Melodías de un corazón atormentado

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Divisé mi reflejo y me quedé contemplándolo, al notar que me veía hermosa.

Pronto saldría al escenario, por lo que debía estar radiante y tenía que lucir la mejor de mis sonrisas. No obstante, nada de aquello se me antojaba mostrar puesto que lo único que sentía en esos momentos era inquietud.

―¿Está lista? ―preguntó una muchacha, asomándose por el resquicio de la puerta.

―Dímelo tú ―dije, mirándola de soslayo.

―Vamos, está espléndida ―contestó, mientras se acercaba a mí―. Hay muchas personas allá afuera, y todas la aclaman ¿No desea hacerlas esperar más o sí?

―Solo pido cinco minutos ―susurré―. Pueden ir preparando...

―Imposible ―replicó la mujer, interrumpiéndome―. Acabo de comunicarles a los presentes que usted subirá al escenario ahora mismo.

―!¿Qué?! ―exclamé.

―Lo siento, señorita Crowley. ―Se disculpó la joven―. Son órdenes de su madre. Ella está muy preocupada por el retraso de la función y teme que si hacemos aguardar demasiado al gentío, las personas podrían acabar yéndose.

―!Dígale que... ―grité, dejándome llevar por mi enfado, pero al instante me arrepentí. La culpable era mi madre, y si a alguien debía reclamarle era únicamente a ella―. Dile que ya voy para allá ―respondí―, y que no se agobie porque disfrutará de la función más espectacular que haya visto en su vida. Tal será su éxito, que necesitará tener tres manos para poder recaudar todo el dinero obtenido ―agregué, entrecerrando los ojos con osadía.

―Está bien, yo se lo haré llegar ―recitó la muchacha, alzando las cejas.

―Vamos ―ordené. Me coloqué la pierna ortopédica como sabía hacerlo, me puse en pie de forma tambaleante y le di la espalda al espejo sin echarme un último vistazo. En segundos, me encontraba oficialmente lista para mi presentación estelar.

***

―Señoras y señores, llegó el momento más esperado de la noche. Sí, ella ya está aquí. Una de las mejores pianistas de Europa; por primera vez en España. ¡Así que recibamos a Kathleen Crowley con fuertes aplausos! ―anunció el presentador por el micrófono.

Acto seguido, se escuchó una gran ovación de la muchedumbre.

―Bien, es tu oportunidad de brillar. Debes refulgir más que nunca. ―Me susurré a mí misma.

Salí de las sombras y de forma automática la mujer de los camerinos corrió a ayudarme. Le gruñí, recordándole que podía caminar por mi cuenta, pero ella no me prestó atención. Colocó su mano en mi cintura y me indicó que recién podía avanzar, lo que logró colmar mi paciencia.

No obstante, cambié mi expresión conforme empezamos a dirigirnos hacia el escenario. Al ingresar, mantuve la cabeza en alto y prácticamente reí con el público. Luego, para mi sorpresa, empecé a saludarlos con verdadero regocijo, agradeciéndoles en cierta forma su presencia.

Terminamos el recorrido, yendo al familiar piano que me aguardaba en el centro del escenario. Me puse cómoda en el angosto banco, di la señal para que la mujer se marchara y ella se fue.

Aclaré mi garganta y estudié lo que me rodeaba, mientras cientos de miradas me acosaban. De pronto comprendí mi importancia, como el peso que esta ejercía en la audiencia, y aquello fue lo que me impulsó a dar inicio a la función.

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