Parte XXV

886 46 1
                                    

"Mi hijo ha muerto ayer...;era también tuyo. Era tu hijo también, querido mío; hijo de  aquellas tres noches; te lo juro y nadie miente a la sombra de la muerte. Era hijo nuestro, pues ningún hombre me tocó desde aquella vez en que me entregué a ti, hasta el día en que salió de mi vientre. Consideraba mi cuerpo como sagrado por el contacto tuyo.

¿Cómo hubiera podido dividir mi persona entre tú, que lo eras todo para mí, y los demás que pasaban junto a mí, banalmente? Era hijo nuestro, adorado niño, fruto de mi amor consciente y de tu inconsciente y disipada ternura; hijo nuestro, nuestro único hijo. Tú te preguntarás- tal vez asustado, sólo asombrado- por qué te he ocultado la existencia de ese niño, mientras en efecto existía, y por qué sólo hoy te hablo de él, hoy, cuando está ya en la inmensidad, durmiendo, durmiendo para siempre; cuando se ha marchado para no volver más, ¡nunca más! Nunca me hubieras creído, nunca hubieras creído a la mujer extraña que se te había entregado sin reparo, sin resistencia alguna durante tres noches; nunca hubieras creído a aquella anónima capaz de tanta fidelidad hacia ti, que eras tan infiel, y jamás le hubieses reconocido, sin desconfianza, como hijo tuyo.
"Ni aun en el caso de que mi afirmación te hubiese parecido sincera, jamás hubieras podido desechar la secreta sospecha de que se tratara de un intento de suplantar el hijo de un cualquiera por el de un hombre rico. Hubieses tenido la sospecha y una sombra, una ligera desconfianza hubiérase interpuesto entre tú y yo. En cuyo caso, yo te conozco, te conozco mejor que tú mismo- sé que hubiera significado un peso en tu amor-pues sólo quieres lo alegre y lo descuidado- el pensamiento de ser padre y de sentirte responsable de la suerte de otro ser. Tú, que no has conocido más que la libertad, te hubieses sentido ligado a mí. Y me hubieras-sí, contra tu voluntad- odiado por esa misma ligadura. Quizá durante algunas horas, quizá durante algunos minutos me maldecirías, y eso no podía aceptarlo mi orgullo; yo quería que tú pensases en mí durante toda la vida, sin una sola
nube que ensombreciese el recuerdo. He preferido echarlo todo sobre mí, antes que convertirme en una carga para ti y ser la única, entre todas las mujeres que has conocido, en la que puedas pensar con amor y gratitud. Pero nunca has pensado en mí, me has olvidado.

Carta de una desconocidaWhere stories live. Discover now