Capítulo 3

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El dios azteca

Nueva York.

A la mañana siguiente.

El día amaneció fatal en Manhattan. Llovía. Y también hacía frío.

Constantine apenas pudo pegar un ojo en lo que quedó de la noche, después de su encuentro con Yu, el Grande. Los dolores de cabeza lo asaltaron otra vez, lo mismo que las pesadillas, así que salió de la cama temprano, se aseó, tomó nuevamente unos calmantes, consultó la lista que Elizabeth le había dado y salió a buscar al siguiente dios pagano...

Para llegar hasta él, tomó un taxi. Mientras viajaban, el conductor no paró de charlar durante todo el trayecto. Habló sobre el clima, política, chismes de la farándula local, etc, etc. John se hundió en el asiento trasero, considerando gritarle que se callase la boca de una puta vez y que lo dejara en paz, pero se lo pensó mejor y decidió no decir nada. Al final, sólo se limitó a fumar un cigarrillo y entretenerse viendo la lluvia caer sobre la ciudad.

Viajar en taxi hizo que echara de menos a su viejo amigo Chas Kramer. Pobre Chas... realmente, se hubiera merecido un destino mejor que el que tuvo.2

Sí. A veces la vida es una putada.

-Llegamos, amigo - dijo el taxista.

John le echó un vistazo al lugar. Le pagó y se bajó. Apretándose la gabardina al cuerpo y protegiendo el cigarrillo, corrió bajo la lluvia hasta el inmenso gimnasio.

Una vez dentro, consultó su lista nuevamente y se acercó al recepcionista (un hombre grande y musculoso tras el mostrador).

-Busco a Miguel Rodríguez - anunció.

El recepcionista le indicó dónde encontrarlo. Se hallaba en la cima de un cuadrilátero, practicando una especie de lucha libre con otra persona.

Constantine lo observó. Era otro hombretón, de piel morena, bronceada, y figura atlética. Sin duda, un luchador de Catch profesional.

-¡Ja! ¡Te gané! - exclamó, luego de haber tumbado fácilmente a su rival en el piso del ring y retenerlo inmóvil con una llave - ¿Y ahora, quién es el mejor, eh?

-Tú, Miguel. ¡Me diste flor de paliza! - el otro hombre sonrió. Se levantó y ambos se estrecharon las manos con un gran apretón - La verdad, es un honor haber entrenado contigo.

-No te pases, Brad. La veta sensible no te queda - bromeó Miguel. Los espectadores del "combate" aplaudieron - Gracias, gracias, amigos - el luchador bajó del cuadrilátero y con una toalla, se secó el sudor de la frente. Iba de camino a las duchas, cuando Constantine le salió al paso.

-¿Miguel Rodríguez? Tenemos que hablar - dijo.

Miguel se detuvo y lo observó... y entonces, otra vez el don de John le mostró la realidad tras la mascara humana.

En un instante, la figura del luchador de origen mexicano se evaporó, reemplazada por una visión fabulosa: una enorme serpiente emplumada, majestuosa e imponente, cuyos ojos refulgían como el Sol al salir por la mañana.

Todo duró segundos. Un instante después, la serpiente alada desaparecía y sólo quedaba el hombre, quién sorprendido y dándose cuenta de que aquél sujeto había visto su verdadera esencia, retrocedió, cauteloso.

-¿Quién eres? - preguntó.

-Me llamo John Constantine... y necesito tu ayuda. O, mejor dicho, la del dios Quetzalcóatl.

-Hace siglos que nadie me llama así... ¿Cómo sabes mi verdadero nombre?

Pero antes de que John pudiera explicárselo, sucedió algo. Un súbito viendo sacudió las puertas del gimnasio, abriéndolas de par en par. Unas sombras oscuras, unos espíritus negros, entraron gimiendo por el aire y se posesionaron de las personas que los rodeaban.

En un instante, los ojos de todos se volvieron del color del ébano. Observaron a Constantine y al dios azteca con malevolencia.

-¿Brad? ¿Amigos? ¿Qué les sucede? - preguntó Miguel, confundido.

-¡Utukki! - advirtió John. Metió una mano dentro de su gabardina y sacó unos recipientes esféricos de cristal con agua bendita dentro - ¡Son demonios! ¡Cuidado!

Se los arrojó a los enemigos que ya se acercaban con intenciones asesinas, rugiendo como leones. Los frascos estallaron encima de algunos de ellos, quemándolos.

-¡Espábilate, hombre! - le gritó a Miguel, quién se había quedado petrificado en su sitio, sin hacer nada - ¡Estamos bajo ataque!

Constantine volvió a meter la mano dentro de la gabardina. En esta ocasión, sacó una manopla y se la puso. No se trataba de una manopla normal, sin embargo: era de oro puro, bendecida por el Obispo Anicott durante las Cruzadas. Un arma sagrada que John ya había usado una vez, hace nueve años atrás contra otros demonios.

Con ella, le propinó a varios Utukki que lo atacaron sendos puñetazos demoledores. Le sirvió para sacarse de encima a varios enemigos, pero si el dios azteca no le ayudaba pronto, se vería reducido por el amplio número de posesos.

-¿Y bien? ¡No te quedes ahí parado! ¡Has algo! - gritó.

-Pero... pero... ¡Son mis amigos!

-¡Ya no! ¡Son demonios! ¡Tienes que ayudarme!

Los Utukki ya lo rodeaban. Constantine iba a caer. Iban a matarlo, a despedazarlo...

-¡NO!

El grito de Quetzalcóatl resonó en el aire con fuerza. Su figura brilló, con el poder del Sol. Los demonios retrocedieron, alejándose, pero allí adónde iban estaban los potentes rayos de luz. Todos ellos acabaron fulminados, dejando los cuerpos humeantes de sus huéspedes muertos.

El brillo solar desapareció y el dios observó el tendal de cadáveres que quedaron en el piso. Seguía lamentándose por la perdida de sus amigos humanos.

-Gracias - Constantine se guardó la manopla. Estaba sudando - Te debo una. Por un momento, casi no cuento el cuento.

-¿Quién te envía? - Miguel lo miró, serio.

-Odín, el dios supremo nórdico. Un viejito parecido a...

-...Malcom McDowell. Lo sé. Lo conozco. De lejos, pero lo conozco. ¿Qué sucede?

-Apocalipsis - John rebuscó entre sus ropas. Necesitaba con urgencia otro cigarrillo. Otra vez comenzaba a latirle la cabeza dolorosamente - Hay una especie de guerra entre dioses en camino. Estamos reclutando a cuantos podamos.

-¿Y estos que nos atacaron? Los demonios... ¿Para quién trabajan?

-Marduk y su grupo. Son los chicos malos - John encendió el cigarrillo - O eso tengo entendido. Y hasta ahora, nada parece contradecirlo.

Quetzalcóatl miró al exterior. La lluvia no había cesado en ningún momento. Varios relámpagos cruzaron el cielo.

-Están amenazando a todos los que les estorban - le explicó Constantine - Si vinieron hasta aquí a arruinar la tranquilidad de tu vida terrenal, no pararan hasta matarte. Y creeme: lo harán. Tienen los medios para hacerlo - hizo una pausa, esperando que el dios azteca asimilara la noticia - ¿Nos ayudaras a detenerlos? ¿Vendrás con nosotros?

-Una vez fui el dios de la vida, la luz, la sabiduría, la fertilidad y los vientos - dijo Miguel, soñadoramente - De eso, hace cientos, miles de años. Cuando mi gente me olvidó y mi culto se convirtió en leyenda, vine a Norteamérica. Lo hice buscando una oportunidad en la nueva situación existente. No voy a permitir que me arrebaten todo eso. Lo haré - asintió - Los ayudaré. ¡Quienes hicieron esto a mis amigos, ponerles demonios en su interior y obligarme a matarlos, lo pagaran! ¡Yo, Quetzalcóatl, lo juro!

CONSTANTINE: American Gods (2)Where stories live. Discover now