Capitulo uno

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La oscuridad se cernía sobre él como si de una enorme gárgola con cuernos y cola se tratase. aplastando no solo su ánimo sino que también sus propias fuerzas, estaba cansado, y la inclemencia del clima parecía querer sujetar su cuello con ambas marchitas manos, asfixiando con helada lluvia cualquier intento por dejar escapar el terror que infundía aquel paraje desolado a su atormentado ánimo, era claro que estaba perdido, totalmente descolocando en un mundo que le era ajeno, en aquel lejano lugar que parecía haber salido de las mismísimas paginas de la divina comedia, divino infierno lo rodeaba con aquel sutil y difuminado porte que la vista confundía con un sinfín de casas deshabitadas que se perdían en el horizonte de su propio desconocimiento. El ruido sordo del latido de su propio corazón le obligaba a mantener el ritmo en aquella danza interminable de ligeros temblores por culpa de aquel mal clima que ahora le pasaba factura, después de haber estado corriendo horas bajo la lluvia, el dolor en su espalda era lo menos que debía preocuparle en ese momento pues no se encontraba tan lejos de la amenazadora hipotermia que mandaba a dormir a los cachorros antes de tiempo, cuando sus tiernos labios se tornaban violáceos y sus dedos se encogían en sus manos mientras el aire comenzaba a quemar su descontento general ¿Por qué había sido tan imprudente de dejarse atropellar por el clima de esa manera? Era invierno, no debía de pasar tanto tiempo fuera, tampoco lo hubiese hecho de no ser porque uno de los estúpidos canes de la policía había seguido su moribundo rastro hasta las ruinas de una cabaña a las afueras de la ciudad, donde se había abastecido de latas de comida para pasar el invierno, en paz armada y sin molestar a nadie, no podía permitirse salir herido como la última vez. Pero dejando de lado sus planes, tuvo que salir huyendo con el cielo salpicado de estrellas amenazando con llover sobre sus planes que eran lentamente destruidos por la inanidad de su propia juventud. La herida abierta de bala aún molestaba a su hombro derecho cuando intentaba moverse le picaba, estaba terriblemente inflamada y no dejaba de supurar sanguinolenta sustancia que humedecía su ropa, estaba infectada y él lo sabía pero cualquier cosa que hiciera no solucionaría el pedazo de metal que aún nada en su sangre, patético era pensar que aunque lo hubiese querido, el dolor le había imposibilitado eso de introducir la punta del cuchillo en ese pequeño agujerito en su piel para intentar rebuscar entre su carne infantil la bala que aún estaba dentro, seguiría allí pues era más fuerte su cobardía. Sujetando el brazo herido contra su pequeño pecho, respiraba con dificultad mientras intentaba mantenerse ocupado con pensamientos vagos, pues de no ser por su fuerza de voluntad, ya se hubiera dado por vencido hacía más de dos noches, cuando la policía había rodeado su casa provisoria y en el apuro de la madrugada tuvo que escurrirse por el alcantarillado público que aunque no lo crean, no era un paseo por Francia, realmente apestaba y las ratas eran el menor de sus problemas, pues incluso es sabido que un par de animalitos no deseados habían convertido junto con desadaptados de la sociedad, un hogar en la inmundicia, armados hasta los dientes, tonto sería el que osara bajar por ese lugar tan tranquilo esperando encontrar una mina de oro. Para colmo de males, hacía un par de calles atrás, su pie izquierdo le había jugado una mala pasada cuando fruto de la mala constitución de las veredas, había pisado mal en un sitio aparentemente seguro y su tobillo se había doblado de forma dolorosa hacia uno de los lados, quizás no ayudaba que tuviera unas zapatillas algo más grandes de lo que debería, mojadas incluso ahora le generaban más problemas de los que hubiera afrontado al no tenerlas. Por lo tanto, caminaba y medio arrastraba aquel pequeño pie algo ya hinchado dolorosamente dentro de aquel zapato, era claro que no aguantaría de esa forma toda la noche, debía encontrar un lugar para recluirse y quizás, morir en paz. No sentía deseos de seguir luchando, es decir, estaba cansado del todo y por más que durmiera, seguía despertándose cada vez más cansado, sin hambre, volvería a la cama inevitablemente, vencido, sin fuerzas. Ahora más que nunca se encontraba desprotegido, el hambre y la enfermedad estaba debilitando su cuerpo más de lo que podía esperarse de alguien acostumbrado al malvivir de las calles ¡Pobre pajarillo de alas rotas! Solo quería encontrar un nido donde recomponer sus plumas y dejar la cal que cubría su vasta piel de cordero.

House of liesTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang