1. Murmullos de madrugada

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August 


Aun faltaban algunas horas para el amanecer pero August, como tantas otras noches no lograba conciliar el sueño.

Desde que fue acogido por la familia Túren, señores del Castillo Sirag en la cordillera montañosa del reino Reeveron, siempre había sido acosado por pesadillas y otras alucinaciones propias de un demente.

De niño cuando alguna pesadilla era particularmente mala Liam o la señora Magda venían a acompañarlo para que no estuviera tan asustado y pudiera dormir, o durante el día cuando insistía en que escuchaba ruidos y veía cosas extrañas lo calmaban diciendo que todo era parte de su imaginación, que al crecer todo pasaría; pero ya August no era un niño, a sus 15 años se esforzaba por convertirse en hombre y sin embargo continuaba teniendo las mismas sensaciones.

Cansado de dar vueltas en su cama que se levantó para salir un rato a caminar, con su habitación en penumbras tomó las primeras prendas que consiguió, una camisa de manga larga y pantalones de lana y salió de la habitación. Sus paseos insomnes no eran novedad en el castillo, en otros tiempo cuando era más joven le propinó varios sustos a los guardias que durante sus rondas en medio de la noche se topaban con el chico rubio y pálido cual fantasma caminando solo en la oscuridad, de allí el sobrenombre que le habían puesto a modo de broma algunos de los soldados, "el duende rubio".

«Espero que en Las Lanzas no se les pegue el sobrenombre también» pensó mientras atravesaba los familiares pasillos y descendía por la larga escalera de caracol que comunicaba las habitaciones de la torre con la salida a los corredores del ala este. En unas semanas se mudaría a la Fortaleza Las Cinco Lanzas, la mejor sede de preparación militar desde los acantilados del norte hasta el mar de Ill y propiedad de los Túren, en poco tiempo comenzaría propiamente su entrenamiento como soldado del reino.

Al fin había alcanzado el exterior. Nada más salir fuera de la protección de las paredes de piedra de la torre sintió las ráfagas de viento que por las noches peinaban el paisaje de Siragen, una corriente fría y seca proveniente de las montañas, por lo que se ciñó el cuello de la camisa que llevaba puesta y continuó su recorrido por los corredores hacia el jardín del ala este.

Se detuvo en uno de los bancos en el jardín y se recostó un rato a ver las estrellas y respirar el aire cargado de aromas mientras la fuerte briza sofocaba cualquier sonido, real o imaginario. Era una sensación extraña la de August al llegar a los jardines exteriores, por un lado se sentía perseguido como siempre por miles de voces susurrantes y por otro se veía incapaz de evitar sentirse asfixiado dentro de las paredes del castillo, en realidad nunca podía quedarse mucho tiempo quieto en ninguna parte pero el exterior lo calmaba como si de alguna forma el caos de su cabeza aunque amplificado, tomara cierto ritmo y sinfonía.

Se estaba perdiendo en el profundo azul del cielo, sus parpados se hacían más y más pesados a medida de que August se concentraba en el sonido del viento olvidando las voces dentro de su cabeza, fue entonces cuando sintió un empujón y de repente se estrelló de cara contra el suelo frió y húmedo.

—¡Por la madre bendita!— profirió mientras se levantaba escuchando las sonoras risotadas que provenían de su espalda —¡Liam, Pedazo de idiota! Casi me matas del susto.

Al fin vio al culpable que se sentaba en el banco a su lado. El hombre joven de hombros anchos y cabello negro intentaba controlar su respiración después de carcajearse por largo rato.

—Ay por favor, después de tanto tiempo ya deberías estar acostumbrado.

—Y tú aburrido— No era la primera vez que Liam le jugaba bromas, de hecho era una costumbre entre ellos ya que August de vez en cuando también hacía su parte.

Donde el bosque susurraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora