I (Editado)

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Aclaración: Como podrán ver, este capítulo dice editado, mientras que otros quizás digan "Sin editar" Los capítulos editados son el producto final, sin errores (O al menos con menos errores) y escenas extras que incorporé. Eso no significa que la historia cambió sustancialmente, por lo que si leyeron antes, no se asusten. Tampoco es necesario que vuelvan a leer, pero creo que les gustará más esta versión, ya que es más consistente. Sin más, les presento: Ojos Grises.


Ojos Grises

Capítulo I

Carolina sentía un vidrio clavado en su pecho.

El auto de su mamá estaba boca abajo, al final de una montaña y ella estaba en él, mientras su sangre escapaba de su cuerpo, manchando así la grama aún cubierta por el rocío de la madrugada. Las ventanas estaban rotas, el auto estaba más allá que roto y sus restos, todos sus restos, incrustados en Caroline.

Caroline moría.

En la oscuridad de la noche, bajo el cielo estrellado y la luna llena. Si nadie la ayudaba, iba a morir. Si nadie la ayudaba, Caroline, con sus dieciséis años recién cumplidos y toda su vida por delante, iba a morir.

Después de una hora, quizás dos, alguien finalmente vino a su rescate. Fue quizás un golpe de suerte, o quizás algo más, porque en dónde Caroline estaba, al final de una montaña en la oscuridad de la madrugada sudafricana, era casi imposible que alguien la divisara desde la carretera que se cernía por encima.

La persona que la encontró (O personas; Caroline nunca se enteró) llamó a los bomberos y a una ambulancia, y lograron sacar el carro destruido de su cuerpo diminuto. Pero los ojos cafés de Caroline, hace horas habían sido cerrados, y su respiración era apenas un rumor silencioso. En su mente, Caroline oyó voces, vio una luz y despertó meses después, en una cama de hospital.

Caroline había muerto, pero volvió.

La muerte había sido como le habían dicho; confusa, injusta, negra y a la vez tan luminosa que aún podía sentir el dolor de cabeza. La luz había estado ahí, pero algo la alejó de ella, casi arrebatándola de lo tentadora que puede llegar a ser la muerte. Las miradas, sin embargo, no se fueron.

Ella estaba sola, ahora en la oscuridad de una habitación, vigilaba las veinticuatro horas del día. Las palabras de sus actos aquella noche de invierno, caían como vidrios rotos, ella misma casi siempre del otro lado. Desde la reclusión de su "recuperación" deseaba constantemente haber seguido la luz. Apenas comía y gritaba por las noches, presa de espantosas pesadillas. Durante el día, permanecía callada, maldiciendo por dentro cada intento que hacía su madre por iniciar una conversación.

Su mente estaba trastornada, torcida, maldita. Las pesadillas eran tan vividas que juraría que algo la estaba vigilando.

Ella sabía que estaba siendo vigilada.

Le atribuyó eso a sus demonios, que la perseguían de noche y de día. Demonios que la habían empujado a tomar malas decisiones todo el transcurso de su corta vida, como aquella noche, con aquella montaña y el consecuente accidente. Caroline no podía escapar. Todos los días se sentía de nuevo atrapada bajo el auto, con su pecho siendo presionado con fuerza y el aire escapando de sus pulmones.

Ella aún se ahogaba. Aún sentía como la respiración se esfumaba de su garganta.

Aún moría.

La noche del accidente, Caroline se había escapado por la ventana de su habitación durante la madrugada. Siempre hacía eso y no le importaba si desobedecía a su madre o si esta se preocupaba. Para ella, nada malo pasaría. Solo daría una vuelta en su carro, iría a una fiesta, se emborracharía y regresaría antes de su madre se despertara.

Ojos GrisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora