Capitulo 14

568 21 0
                                    

Tenía razón mamá Bhaer; la tranquilidad era pasajera; se incubaba la tormenta; a los dos días de haberse marchado Bess un terremoto moral sacudió hasta los cimientos la casa Plumfield.
Las gallinas fueron, involuntariamente, causa del conflicto; de no
haber puesto tantos huevos, el chico no habría realizado tantas ventas y
no hubiese tenido tanto dinero. El dinero es la raíz de todo mal, y, sin
embargo, es raíz tan útil, que no podemos prescindir de ella como no
podemos prescindir de la papa. Tommy no prescindía de esa raíz útil y
despilfarraba su renta de tal modo que papá Bhaer después de ponderar
las ventajas de las cajas de ahorro, le regaló una para su uso particular;
un magnífico edificio de hojalata, con el título de "Banco de Ahorros" en
la puerta, y una chimenea monumental por donde se echaban las
monedas, que caían sonando tentadoras en un depósito.
La caja aumentó rápidamente de peso, y Tommy, muy satisfecho,
proyectó adquirir tesoros deslumbrantes. Tenía en cuenta las cantidades
depositadas y se proponía abrir la alcancía cuando tuviera cinco
dólares. Le faltaba un dólar, y el día que mamá Bhaer le entregó esa
suma como pago de varias docenas de huevos, corrió al granero a
enseñar a sus camaradas la reluciente moneda.
Nat, que suspiraba por fondos para comprarse un violín, le dijo triste-
mente:
-Con tres dólares tendría yo bastante.
-Tal vez pueda prestarte algo; aún no he decidido lo que voy a
adquirir -contestó Tommy.
-¡Vengan! ¡Vengan al arroyo! ¡Verán qué culebra tan hermosa ha
agarrado
Dan! -gritaron desde abajo.
-¡Vamos allá! -exclamó Tommy, dejando el dinero dentro de la vieja
máquina aventadora.
La culebra acuática y la persecución y captura de un cuervo lisiado,
entretuvieron tanto a Tommy que no volvió a acordarse del dinero
hasta que estuvo acostado.
-Bueno-murmuró, al dormirse-. ¡No importa! Nadie, excepto Nat, sabe
dónde está mi dólar.
Al día siguiente, cuando los chicos estaban en la escuela, entró
Tommy, impetuosamente, preguntando:
-¿Dónde está mi dólar?...
-¿Qué dices?... ¡Explícate! -observó Franz. Tommy se explicó, y Nat
corroboró el relato.
Todos declararon que nada sabían de la moneda; y todos miraron con
recelo a Nat, cada vez más azorado oyendo las negativas.
-Alguien lo ha tomado -dijo Franz.
Rabiosamente, enseñando los puños, rugió Tommy: -Como pesque al
ladrón..., ¡se va a acordar de mí!
-Cálmate, ya daremos con él; los ladrones siempre tienen su castigo -
indicó Dan.
-Silas no permite la entrada a los vagabundos, y además nadie busca dinero en una máquina vieja -contestó Emil.
-Me parece que tú crees que he sido yo-balbuceó enrojecido y trémulo
Nat.
-¡Tú eres el único que sabía dónde estaba el dólar! -respondió Franz.
-¡Pues yo no lo he tomado! ¡Yo no he sido! ¡Yo no he sido! -sollozó Nat
con desesperación.
-¡Calma, hijos míos, calma! ¿Qué ruido es éste? -dijo papá Bhaer
presentándose.
Tommy repitió la historia de su despojo; el maestro, al oírlo, se puso
serio, porque los muchachos, en medio de todas sus faltas, siempre
habían sido honrados.
-Siéntense -ordenó, y cuando todos ocuparon su asiento, el señor
Bhaer, mirándolos apresadumbrado, añadió-: Voy a preguntar
sencillamente a uno por uno; deseo que respondan honradamente. No
trato de averiguar la verdad ni por amenaza, ni por soborno, ni por
sorpresa; todos tienen conciencia y saben lo que ella les dicta. Es el
momento de reparar el daño causado a Tommy. Mejor perdono el hecho
de haber cedido a una mala tentación que una mentira. No añada el
culpable el engaño al hurto; confiese francamente, y todos procuraremos
perdonar y olvidar.
Hubo una pausa, reinó silencio profundísimo. Gravemente, el
maestro dirigió la misma pregunta a cada uno de los niños, y de cada
uno recibió idéntica contestación negativa.
Cuando le llegó el turno a Nat, el señor Bhaer dulcificó la voz; lo vio
muy apenado, lo creyó culpable y quiso, afable, facilitarle el camino para
que confesara y no incurriera en una mentira.
-Vaya, hijo mío; respóndeme..., ¿tomaste el dinero?...
-¡No, señor! ¡No, señor!
En aquel momento sonó un silbido.
-¡Silencio! -ordenó el señor Bhaer, dando un golpe en la mesa, y
mirando severamente hacia el lugar de donde salió el silbido. Allí estaban
Ned, Jack y Emil. Los dos primeros se avergonzaron y Emil exclamó:
-¡Tío, yo no he sido! Vergüenza me daría silbar a un compañero
cuando está caído.
-¡Muy bien dicho! -exclamó Tommy.
-¡Silencio! -repitió el maestro. Luego, añadió severamente-: Lo siento
mucho, Nat; pero todo parece acusarte, y tus antiguas faltas nos
autorizan para dudar de ti, lo que no haríamos si nos merecieras la
misma confianza que los demás, que nunca han mentido. Fíjate bien en
que no te acuso de este hurto, y en que no te castigaré hasta estar
perfectamente seguro, ni preguntaré nada más. Te dejo entregado a tu
conciencia. Si eres culpable, acude a mí cuando quieras, confiésate y te
perdonaré y te ayudaré a enmendarte. Si eres inocente, tarde o temprano
la verdad aparecerá, y entonces, yo seré el primero en pedirte perdón por haber dudado de ti.
- ¡Yo no he sido, señor! ¡Yo no he sido! -sollozó Nat.
Movió tristemente la cabeza el maestro y añadió:
-No hay que hacer ni que decir nada más. No hablaré más del
asunto, ni tampoco los demás. No puedo pedir que se muestren con un
compañero sospechoso tan cariñosos como antes, pero deseo que no lo
molesten..., ¡bástele con su conciencia! Y ahora, a nuestras lecciones.
-¡Eso! ¡Y aquí no ha pasado nada! ¡Me gusta la justicia! -exclamó Ned
al oído de Emil.
-¡Cállate! -gruñó Emil, sintiendo que lo ocurrido era como un borrón
para la casa Plumfield.
Muchos niños abundaban en la opinión de Ned. Con todo, papá
Bhaer procedía rectamente; mejor hubiera sido para Nat confesar la
verdad que sufrir, como sufrió una semana el recelo general, la
desconfianza de todos y el ver que rehuían hablarle; nadie lo molestó,
pero el pequeño sufrió más que cuando en otro tiempo su padre lo
azotaba cruelmente.
En la casa sólo Daisy tenía fe ciega en la inocencia de Nat, y la
defendía contra todos enérgicamente.
-Acaso las gallinas se comerían el dólar, las gallinas son muy voraces
- dijo candorosamente la niña, y al ver que su hermano soltaba la
carcajada, se enojó, le dio varios pescozones, se echó a llorar y salió
corriendo y sollozando-: ¡Pues él no ha sido!... ¡No ha sido! ¡No ha sido!...
Ni papá ni mamá Bhaer quisieron combatir la confianza de la
muchachita; pero no esperaban que su instinto les ofreciese una prueba.
Nat, cuando pasó el tiempo, dijo que si no huyó de la casa fue por Daisy.
La cariñosa niña lo buscaba, lo acompañaba, alardeaba de no tratar a
los que evitaban a Nat, y lo escuchaba y aplaudía cuando tocaba el
vetusto violín.
Los demás niños no querían reunirse con Nat. Pero Dan, aun
desdeñando por cobarde a su compañero, le dispensaba generosa
protección y estaba pronto a dar bofetones a los que molestaban o
insultaban al acusado. Y es que Dan, a pesar de su rudeza, era leal y
tenía un sentido de la amistad tan elevado como el de Daisy.
Una tarde, observando Dan junto al arroyo las curiosas costumbres
de las culebras de agua, pescó al vuelo un trozo de conversación
entablada al otro lado de la cerca. Ned, que era tan curioso como
preguntón, andaba sonsacando a Nat para saber "ciertamente" quién era
el culpable; ante la resignación y las firmes negativas del acusado, ya
algunos dudaban de su culpabilidad.
También Ned había sentido dudas y, a pesar de la prohibición
impuesta por papá Bhaer, había acosado a Nat con preguntas. Al verlo
leyendo, solo, junto a la cerca, corrió hacia él. Ya llevaba diez minutos
molestándolo, cuando Dan, desde el arroyo, oyó a Nat exclamar con
acento suplicante:
-¡No, Ned! No puedo decírtelo porque no lo sé. Es una crueldad la que cometes atormentándome. No te atreverías a hacerlo si estuviese aquí
Dan.
-No me asusta Dan; es un fanfarrón. Creo que él fue el que robó el
dólar de Tommy, y tú sabes y te callas.
-Dan no ha sido, y de ser así, yo lo defendería porque ha demostrado
ser un buen compañero -contestó enérgicamente Nat.
Dan, olvidándose de las culebras acuáticas, se levantó para dar
gracias a su amigo, cuando oyó a Ned exclamar:
-Sé que Dan tomó el dinero y te lo dio a ti. No me extraña -añadió
mintiendo a conciencia, para encolerizar a su interlocutor-, porque era
un ladronzuelo antes de venir aquí, y tú lo sabes muy bien.
-Vuelve a decir eso, y aun cuando no me gusta acusar, voy y se lo
cuento al señor Bhaer.
-Además de embustero y ladrón, serás una víbora...
No pudo continuar. Un brazo surgió por encima de la cerca, lo agarró
por el cuello, lo pasó al otro lado y lo zambulló en el arroyo. -¡Atrévete a
insultar y te ahogo!... -gritó Dan. -¡ Si era broma! -dijo Ned.
-Tú sí que eres una víbora atormentando a Nat. Vuelve a hacerlo y te
zambullo en el río. Y ahora, vete ya -gruñó Dan, enfurecido.
Ned, chorreando, se largó presuroso. El remojón le hizo bien, porque
desde entonces fue muy respetuoso con ambos.
-Supongo que quedará escarmentado, pero si insiste, lo arreglaré -
murmuró Dan, saltando la cerca y tratando de consolar al afligido Nat.
-No me importa que me acuse; ya estoy acostumbrado; pero me duele
que te calumnie.
-¿Y si no me hubiera calumniado?..., ¿Y si hubiera dicho la verdad?...
-¿Eh?... ¡No lo creo!
-¿Porqué?
-Porque no. Tú no haces caso del dinero. Te basta con tener bichos
para coleccionarlos.
-Pues yo necesito una manga para cazar mariposas, como tú
necesitas un violín. ¿No podría ser yo el ladrón?...
-Tú eres violento y camorrista, pero no mientes, ni eres capaz de
robar.
Dan, satisfecho, replicó duramente:
-Consuélate; ya hallaremos al ladrón.
Algo observó Nat en su rostro que lo hizo exclamar:
-¡Tú sabes quién ha sido! ¡Dilo! Todos me acusan y soy inocente. No
puedo continuar viviendo así. A pesar de lo que me gusta esta casa,
me fugaría si tuviera dónde ir. Pero no soy tan fuerte ni tan valiente
como tú y tengo que resignarme y esperar las pruebas de mi inocencia.
Dan, al ver la desolación de su amigo, murmuró:
-No tendrás que esperar mucho -se alejó rápidamente, y nadie lo vio
durante muchas horas.
-¿Qué le pasa a Dan? -se preguntaban los chicos el domingo que siguió a aquella interminable semana. Dan era extravagante, pero aquel
día estaba tan serio, que nadie osó interrogarle. Al salir de paseo se alejó
de los demás, y volvió tarde a casa. No intervino en la conversación
general y estuvo meditabundo en un rincón.
Cuando la tía Jo le enseñó, cosa no muy frecuente, una buena nota
en el "libro de conciencia", el muchacho la leyó sin sonreír y preguntó
gravemente: -Usted cree que me porto bien, ¿verdad, señora?...
-Muy bien, y estoy contentísima; confirmo mi idea de que haremos de
ti un hombre de provecho.
Dan, mirándola con algo así como cariño, orgullo y tristeza, dijo: -
Sentiría mucho que usted se equivocase.
-¿Qué te ocurre? ¿Estás enfermo?...
-Me duele algo el pie, y, con su permiso, me voy a acostar; buenas
noches,
mamá -exclamó, saliendo, al fin, como si se despidiera de algo muy
querido.
-¡Pobrecito! Está muy afectado con la desgracia de Nat. ¡Es raro ese
chico! Aún no he acabado de entenderlo. Pero veo que vale mucho más
de lo que creímos -se dijo mamá Bhaer.
Una de las cosas que más le dolieron a Nat, después de la
desaparición del dólar, fue que Tommy, cariñosa pero resueltamente, le
habló así:
-Oye, no quiero perjudicarte, pero tampoco debo perjudicarme; así
que no podemos continuar siendo socios-y dicho esto borró el letrero
"Thomas Bangs y Cía.".
-¿De veras, Tommy? -suspiró apesadumbrado Nat, que cumpliera
muy bien con su deber de buscar huevos, y llevara escrupulosamente las
cuentas.
-Sí. Emil dice que cuando un hombre defrauda (creo que ésta es la
palabra para expresar que toma dinero y se lo lleva) una firma social, el
otro debe denunciarlo, so pena de hacerse cómplice. Tú has defraudado
la razón social; no te denunciaré ni me haré cómplice tuyo, pero debemos
disolver la sociedad, porque no puedo tener confianza en ti.
-Daría cuanto poseo por que creyeras en mi inocencia, pero veo que
es imposible. Déjame que gratuitamente recoja los huevos; sabes que la
tarea me agrada.
-No puede ser. Lo que siento es que conozcas los rincones. Espero
que no irás furtivamente a apoderarte de los huevos.
Nat estaba tan triste que no pudo insistir. Comprendía que había
perdido el socio protector, que había quebrado, que nadie se fiaba de él,
que la razón social estaba rota, que la firma quedaba deshecha, que era
hombre arruinado y que en el granero, que era la Bolsa de Plumfield, no
tenía sitio.
Tommy, por recelos que antes no sintiera, se negó a admitir un nuevo
socio y rechazó una proposición de Ned, murmurando con honrado espíritu de justicia:
-Debo esperar a que Nat demuestre su inocencia. Si la demuestra,
volveremos a ser socios. No creo que eso ocurra, pero ante esa
posibilidad esperaré.
Tommy no encontró colaborador de más confianza que el pobre Billy;
éste aprendió pronto a buscar huevos, y se contentaba con recibir, de vez
en cuando, una manzana o un dulce como pago por su trabajo. A la
mañana siguiente de aquel domingo en que Dan estuviera tan sombrío,
Billy dijo a Tommy:
-No hay más que dos huevos.
-Esto va de mal en peor; ¡qué gallinas tan antipáticas! -gruñó Tommy
recordando la frecuencia con que Nat recogía seis huevos diarios-.
Bueno, échalos en mi sombrero, y dame la tiza para llevar la cuenta.
Billy puso una silla para buscar la tiza en lo alto de la máquina vieja.
De repente exclamó:
-Aquí hay algo que parece dinero.
-¡Déjame en paz, y trae la tiza!
-Veo dinero; uno, cuatro, otro..., un dólar -insistió Billy.
-Basta de bromas -murmuró Tommy, y al encaramarse para tomar la
tiza se encontró con cuatro monedas acompañadas de un pedacito de
papel que decía: "Para Tom Bangs".
-¡Cáscaras! -gritó el chico, y tomando las monedas entró en la casa,
gritando-: ¡Aquí está! ¡Mi dinero! ¿Dónde anda Nat?...
Apareció Nat, y fue tan espontánea su alegría y tan grande su
sorpresa, que todos le creyeron cuándo afirmó:
-Nunca he tocado su dinero. Ni lo tomé, ni lo he devuelto. Créanme y
trátenme de nuevo como un amigo.
Estrechándole cordialmente la mano, dijo Tommy:
-Me alegro muchísimo de que tú no hayas sido. ¿Quién habrá sido?...
-Poco importa, ya que apareció el dinero -insinuó Dan, mirando satis
fecho el alegre semblante de Nat.
-¡Vaya si importa! No me gusta que mis cosas sirvan para hacer
juegos
de manos.
-Ya descubriremos al autor, a pesar de que ha empleado caracteres
impresos para que no se le conozca la letra.
-Medio-Brooke hace muy bien las letras de imprenta.
-Pero Medio-Brooke es incapaz de tocar nada ajeno -replicó Tommy.
Los chicos asintieron, pues el Diácono tenía fama merecida de honradez
y de bondad.
Nat observó la diferencia de concepto en que tenían a Medio-Brooke,
y se prometió esforzarse para conseguir idéntica confianza.
Papá Bhaer se mostró muy satisfecho, y aguardó nuevas
revelaciones.
Estas llegaron pronto y fueron tan sorprendentes como dolorosas. A la hora de la cena recibió el profesor un paquete cuadrado con una carta
de la señora Bates, que habitaba en las cercanías de Plumfield. Mientras
el maestro leía la carta, Medio-Brooke abrió el paquete.
-¡Es el libro que tío Teddy regaló a Dan! -gritó.
-¡Demonio! -exclamó Dan, que a pesar de sus esfuerzos no se había
curado del vicio de jurar.
El señor Bhaer lo miró con tal fijeza que enrojeció.
-¿Qué ocurre? -preguntó con inquietud tía Jo.
-Hubiera querido hablar de esto reservadamente, pero Medio-Brooke
ha frustrado el plan -contestó severamente el señor Bhaer-. La señora
Bates me dice que el sábado pasado su hijo Jimmy compró este libro a
Dan, pagándole un dólar; la madre ha visto que el libro vale mucho más
y me lo devuelve creyendo en un error. ¿Lo vendiste, Dan?...
-Sí, señor.
-¿Porqué?
-Porque necesitaba dinero.
-¿Para qué?
-Para pagar una deuda.
-¿A quién le debías?...
-A Tommy.
-Nunca te he prestado nada -interrumpió Tommy adivinando la
revelación, y lamentándola porque admiraba a Dan.
-¡Es que Dan te quitaría el dólar! -insistió Ned, que no había
perdonado el chapuzón.
-¡Dan! -murmuró consternado Nat.
-Por desagradable que sea, tengo que intervenir en el asunto; pero no
puedo ser policía de cada uno de ustedes, ni puedo consentir que la
casa esté trastornada. Dan: ¿has puesto ese dólar en el granero? -
preguntó papá Bhaer.
-Sí, señor.
Hubo un murmullo general. A Tommy se le cayó la taza en que bebía.
Daisy gritó: "¡Ya sabía yo que Nat era inocente!". Nat rompió a llorar; tía
Jo abandonó el comedor, transida de pena. Dan irguió la cabeza, tras
fugaz abatimiento, se encogió de hombros, y con mirar huraño y el
acento enérgico de antaño, dijo:
-Yo he puesto ese dólar en el granero; haga usted conmigo lo que
quiera; pero no hablaré más del asunto.
-¿No sientes lo ocurrido?...
-No, señor; no lo siento.
-Pues yo lo perdonaré sin que él lo solicite -exclamó Tommy,
sintiendo más compasión hacia el bravo Dan que hacia el tímido Nat. -No
necesito que me perdonen.
-Tal vez lo desees cuando lo pienses. Ni que decirte la sorpresa y el
desaliento que me abruman. Subiré y hablaré contigo en tu cuarto -dijo él maestro.
- Lo mismo me da -contestó Dan, queriendo hablar con altivez, pero
flaqueando al verla tristeza del profesor, y creyendo que las palabras de
éste eran una despedida, se fue.
Si se hubiera quedado, acaso, oyendo las exclamaciones de pesar, de
compasión y de extrañeza de los niños, se hubiera conmovido y tal vez se
habría resuelto a pedir perdón. Todos, hasta Nat, deploraban el descubri-
miento, porque todos, a pesar de la crudeza y de los defectos de Dan,
admiraban las varoniles dotes de inteligencia y bondad que atesoraba el
indómito muchacho. Tía Jo, especial protectora del chico, se afligió
muchísimo. Malo era hurtar; peor, consentir que acusasen a un
inocente; mucho peor, devolver el dinero calladamente, demostrando
falta de valor y aptitudes para el engaño, que auguraban mal para el
porvenir; e infinitamente peor negarse a pedir perdón, obstinarse en no
hablar de lo ocurrido, y no dar muestras de arrepentimiento. Pasaban los
días, y Dan, hosco, silencioso y sin arrepentirse, asistía a las clases.
Aleccionado por lo ocurrido a Nat, no buscó la compañía de los niños, los
evitó, se negó a jugar con ellos, e invirtió las horas de recreo en corretear
por el campo, buscando entretenimiento en pájaros, reptiles e insectos.
-Si esto se prolonga, temo que vuelva a fugarse; es muy pequeño para
soportarlo -dijo papá Bhaer, convencido del fracaso de sus esfuerzos.
-Antes no hubiera yo creído que se fugara; ahora lo dudo; está muy
cambiado -contestó tía Jo, inconsolable, al observar que Dan huía de ella
y que, cuando no podía evitarla, su mirada era medio fiera, medio
suplicante, como de un animal salvaje apresado en una trampa.
Nat seguía como una sombra a su amigo, y éste, aun cuando con
menos aspereza que a los demás, le decía:
-¡Vete! ¡No te preocupes por mí! Todos tienen razón. Yo sé arreglarme
mejor que tú.
-Me disgusta verte siempre solo.
-Pues a mí me gusta mucho.
Paseando cierto día por el bosque de abedules, vio Dan que sus
condiscípulos se entretenían en trepar a los árboles y en balancearse
sobre las flexibles ramas. Sin tratar de tomar parte en el juego, se detuvo
a contemplarlos. Jack acababa de subirse a un árbol, muy copudo, y al
querer cabalgar sobre una rama, ésta, que no era muy gruesa, se inclinó,
quedando suspendido a gran altura.
-¡Bájate en seguida! -le gritó Ned.
Jack lo intentó; pero los retoños eran débiles y se troncharon a la
presión del cuerpo; el tronco era muy grueso para abarcarlo con brazos y
piernas; al fin, desesperado, asustado, jadeante, suplicó el chico:
-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Que me caigo!
-Si te caes, te matas -contestó Ned.
-¡Agárrate bien! -gritó Dan, trepando velozmente hasta la rama en
que se hallaba Jack.
-Se estrellarán los dos -dijo Ned a Nat, angustiado.
Dan, tranquilamente, se montó sobre la rama y la hizo descender
hasta que Jack pudo saltar a tierra; pero, en aquel momento, aligerada
de la mitad del peso la rama volvió a suposición normal con tal violencia
que hizo caer a Dan.
-No me he hecho daño -exclamó, algo pálido y desconcertado,
mientras los niños lo rodeaban llenos de admiración y de miedo.
-Eres un valiente, Dan, y te estaré siempre agradecido -murmuró
Jack. -No vale la pena -contestó Dan, levantándose.
-Sí, sí, y te daré un apretón de manos, aun cuando eres...
-Ned calló la frase final, y le tendió la mano, reconociendo la valerosa
acción.
-Yo no le doy la mano a una culebra -contestó Dan. Ned, recordando
el remojón en el arroyo, no protestó.
-Vamos a casa, compañero; yo te curaré -indicó Nat, dejando a los
muchachos comentar y celebrar la hazaña...
Al día siguiente, el señor Bhaer apareció satisfechísimo en la escuela;
los chicos creyeron que el maestro se había vuelto loco cuando lo vieron
ir derecho a Dan, estrecharle calurosamente las manos y decir:
-Sé todo lo ocurrido, y te pido perdón. Es una acción propia de ti, y
que me hace quererte más; aunque nunca se debe mentir, así sea en
favor de un amigo.
-¿Qué pasa? -preguntó Nat, al ver que su compañero, aunque
satisfecho, guardaba silencio.
-Dan no tomó el dinero de Tommy -exclamó alegremente papá Bhaer.
-¿Quién lo tomó?... ¿Quién lo tomó?... -preguntaron todos.
El maestro señaló un asiento desocupado; los chicos siguieron la
indicación, y quedaron tan sorprendidos, que, durante un momento,
reinó en el lugar silencio profundo.
-Jack se marchó esta mañana, muy temprano, dejando esta carta
sujeta al llamador de la puerta -exclamó el señor Bhaer, leyendo lo
siguiente.
"Yo tomé el dólar de Tommy. Estuve espiando por un agujero y vi
dónde lo puso. Aunque deseaba decirlo, no me atrevía. De Nat me daba
poca lástima; pero de Dan, mucha, porque es un valiente. No puedo
seguir viviendo aquí. No he gastado el dinero; está bajo la alfombra de mi
cuarto, detrás del lavatorio. Lo siento muchísimo. Me voy, y como creo
que no he de volver, cedo a Dan todo cuanto ahí queda mío,Jack."
La confesión no era muy elegante, estaba mal escrita y tenía muchos
borrones; pero aun así, tenía extraordinario valor para Dan. Cuando
terminó la lectura de la carta, se acercó al señor Bhaer, y le dijo
serenamente:
-Ahora, señor, siento mucho los disgustos que le he dado, y le ruego
que me perdone.
-Piadosa fue tu mentira Dan, y la perdono; pero ya comprenderás que
no estuvo bien hecho -exclamó papá Bhaer.
- Quise evitar que los niños siguiesen atormentando a Nat. Mi amigo
no podía resistir tanto sufrimiento; yo sí -contestó Dan, satisfecho de
romper el silencio que se impusiera.
-¡Y te sacrificaste por mí! ¡Qué bueno y cariñoso eres! -balbuceó Nat,
deseando abrazar a su amigo y romper a llorar.
-Vaya, no seas tonto y cállate -observó riendo, y, luego, preguntó
vivamente-: ¿Lo sabe mamá Bhaer?
-Sí, y está satisfechísima... -empezó a decir el maestro, pero no pudo
continuar; los chicos, alborotadamente, rodearon a Dan, dirigiéndole
centenares de preguntas.
-¡Tres vivas a Dan! -exclamó tía Jo desde la puerta, agitando un paño
de secar platos, con intensísimo júbilo.
-¡Allá van! -contestó papá Bhaer, lanzando tres vivas tan estrepitosos
y tan ruidosamente coreados por todos, que Asia quedóse estupefacta en
la cocina, y el anciano señor Robert movió la cabeza, diciendo:
-¡Los colegiales no son lo que eran en mi tiempo!
Dan, contentísimo, sintió su alegría colmada al ver a tía Jo.
Repentinamente lanzóse al vestíbulo; allá fue la excelente señora, y
ambos desaparecieron durante media hora.
Tommy, complacido, restauró la razón social; Nat quedó de por vida
agradecido a Dan; los niños procuraron compensar a los amigos de los
desvíos injustos que les hicieran padecer; tía Jo no disimulaba su
extraordinario regocijo, y el señor Bhaer no se cansaba de contarle a
todos la historia de sus discípulos, los nuevos Damon y Pythias.

Perdón por durar tanto...(╯︵╰,) El colegio me a exigido demasiado.
Les invito a leer mi historia Elizabeth Rose.
Subiré él cap 15 hoy mismo.
Los amo!
Viva Louisa May Alcott!

HombrecitosWhere stories live. Discover now