- ¡Lo sabía! ¡Sabía que iba a dar la cara tarde o temprano!
El portazo que da mi padre al entrar en casa sacude los cuadros de las paredes y a punto están de caer al suelo. Aparto los ojos de la ventana y del cielo gris y encapotado que asola la fría tarde de Londres para observar cómo mi padre se quita la chaqueta y el sombrero completamente empapados, mojando el suelo y llenando la alfombra del barro de la calle adherido a sus zapatos. De nuevo, ha olvidado coger el paraguas y no se ha detenido a limpiarse los zapatos a la entrada. La pobre Edna deberá limpiar de nuevo.
- ¿Ocurre algo? - Pregunto cerrando el libro que intentaba leer, aunque en vano; observar las gotas de agua deslizarse sobre el cristal me abstraían de todo.
Hasta que no hablo el no parece darse cuenta de mi presencia en el salón. Parpadea varias veces y parece recordar lo que le tenía tan alterado segundos atrás. Se quita los guantes con rapidez, rebusca dentro de la chaqueta que había tirado sobre el respaldo del sofá y saca un periódico arrugado y ligeramente mojado.
Se acerca a mí con paso decidido mientras desdobla las gigantescas hojas en busca de la noticia con rapidez e impaciencia. El triunfo brilla en sus ojos marrones y deja el periódico encima de la mesa golpeando con fuerza la madera con la palma de la mano. Me señala con dedos temblorosos el titular.
- «Asesinato en Whitechapel» - leo en voz alta. Elevo los ojos hasta mi padre y me fijo en que sus habituales ojeras hoy se ven mucho más pronunciadas y su poblado y canoso bigote se encuentra descuidado. Tendría que ir al barbero - ¿Otro caso? - Inquiero mientras él se sienta en una de las sillas de la mesa.
- No es otro caso, Charlotte, es el caso que llevo años esperando - Me corrige con energía. Se pasa los dedos por su pelo gris y me mira fijamente - Es obra suya, lo sé.
Suspiro en silencio y observo su rostro. Aunque él se niegue a aceptarlo, ya no es joven, y los años llevan bastante tiempo pasándole factura, arrugando la piel de su cara y cambiando su pelo castaño por gris. Pero, como siempre, su atención sólo está puesta en una sola cosa: su trabajo.
- Lo mismo dijiste con los dos últimos casos - le recuerdo, a lo que él frunce los labios con disgusto. No le gusta que le recuerde sus errores de juicio - ¿Por qué no...?
- No sigas - me ordena, impidiéndome continuar - No pienso dejar escapar a ese sinvergüenza - escupe entre dientes con rencor e ira.
No vuelvo a replicar, pues sé que será en vano y sólo conseguiría comenzar una discusión. No atiende a razones en lo que respecta a ese tema.
Unos golpes en la puerta interrumpen nuestra conversación y Edna aparece en el salón con su rostro, ya no tan joven como antaño, inexpresivo.
- Señor Warren, el señor Clarendon desea verle - informa.
Mi padre frunce el ceño, demostrando que no se esperaba tal visita.
- ¿Richard? - Pregunta para confirmar que él y Edna están hablando de la misma persona.
A ella no le da tiempo a contestar, pues el mismo Richard Clarendon entra en la sala con sus habituales gafas redondas sobre la punta de la nariz y su pelo rubio, tan lleno de canas que parece blanco, completamente revuelto y empapado. Al parecer a él también le ha pillado la tormenta en plena calle, pues su gabardina está reluciente debido al agua.
Edna desaparece en cuestión de segundos sin que ninguno de ellos se dé cuenta.
- No debería sorprenderte tanto, Charles - Objeta sacando un pañuelo y limpiando sus gafas empañadas - Ambos sabemos por qué estoy aquí. ¿Has terminado de trabajar por hoy? - Pregunta acercándose a nosotros - Me alegra verte, Charlotte - saluda, olvidando por un momento que estaba hablando con su compañero de trabajo.
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Manchas de rojo en blanco
Historical FictionUna pureza marchita. Un culpable inocente. Una protección asfixiante. Un orgullo ambicioso. Una muerte enmascarada. Una sexta víctima. Cinco vidas, un enlace a mitad de camino.