Nueve

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Pulsé el timbre de la puerta sintiendo mis manos sudorosas y mi corazón palpitando cada vez más rápido a causa de los nervios.

Al ver que no abría nadie la puerta pulsé otra vez el timbre esta vez dos veces seguidas.

Al cabo de dos minutos una mujer con el rostro cansado me abrió la puerta, era rubia y poseía los mismos ojos que Sarah, mi preciosa Sarah.

—¿Puedo ayudarle en algo? —quiso saber la que suponía que era la madre de mi chica.

—Bueno, verá yo soy amigo de Sarah  —contesté nervioso.

—Pasa —es la única respuesta que me dió aquella mujer al oír mis palabras, para a continuación apartarse a un lado para que yo pueda entrar.

Y eso hice, en cuanto entré me abrazó un calor nada comparado con la fria brisa de las calles de Londres y un olor a té de menta inundó mis fosas nasales.

—¿Quieres un té o café? —preguntó una vez estuvimos en el salón.

La decoración era bastante bohemia y resultaba acojedora.

—No, gracias —respondí con una sonrisa.

Apenas unos rayos de luz entraban por la única ventana que había en la estancia, la pequeña y antigua televisión se mantenía encendida a un volumen considerablemente bajo, delante de este se encontraba un sofá —con aspecto de no ser muy cómodo— hecho específicamente para tres personas. La pequeña chimenea que se encontraba en un rincón logró captar mi atención.
Me acerqué a esta lentamente bajo la atenta mirada de la mujer. En cuanto estuve lo suficiente cerca pude ver varios marcos con fotos en los que se podía ver a una niña pequeña de tez blanca, cabellos dorados con algún que otro mechón mas obscuro, ojos azules penetrantes y una bonita sonrisa que adornaba su rostro.

—¿Es Sarah? —pregunté.

—Si, era adorable— contestó a mis espaldas ya que yo seguía observando las fotos.

Me dí la vuelta y le de dediqué una sonrisa con un asentimiento de cabeza.

—¿Y qué es lo que te trae por aquí? —preguntó, curiosa.

— Bueno, Sarah ha faltado durante una semana a clases y me gustaría hablar con ella —yo me encontraba parado en medio del diminuto salón y la mujer sentada en el sofá delante de mi, a unos dos metros.

Me sorprendió cuando la única respuesta que obtuve fue ver a la posible madre de Sarah derrumbarse, comenzando a llorar desconsoladamente tapando su cara con sus manos.

En ese momento todas mis preguntas tenían respuesta.

La había perdido.

»Letters«Where stories live. Discover now