8: La Harpía de Yar

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Chantal abrió los ojos de sopetón, moviendo su cuerpo frenéticamente como si acabara de despertara de una pesadilla y se sentó de golpe. Miró a los lados y se encontró en una habitación. Todo era blanco. Había una cama sobre la cual reposaba, una peinadora, un cuadro en la pared y una ventana rectangular lo suficientemente estrecha para que su cuerpo no entrara, pero no lo suficiente para que su brazo lo hiciera. Por ahí entraba una fuerte brisa que movía el cabello de Chantal, quien miró sus manos y brazos. Vestía un una bata de tiras blanca que se sentía un tanto áspera en la piel. Se acercó a la ventana y desde ahí vio la ciudad o al menos lo que el espacio le permitía ver. El cielo estaba nublado, por lo que se le hacía dificil calcular la hora. 

Los músculos los sentía entumecidos y con dolor leve ante cualquier movimiento, de hecho, no paraba de jadear. Por unos instantes creyó que todo había sido un sueño, pero las imágenes de los espectros en el White Room seguían ahí. Tampoco entendía en que momento había terminado en aquella habitación, pero si recordaba el momento en el que todo se volvió oscuridad y no supo más de ella. Solo una punzada en su cerebro y luego el fin.

Chantal caminó hasta la peinadora y encontró sobre esta un cepillo de peinar. Lo vio, No tenia ni un solo pelo enredado entre las cerdas, así que lo pasó con sumo cuidad. Aún cuando lo intentaba de esa manera el jaloneo le provocaba dolor. Al mirarse la espejo tocó sus pómulos y vio alrededor de sus ojos unas enormes ojeras, que ensombrecían su mirada y su piel que d epro sí ya tenía un tono amarillento, como aquellos recién nacidos a los que los pediatras mandan a poner al sol por falta de vitamina D. 

Chantal no supo cuanto tiempo pasó peinándose. Dentro de la habitación no habían relojes. Ni nada que le advirtiera el paso de las horas, tampoco había puertas. Volvió a mirar por la estrecha ventana y respiró el aire que provenía del exterior y se dedicó a mirar cada edificio. Sin embargo, ninguno parecía ser lo suficientemente alto como en el que se encontraba. Se veía toda la ciudad. A lo lejos había una muralla y luego, mucho más allá agua, tan azul como nunca antes hubiese visto un mar y sobre ella barcos, tantos como se pudiese esperar de una ciudad portuaria, pero se veía modernos, llenos de luces y con formas que desafiaban lo que para ella debían ser barcos. 

El sonido del viento al entrar por la ventana generaba un silbido, pero otro la hizo dar la vuelta y se encontró con la figura de Sabrok observándola. Chantal se recostó de la ventana, pero no había más a donde ir. La pared le impedía seguir. 

—¿Qué quiere?

—Qué bueno que haya despertado, Chantal Brettón. Un mes ha tardado en despertar. Los senadores están esperando para llevarla a juicio.

—¡Qué he dormido un mes!

—Así es. Los sucesos del White Room la dejaron al borde de la muerte. Sin embargo, el juicio se ha dilatado por mucho tiempo y su ingreso a El Nido está en veremos. —Sabrok miró su muñeca como si tuviera un reloj en ella— Y por la fecha en la que estamos está justo al borde del día tope. Mañana es 27 de septiembre.

—Necesito más explicaciones.

—Confórmate con que ya no eres una prisionera.

Sin embargo, Chantal pensaba distinto, pero guardó silencio. 

—A diferencia de la vez pasado no irás esposada, por eso voy a pedirte que me acompañes.— Sabrok había cambiado su actitud. Ahora se mostraba más receptivo, pero eso no le restaba la imponencia que su morena y gruesa figura expresaban. Sus movimientos parecían una orden constante que trataba de disimular, casi de forma forzada. 

Chantal no sabía si sentirse agradecida o indignada ante la idea de ser tratada como si hubiese salido de prisión. Ahora era tratada como una indultada, pero siguió guardando silencio. No tenía energía suficiente para entablar una discusión. 

Rastreadores de Almas y el Faro de OrienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora