Capítulo 4: tormenta solar

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     Las semanas pasaban volando y, a pesar de la alegría que sentía Gaston, la actitud de Amélie empezaba a preocuparle. Últimamente se comportaba de manera extraña y distante, pero cada vez que el chico intentaba hablar con ella para conocer el motivo, esta lo ignoraba y hacía oídos sordos.

     Por ello, el adolescente decidió al cabo del tiempo que era mejor dejarlo estar y actuar como si nada pasara. Sin embargo, aquel día en el que para merendar los cocineros les dieron una especie de gominolas multicolores y Amélie obligó a Gaston a no comerse ni una, al igual que ella, su actitud empeoró mucho.

     Una noche, el chico consiguió convencerla de subir a la azotea para mirar las estrellas. Desgraciadamente, la chica no tenía ninguna intención de hablar, así que el adolescente la obligó a hacerlo mediante una pregunta.

     —Mélie, yo te he contado por qué mis padres me pusieron el nombre de Gaston, pero la historia del tuyo no la conozco. ¿Podrías decírmela? —Giró la cabeza para mirarla y ver su reacción y, aunque al principio parecía que se iba a quedar en silencio, finalmente cogió aire y comenzó a contársela.

     —Verás Extranjerito, mi madre siempre has sido una enamorada del cine francés antiguo. Buscaba por todos los continentes del planeta para encontrar todos los CDs que pudiera. Una de ellas le gustaba especialmente. La película era del año 2001, y llevaba mi propio nombre. Se llamaba, como ya sabrás, Amélie. Trataba la vida de una chica parisina que vivió encerrada toda su niñez y adolescencia en casa, debido a los temores de su padre sobre el peligro que él creía que había en el exterior.

     >>A los veintidós años, se fue de casa y comenzó a trabajar como camarera en una cafetería de Montmartre, un barrio de la capital. Para resumirlo todo un poco, encontró en el baño una caja llena de juguetes y otros artículos de infancia. La muchacha decidió que, costara lo que costase, conseguiría devolverla a su dueño. Lo consiguió, y el hombre recuperó la felicidad. Amélie siguió realizando actos para que otras personas encontraran también la felicidad. Finalmente, buscó la suya, hallándola en su enamoramiento con un chico muy particular. Y bueno, esa es la historia de mi nombre. 

     —Guau —fue lo único que pudo comentar sobre la historia de la joven.

     —Bueno, Gaston, me toca a mí, ¿Tienes alguna frase que te encante?

     —Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos —no dudó ni un momento al recitar el fragmento de su libro Le Petit Prince.

     —¿El Principito? Eso ha sido completamente inesperado —se quedó callada unos segundos y giró la cabeza para mirar a la cara a su mejor amigo. Había adoptado una expresión seria-. Extranjero... acompáñame.

     —¿A dónde? -cuestionó el adolescente.

     —Lo descubrirás cuando lleguemos allí.

* * * *

     Gaston miró a su alrededor, asustado. Habían salido de la "zona humana", y ahora se encontraban en la parte de la ciudad alienígena. Caminaba a buen paso al lado de Amélie con cuidado de no tropezar con nada, sin saber aún a dónde le llevaba su amiga. 

     Por el contrario, el chico permaneció en absoluto silencio, sin cuestionar nada, ya que temía que alguien los descubriese.

     La chica al fin paró delante de una complicada construcción metálica de aspecto importante. Se acercó a una ventana tintada e hizo un gesto con la mano para que su amigo se acercara.

     Este obedeció y pegó la oreja al cristal, tal y como había hecho la adolescente. La voz del líder alienígena se coló en su oído. Para su sorpresa, hablaba en inglés:

     —Como ya hemos aclarado, caballeros, deberán hacer lo que les hemos propuesto, porque si no...

     —¡Lo sabemos! —exclamó otra voz, que le pareció muy familiar a Gaston—. Pondremos en funcionamiento todas nuestras centrales nucleares pero, por favor, no les hagan daño.

     —Muy bien —sentenció el extraterrestre—, en ese caso, pilotos, llevadlos a su planeta. Estoy seguro de que sus últimos días en la Tierra serán muy... ajetreados. Disfruten de las auroras boreales.

     De repente, Gaston descubrió al portador de la voz masculina: era el presidente de Francia. Apartó las dudas que se le empezaban a cuestionar cuando su amiga tiró de su brazo y le obligó a correr como ella. 

     Después volvieron al edificio francés. En cuanto se encontraron en él de nuevo, Gaston la llevó a un rincón y habló casi en susurro y con gran esfuerzo, debido a la carrera que acababan de hacer:

     —Amélie, ¿Qué... ha pasado? ¿Qué era esa conversación?

     La chica rehuyó la mirada del chico y la posó en el suelo, haciéndose la tonta. El chico casi volvió a pedirle explicaciones, pero no hizo falta, ya que, aún sin levantar la vista, la adolescente contestó:

     —Verás, este planeta no es tan maravilloso como nos lo pintan. Básicamente, somos rehenes, nos han engañado a todos los humanos y pretenden acabar con el planeta Tierra. Lo que no sé es cómo...

     —Una tormenta solar.

     —¿Perdón?

     —Que así acabarán con el planeta. Una tormenta solar acabará con todo lo que funciona a base de electricidad. En las centrales nucleares, las sustancias radioactivas tienen que estar constantemente en agua fría y, si la electricidad hace "pum", los gases radioactivos saldrán de la central y se expandirán por todo el aire, provocando la muerte casi asegurada de todos los humanos. Por eso ha dicho lo de las auroras: aparecerán no sólo en los extremos del planeta, sino en todas partes cuando la tormenta solar llegue allí.

     —¿Cómo sabes todo eso?

     —Mi abuelo fue profesor de Sociales. Se llamaba Fernando, y llamaba a esta catástrofe de otra manera: un "pedo" solar, decía él.

     Amélie arqueó una ceja. Antes de poder hablar, un ruido a sus espaldas los sobresaltó. Se giraron y se encontraron con el alienígena que el primer día los guió hacia su "hogar". Iban a empezar a correr, pero él comenzó a hablar apresuradamente:

     —¡No os vayáis! Os he visto corriendo hacia aquí. Yo he estado en esa reunión, y estoy en contra de mi líder. Os ayudaremos.

     —¿Por qué usas el plural? —cuestionó Gaston.

     —No soy el único que quiere ver desaparecer a ese tirano que se hace llamar líder. La tormenta solar llegará en dos días. Si queréis salvar a los humanos de la Tierra, debemos irnos ya.

     —Mélie, yo voy con él. 

     La chica lo miró con indecisión, pero finalmente le dio la mano y siguieron al extraterrestre al exterior.

     —Chicos, vamos a por los refuerzos. Seguidme en completo silencio.

     Ellos obedecieron y corrieron tras él. Tras un rato de absoluto silencio, un repentino estruendo sobresaltó a los tres individuos.

     —¡Cuida...! —el extraterrestre no pudo terminar la advertencia, puesto que Gaston notó un dolor agonizante en la espalda. Empezó a chillar cuando una descarga eléctrica que le sacudió todo el cuerpo lo tiró al suelo. No se había desmayado, pero casi.

     A su lado, Amélie lloraba y chillaba, preocupada por su amigo. Gaston sabía lo que iba a pasar: iba a morir. Lo sentía en todo su cuerpo, se lo pedía para dejar de sufrir y decidió cumplir su deseo, no sin antes despedirse de la muchacha.

     —Mélie... —susurró—. Salva el culo de la humanidad del "pedo" solar.

No pudo oír lo que dijo a continuación su amiga, puesto que los ojos se le cerraron y su corazón dejó de latir.

Veinte años luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora