CAPITULO CUATRO: OSCURIDAD

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Era pequeña otra vez, tan pequeña que mis brazos apenas podían cargar dos de los pesados libros que el abuelo me había pedido llevar al jardín. Él trabajaba en su banco favorito, frente al balcón de la abuela, que a lo lejos atendía sus rosas blancas. Yo, en cambio, intentaba descifrar el latín en uno de los libros de hojas amarillas y lomo desgastado del abuelo.

—¿Qué significa "Tenebrae"? —arrugué la nariz y levanté la vista, buscando en el rostro de mi abuelo la respuesta. Él me sonrió, y por un momento ese aire de gobernante y rey, con su túnica negra y ceño fruncido, se desvaneció en la brisa salada de Alba.

—¿Qué crees que significa, mi pequeña flor?

El césped me hacía cosquillas en las piernas bajo el vestido mientras contemplaba la palabra bajo mi dedo, rodeada de más palabras en latín: "Tenebrae in mundo exstiterunt antequam lux creata esset, antequam veniret ut eam deiceret, et quamvis ab ea fugere vellemus, tenebrae semper locum suum in mundo invenient."

—Creo que significa algo oscuro, algo de lo que no podemos escapar —respondí, buscando en su rostro la validación, como siempre lo hacía. Porque yo era su pequeña flor, y porque cuando él sonreía, me recordaba tanto a mi padre.

Él ensanchó su sonrisa, dejó a un lado su libro verde, el de cuentos de hadas e historias de nuestros ancestros, con el bolígrafo aún dentro, y caminó hacia mí para sentarse en el césped a mi lado. El sol de primavera, que brillaba sobre nuestras cabezas, nos envolvía en su calidez, protegiéndonos de la brisa del mar.

—Estás en lo cierto, mi pequeña flor. ¿Quieres que te lea lo que dice aquí? —Asentí—. Recuérdame decirle a tu padre que debemos empezar con tus lecciones de latín cuanto antes.

—Papá ya practica conmigo —respondí, con firmeza—. Dice que, aunque solo tengo cinco años, debo aprender a leer en los dos idiomas antes de que tú le digas que debo saber latín. —Apreté mi pequeño dedo contra su pecho.

Mi abuelo soltó una carcajada suave, acariciando delicadamente mi cabeza. Sus arrugas se suavizaron al hacerlo. Me amaba, me había amado.

—Aquí dice: "La oscuridad existió en el mundo antes de que la luz fuese creada, antes de que viniera a derrocarla. Y aunque intentemos huir de ella, la oscuridad siempre encontrará su lugar en el mundo."

La Amity de aquel entonces, con solo cinco años, derramó una lágrima al oír sus palabras, mientras la Amity del presente, tirada en el asfalto frío de Valencia, hacía lo mismo por aquel rey que había perdido seis meses atrás.

Luché por respirar mientras el aire volvía a llenar mis pulmones y la sangre caliente, que antes brotaba de mi cuello, regresaba a su lugar. Isabel tenía razón: todo esto era mi culpa. Yo lo había dejado escapar y, con ello, había permitido que la oscuridad se instaurara de nuevo entre nosotros. No podía cambiar el pasado ni lo que él le hizo a mi madre, a mi hermano, o a Alma, a quien había criado envenenando su corazón en el proceso. Sin embargo, podía haber evitado estos últimos seis meses. Podría haber detenido a Drahceb y haber impedido que Isabel sufriera en esos campos de tortura. Todo se resumía en haberlo dejado ir cuando tuve la oportunidad de detenerlo.

—Ya casi daba por sentado que este reencuentro sería en la próxima vida —murmuré, acariciando mi garganta. La cicatriz, que hubiera quedado si fuera completamente humana, desapareció. Gemma, Eamon y Ekaitz me miraban, incrédulos. Había sanado gracias a mi don y al de Gemma, pero la incredulidad en sus ojos era palpable. Excepto en los de Eamon. Él siempre había sabido cuán poderosa podía ser.

— Creo que tenemos que charlar sobre tu puntería con los rayos, Ekaitz —Él frunció los labios y se pasó la mano por la cabeza rapada, mientras unas gotas de agua resbalaban por sus marcados pómulos—. No querrías que la próxima vez la futura reina de Alba y tu novia terminen siendo coronadas... pero en el más allá.

ETERNIDAD (#2 EL MUNDO OCULTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora