XI

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El pequeño cuarto de karaoke privado estaba iluminado por luces de neón parpadeantes y una suave música de fondo que apenas lograba cubrir el eco de las risas de Checo y Max. Después de un día largo, habían decidido escabullirse para pasar una noche tranquila, o al menos tan tranquila como podían ser las cosas cuando estaban juntos. La atmósfera era relajada y divertida.

Max estaba sentado frente a la máquina de karaoke, con una expresión concentrada en su rostro mientras intentaba navegar el sistema.

—¿Qué vas a poner? —preguntó Checo, medio recostado en el sofá, observando con curiosidad.

—No lo sé, algo que te haga sentir humillado cuando intentes superarme —respondió con una sonrisa traviesa.

Checo rió, negando con la cabeza.

—¿Humillarme? ¿Con tus habilidades de canto? Lo dudo.

Finalmente, Max seleccionó una canción pop muy animada, una de esas que son imposibles de cantar bien, pero que todos conocen. Cuando empezó a sonar la música, Max se levantó con energía, sosteniendo el micrófono como si estuviera en un estadio lleno.

—¡Prepárate! —gritó antes de comenzar a cantar con entusiasmo. Aunque su tono estaba lejos de ser perfecto, lo compensaba con pura confianza.

Checo no pudo contener la risa. Max, aunque claramente no tenía la mejor voz, se lo tomaba con tanta seriedad que era imposible no disfrutarlo. Movía las caderas al ritmo de la música, lanzando miradas exageradas a Checo, como si estuviera en medio de un concurso de talentos.

—¡Estás arruinando la canción! —gritó Checo entre risas, lanzándole un cojín.

Max esquivó el golpe, riendo también, y siguió cantando, más fuerte y más fuera de tono a propósito. Finalmente, la canción llegó a su fin, y Max, empapado de sudor por su actuación teatral, se dejó caer dramáticamente en el sofá.

—Bueno, no me digas que no fue épico —dijo, respirando con dificultad, pero sonriendo de oreja a oreja.

Checo lo miró con una sonrisa burlona, pero con un toque de cariño que no podía esconder.

—"Épico" es una palabra muy generosa para lo que acabas de hacer —dijo Checo, tomando un trago de su bebida—. Pero está bien, déjame mostrarte cómo se hace de verdad.

Con esa confianza natural que siempre tenía en momentos así, Checo se levantó, dejando su vaso en la mesa y tomando el micrófono. Se acercó a la máquina y seleccionó una canción que le recordaba a su hogar, a las tardes cálidas en Guadalajara. La melodía suave comenzó a sonar, y Checo, sin mirar a Max, se preparó para cantar. Sabía que era una canción diferente a las que habían cantado hasta ahora, pero quería darle un toque más personal a la noche.

Max, intrigado, se acomodó en el sofá, observando con atención mientras Checo comenzaba a cantar.

—Buscaré tierra nueva en el campo... —cantó Checo, su voz resonando clara y profunda, cargada de una nostalgia inesperada—, le rezaré a un santo al atardecer...

Max, que había estado listo para reírse o hacer algún comentario sarcástico, se quedó en silencio. La voz de Checo llenaba la pequeña sala, y por un momento, todo lo demás desapareció. No era solo la canción, era la forma en que Checo la cantaba, como si estuviera volviendo a un lugar en su mente que Max no podía ver, pero que podía sentir a través de cada nota.

Cuando Checo terminó la frase, bajó la mirada hacia el micrófono, como si de repente se diera cuenta de lo mucho que se había dejado llevar. Pero antes de que pudiera decir algo, Max se levantó del sofá, con una sonrisa suave pero sincera en el rostro.

1 EN UN MILLÓN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora