Me Salvaste

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Era tan grande que sólo podía chupar una parte, y eso con gran esfuerzo, pero a él no parecía importarle porque lo que podía retener en mi boca lo sujetaba con los labios, la lengua y la mandíbula.

Abruptamente, Sean se apartó de mí y, tirándome sobre la cama, separó mis piernas con las dos manos. Yo miré sus ojos oscuros mientras se acercaba. Había algo brillando ahí, algo inhumano. Quería darme la vuelta, pero sus ojos me lo impedían. Una ola de terror me envolvió entonces.

Sean gruñó crudamente cuando me penetró.

Mis piernas estaban tan separadas que parecían a punto de romperse mientras yo intentaba acomodar dentro de mí su inmenso miembro. Él gruñía y jadeaba mientras usaba sin piedad mi tierna carne. Su ardiente aliento quemaba mi piel mientras yo observaba, con horrorizada fascinación, cómo sus dientes se clavaban en mis hombros y mis pechos.

Pero el terror rápidamente empezó a ser desplazado por ese placer tan familiar que me proporcionaba Sean.

Un placer como no había conocido antes.

Disfrutaba del duro pelo animal que cubría su piel y de los fieros gruñidos que escapaban de su garganta mientras me tomaba salvajemente. Sus grandes y duras zarpas simultáneamente me hacían daño y enviaban escalofríos de placer por todo mi cuerpo. Yo gritaba, entregada a la agonía de tan exquisitas sensaciones. Ola tras ola de placer sacudía mi cuerpo mientras oía vagamente los gruñidos de Sean mezclados con mis propios gritos.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, había llegado la mañana.

Me marché del castillo con tal prisa, con tal deseo de ver a mi padre enfermo que no pensé en mi Bestia durante días. Mi padre se recuperó nada más verme y yo me sentí absorbida por mi familia. Pero pronto transcurrió un mes y llegó el momento de volver al castillo.

Sin duda, la historia que acabas de leer me hace parecer poco bondadosa e incluso podrías creer que no deseaba volver con mi Bestia. Pero nada podría ser menos cierto.

Lo echaba de menos terriblemente.

No deseaba nada más que volver al castillo, pero mi querida madre lloraba cada vez que intentaba partir.
Pasaron casi dos meses de esta manera, hasta que una noche desperté de una horrible pesadilla. En el sueño, todo estaba oscuro y yo iba por los corredores del castillo buscando a mi Bestia.

Al entrar en su estancia lo encontraba durmiendo plácidamente en su cama, pero cuando me acercaba se me ocurrió que mi Bestia no estaba durmiendo, sino muerto.

Fue mi grito de terror lo que me despertó.

De repente, recordé la advertencia de Sean de que moriría si no volvía al castillo en el plazo de un mes.
Inmediatamente, salté de la cama y guardé mis cosas en un arcón.

A primera hora de la mañana estaba dispuesta para irme y, después de una triste pero firme despedida, empecé mi jornada hacia el castillo de Sean. Oh, cómo sufrí ese día, temiendo no volver a verlo nunca más...

Cuando por fin llegué al castillo esa noche, inmediatamente corrí hacia sus habitaciones.

Mi Bestia estaba tumbado en su cama, exactamente igual que en mi sueño.

—¡No! —Grité, corriendo a su lado—. ¡Por favor, no te mueras!- estaba asustada

Él movió un poco la cabeza al oír mi voz. Yo lloré de alegría y le eché los brazos al cuello.

La Bella y La bestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora