capitulo 8

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Se encontraba en la oficina de su mansión, mirando por la ventana mientras sus pensamientos vagaban por su pasado. Era inevitable que, de vez en cuando, su mente la llevara de regreso a su infancia, a esos días llenos de risas y travesuras. Un recuerdo en particular vino a su mente, uno que siempre lograba sacarle una sonrisa.

Tenía apenas cinco años y todo en su mundo era del color rosa. Esa tarde, su padre, el siempre serio y respetado doctor, se encontraba sentado frente a una pequeña mesa en su habitación. Llevaba una diminuta corona dorada en la cabeza, cortesía de su hija, quien estaba emocionada por tener una fiesta de té. Reece sonreía pacientemente mientras sostenía una taza de juguete entre sus manos, fingiendo sorber el té imaginario que su hija le servía.

-Papi, ¿quieres más té? -preguntó Atenea, sus ojos grises brillando con entusiasmo.

-Por supuesto, princesa -respondió inclinándose hacia adelante para que ella pudiera rellenar su taza. El simple gesto la hacía sentir importante, y eso era todo lo que él deseaba.

De repente, la puerta se abrió y entraron Alex Morgan y su hijo, Christopher. Ambos se detuvieron en seco al ver la escena: Reece Morgan, el implacable coronel y doctor, sentado en una diminuta silla rosa, con una corona en la cabeza y una taza de té en la mano.

-¿Qué tenemos aquí? -dijo Alex, con una sonrisa burlona en los labios-. Nunca pensé que te vería con una coronita, hermano.

Reece levantó la vista, sin inmutarse. -Todo sea por mi princesa -dijo con serenidad, antes de darle un sorbo al "té".

Atenea, al ver a su tío y su primo, sonrió de oreja a oreja. Sabía que tenía el poder de hacer que ambos se unieran a su fiesta de té.

-Tío Alex, Christopher -dijo con una voz dulce pero firme, mientras les señalaba dos sillas vacías-. ¡Vengan a tomar té conmigo y papi!

Christopher, que solo tenía siete años en ese entonces, frunció el ceño.

-No quiero jugar a eso -protestó, mirando a su tio en busca de apoyo.

Alex se cruzó de brazos, divertido. -Me parece que Atenea está a punto de tener uno de sus berrinches, hijo. Sabes lo que eso significa...-

Los ojos de Atenea comenzaron a brillar con esa mezcla de travesura que su familia conocía tan bien. Reece levantó una ceja, dándole una mirada significativa a Alex, como diciendo: "Tú lo pediste".

Finalmente, Alex suspiró, cediendo a la súplica silenciosa de su sobrina. -Está bien, pero solo un ratito -dijo, tomando asiento en una de las diminutas sillas, que crujió bajo su peso.

Christopher, aunque reacio, siguió el ejemplo de su padre, sentándose al otro lado de la mesa. Atenea aplaudió con entusiasmo y, con su mejor sonrisa, les sirvió a ambos una taza de té imaginario.

-Ahora son parte de mi reino -anunció con orgullo, ajustando la corona en la cabeza de su padre-. Y como reina, yo mando.

Christopher tomó la taza de juguete, aún no muy convencido, pero al ver la sonrisa en el rostro de su prima, decidió seguirle el juego.

-Sí, Su Majestad -dijo antes de llevarse la taza a los labios.

Atenea, satisfecha, se sentó en su trono una pequeña silla decorada con flores y levantó su taza para brindar.

-Por la mejor fiesta de té del mundo-.

Y así, en esa habitación decorada con el rosa más vibrante, los Morgan compartieron un momento que, aunque pequeño y aparentemente insignificante, quedaría grabado en la memoria de Atenea para siempre.

Deseo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora