El amor era así

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Así que... es una trama algo parecida a Todo lo que no podía darle, pero esta idea de hecho es de antes de esa otra historia.

La historia en sí fue de un amigo mío, que simplemente me explicó lo que se le había ocurrido y me pareció bastante tierno, por lo que decidí experimentar un poco con ella. Además de ello, durante nuestro segundo año de secundaria tuvimos mucho tiempo libre en clase de historia, como ustedes ya saben, por lo que las ideas extravagantes no tardaban en aparecer.

¡Espero que lo disfruten!

El amor era así

Había muchas cosas que podían decirse de Afrodita. Era alta, bella más allá de las palabras, cautivadora, atractiva, exuberante incluso, pero sin duda alguna, no era el tipo de persona que entraba en una pelea simplemente porque le entraban ganas de hacer algo fuera delo común.

No, nada de eso, Afrodita era alguien de un temperamento más bien tranquilo, alegre aun en los momentos tensos.

Probablemente era por eso que nadie la encontraba especialmente peligrosa o amenazante. Una cara bonita con un cuerpo atractivo, nada más.

Quizás era también por eso que cuando había alguna reunión en el Olimpo, fuera o no sobre algo importante no muchos le prestaban atención más allá de halagar sus vestiduras.

Eso no era algo que la molestara, sinceramente. No, con generalidad no le importaba en lo absoluto, y prácticamente ella no lo notaba.

Sin embargo, quizás era algo remarcable el decir que ella había sido parcialmente responsable de la Guerra de Troya, sin haber planeado siquiera semejante tragedia, por lo que tal vez convendría que los otros dioses se preguntaran de qué sería capaz si verdaderamente se propusiera causar daños.

Fuera como fuera, en la mayoría de las reuniones o concejos de guerra ella sólo representaba un bello rostro, lo que no significaba que los otros dioses la ignoraran en su totalidad, pero que sí era una muestra de que sólo se fijaban en su aspecto físico, y no en lo que tuviera que decir o en lo que pensara, casi como si eso no tuviera importancia.

Ese solsticio de invierno sólo era uno de tantos otros en el Olimpo. Los dioses habían discutido un par de asuntos serios, pero ahora estaban repartidos a lo largo del Olimpo, en los pequeños grupos usuales, manteniendo conversaciones agradables unos con otros.

Al menos era así para la mayoría de los dioses.

Afrodita había hecho aparecer un enorme espejo de marco dorado en una esquina del palacio y estaba algo ocupada cerciorándose de que su cabello castaño se encontrara perfectamente arreglado, por lo que le tomó un rato darse cuenta de lo que sucedía a su izquierda.

Ciertamente, si hubiera estado menos concentrada en sus atributos físicos habría caído en la cuenta de que esa escena verdaderamente era algo estrafalaria.

Cuando finalmente estuvo satisfecha con su aspecto hizo desaparecer el espejo y giró sobre sus talones. Fue entonces cuando se dio cuenta de que en definitiva ocurría algo fuera de lugar.

A su izquierda lo primero que vio fue a Hera, quien llevaba una larga túnica de un espantoso rosa chillón que sinceramente le desagradó, aunque, claro, era la reina del Olimpo, y Afrodita no podía cuestionar sus gustos en modas abiertamente.

Junto a ella se encontraba Ares, vestido con ese traje de motociclista de cuero que Afrodita generalmente encontraba atractivo, pero que en ese momento sólo le resultó desagradable, aunque no supo explicar el por qué.

Le tomó un momento notar qué era lo que estaba fuera de lugar en toda esa escena: frente a ellos, y dándoles la espalda se hallaba Hefesto, concentrado en algún artilugio extraño, mismo que o estaba reparando o estaba creando, pues en su mano derecha sostenía lo que a Afrodita le pareció una llave inglesa, aunque tanto le hubiera dado que fuera un martillo.

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