Prólogo

289 22 9
                                    

Deambular por la montaña en medio de la noche es mucho más aterrador de lo que creía. En las historias parece fácil y sencillo, pero la verdad es que no es para nada agradable.

El vestido se me desgarra con cada zarza que esquivo y ha acabado lleno de barro. Lo que antes era rojo ahora es marrón. Del pelo ya he desistido... Estoy completamente despeinada, llena de nudos y trozos de hojas y ramas enganchados en él. Además, la temperatura a comenzado a descender y, al ser comienzos de invierno, podría llegar a hacer bajo cero.

Ahora no me parece tan buena idea lo de escaparme. Quizás debería haber esperado a llegar a la mansión... Pero entonces me habría resultado mucho más difícil librarme de los criados, y aunque tenga algunas doncellas de confianza, no me he atrevido a desvelar mis planes a nadie. Ni siquiera a mi mejor amiga.

A todos les parece una idea fantástica que esté comprometida con Gerard Wellesley... A todos menos a mí. Que me lleve bien con él no significa que quiera ser su esposa. ¿Que otras chicas le desean con toda su alma? Pues que se lo queden, no me interesa.

Y por eso me he escapado mientras me dirigía hacia una de las propiedades de su familia, en la que actualmente se encuentra. Aunque estuviéramos en una montaña que desconozco, me arriesgué, y conseguí internarme en el bosque sin ser descubierta. El problema es que creo que me he perdido...

Aunque si lo pienso bien, perdida no sería la adecuada palabra ya que ni siquiera sé dónde me encuentro y no se puede estar perdido en un lugar que no conoces. La fatiga me obliga a pararme aunque intento no hacerlo ya que el miedo apodera mi cuerpo entero cada vez que alguna ráfaga de viento o algún animal existente en este bosque hace un ruido.

Necesito un cobijo, un lugar apartado en el que quedarme y que nadie me encuentre. De repente, encuentro ante mis ojos un gran muro de piedra recubierto de hiedra. La roca está clara y visiblemente desmenuzada por el paso del tiempo, creando grietas en las cuales las gruesas ramas de la trepadera se incrustan en la pared. Apenas posee hojas, y las pocas que tiene se encuentran marchitas, pero parece robusta y firme.

Elevo los ojos y calculo que no podrá medir más de dos metros. El viento me hace temblar de nuevo y, tiritando, miro a mi alrededor. La oscuridad ahora es palpable. Todo está envuelto en gris y los ruidos del bosque se escuchan con mayor claridad. No puedo quedarme a la intemperie.

Vuelvo a mirar el muro y la idea de escalarlo cada vez es más fuerte. Estoy perdida, ha anochecido y hace frío. Al otro lado del muro debe de haber algo, pues nadie construiría tal cosa en medio del bosque sin motivo alguno. Seguro que hay una mansión al otro lado.

Me muerdo el labio inferior intentando controlar mis temblores. El vaho que forma mi aliento es demasiado nítido, incluso si solamente respiro es claramente visible. Tal visión me asusta, pues temo que la temperatura baje más.

Un escalofriante aleteo oculto entre las ramas de los robles decide por mí: no pienso quedarme aquí durante la noche. Llevo ambas manos a mi boca y soplo, intentando calentarlas y poder moverlas. Agarro uno de los troncos más gruesos que veo y tiro de él. No consigo despegarlo de la pared.

Temblando, tanto de frío como de miedo, levanto las pesadas capas del vestido y busco apoyo para mis pies. Tanteo a ciegas y encuentro un recodo con el que poder propulsarme hacia arriba. El vestido se me engancha y se me desgarra todavía más a cada centímetro que me elevo por la yedra que recubre cada ladrillo de piedra. De repente, mi pie derecho pierde apoyo y por unos segundos me veo cayendo al vacío, ayudada por mis pesadas telas.

Rápidamente me inclino hacia delante y agarro la primera rama que encuentro, haciéndome un profundo corte en la palma de la mano. Pegada a la pared, miro hacia abajo y la altura me parece kilométrica desde aquí arriba. El viento sigue soplando y sacude mi vestido de un lado a otro, amenazando con arrastrarme hasta el suelo por segunda vez. Mi cabello, antes perfectamente recogido, ahora entorpece mi visión a cada instante.

El corazón me late desbocado y el miedo me paraliza. Soy incapaz de avanzar más. No puedo continuar mi escalada ni tampoco deshacerla. ¿Acaso me voy a quedar aquí por el resto de mi vida? 

Cierro los ojos y siento cómo mis pestañas se humedecen.

No. 

No me he escapado para detenerme ahora. Debo asumir todos los riesgos; ya sabía de antemano que no iba a ser un camino de rosas.

Respiro hondo y miro de nuevo hacia arriba. No puedo ver el cielo debido a las copas de los árboles, pero sí que puedo ver el final de la tapia. 

- Ya falta poco - me digo a mí misma, convenciéndome en vano.

Tomo una profunda bocanada de aire y vuelvo a propulsarme hacia arriba. Ésta vez con mucho más cuidado que antes. Con cada centímetro que avanzo varias astillas se me clavan en la piel y la herida me escuece cada vez más. Los brazos se me agarrotan y me veo obligada a detenerme a cada segundo para poder recuperar el aliento mientras siento el temblor de mis brazos aumentar por momentos. 

Trago en seco el nudo que noto en la garganta y alzo de nuevo el brazo, agarrándome sin fuerzas a una pequeña ramificación por encima de mi cabeza. Mis dedos se ven rodeados por algo sedoso y pegajoso, parecido a una tela de araña. Reprimo un escalofrío y mantengo mi agarre a pesar del creciente deseo de  retirar la mano. Con la mano libre me apodero del vestido con intenciones de retirarlo para poder avanzar sin embargo no consigo soltarlo. Está prendido a la madera.

Miro hacia abajo y tiro de él con fuerza. Se escucha el sonido de la tela al rasgarse, pero el vestido continúa sin soltarse. Insisto varias veces más, pero es inútil; no consigo liberarme.

Comienzo a desesperarme, pues temo quedarme aquí, suspendida sobre un viejo muro y atrapada por una burda enredadera para siempre. Porque... ¿quién me podría encontrar en pleno bosque y tan alejada de cualquier pueblo o ciudad?

Algo recorre el dorso de mi mano y el brazo entero se me pone de gallina. La tensión de mis dedos desaparece y estos se deslizan por la rugosa textura de la rama antes de encontrarse con el vacío y frío aire. El vestido ésta vez no opone resistencia alguna y, al mismo tiempo que un grito sube desde mi garganta para solidificarse en una enorme, blanca y densa nube de vaho, me veo cayendo al vacío con el viento silbando en mis oídos.

El golpe no se hace de rogar y en el instante en el que mi espalda colisiona contra el suelo todo se torna negro. 

***

Algo suave y frío acaricia mi cara varias veces. 

¿Estoy muerta?

Siento que me duele todo el cuerpo. El hombro me palpita y lo siento arder; lo mismo pasa con mi pierna.

De nuevo, algo me roza la nariz, haciéndome cosquillas. Quiero moverme, pero mi cuerpo no responde.

¿Qué ha pasado?

Intento abrir los ojos y la cabeza me estalla de dolor. La siento palpitar; noto cada pulsación de mi corazón dentro de mis oídos.

Tengo frío. Mucho frío.

Un repentino peso se deja caer en mi pecho y creo que me aplasta de un momento a otro. No puedo respirar.

Si respiro no puedo estar muerta, pero... ¿acaso es eso lo que me espera? 

¿Por qué siento tanto dolor?

Vuelvo a intentar abrir los ojos. Ignoro el dolor y consigo despegar los párpados.

Todo está borroso y en sombras. Sólo veo oscuridad y destellos anaranjados. Algo se mueve a pocos centímetros de mi cara y creo ver dos destellos dorados.

Un sonido agudo estalla en mis oídos.

- Luo, aparta de ahí - una voz grave me insta a intentar ver mejor, pero mis esfuerzos son en vano. La presión de mi pecho desaparece y siento la humedad refrescante de una tela deslizarse sobre mi hombro - Esperemos que sobreviva.

De nuevo, todo se torna negro.

Manchas de rojo en blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora