombras (Sebastian Sallow / Ominis Gaunt)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora