CAPÍTULO I - EL ENCUENTRO

46 1 0
                                    


En ese preciso instante, en algún lugar de Polonia, la neblina como la persistente lluvia que caía sobre mí debilitado cuerpo, se disipaban poco a poco dando paso a un tímido brillo solar, alentando la esperanza de que el duro invierno de 1,929 se desvanecería pronto.

Había caminando por varios días y no recordaba en que momento me había alejado de mi hogar, sobre todo me sobrecogía el temor de no saber cómo regresar. Si no fuera por algunos frutos que había recogido en el camino hubiera perecido de hambre. Sumido a este confuso instante, solo venía a mi memoria las palabras de mi madre suplicándome antes de ir a la escuela.

– ¡Vuelve temprano hijo, te estaré esperando!

Así como también recordaba la firme voz de mi padre, diciéndome:

– ¡Cuida con tu vida ese dinero y no adquieras nada diferente de lo que te pido!

Observé con detenimiento el lugar donde me encontraba y aprecié una extensa y hermosa campiña donde discurría en medio de ella un estrecho río, cuya corriente había perdido sus fuerzas al descender sus inquietas aguas, permitiendo e ciertas zonas ver su lecho.

– ¡Será fácil cruzarlo! –dije animándome a continuar mi marcha, pues en ese instante había avistado una pequeña casita en el otro extremo del río, cuya abandonada fachada contrastaba con el hermoso y verde paisaje.

Al instante me acerqué a su orilla y contemplé en su juguetona corriente mi redondo rostro de mejillas rojizas, enmarcadas con un corte de cabello de tipo militar. Llevaba puesto un polo de color verde agua por dentro y un grueso abrigo de color gris que hacía juego con mi pantalón de lana negro. De pronto sentí la necesidad de sumergir mi mano en la fría y apacible corriente borrando mi imagen por un instante de ella, mientras expresaba en voz alta.

– ¡Es tiempo de seguir mi camino!

De inmediato me incorporé y comencé a cruzar el río, pisando las piedras que encontraba sobre su lecho con sumo cuidado y estando a punto de llegar al otro extremo de la orilla cuando me resbalé, en segundos cerré mis ojos presagiando el inevitable dolor que sufriría al caer sobre esas angulosas piedras de disforzadas formas, es entonces cuando sentí cómo unas suaves manos sostuvieron mi espalda, enderezando mi cuerpo con delicadeza.

– ¡Ten cuidado muchacho, te has podido dar un buen golpe! – dijo la desconocida voz.

Al girar mi cuerpo me encontré a una mujer mayor de ondulado cabello negros y de tez clara, quien me sonreía, mientras clavaba su mirada en la mía con ternura y arreglaba delicadeza el gris abrigo que llevaba puesto.

– Gracias señora –dije con timidez.

– De nada niño, sólo ten cuidado – contestó con serenidad, mientras terminaba de cruzar el río junto conmigo tomándome de la mano.

– Señora disculpe, me he perdido, y quisiera saber si usted conoce la ruta para llegar aún pueblo llamado Wadowice.

– Pues para llegar allí tienes que hacer lo siguiente, pero será mejor que tomes nota de ello –– Indicó con alegría la mujer de grandes ojos castaños, de inmediato y con rapidez extraje de mi alforja color marrón que llevaba cruzada sobre mi hombro, un cuaderno, entonces con un lápiz, apunté con cuidado las indicaciones de la amable mujer, al cabo de unos minutos ella se despidió con amabilidad y se fue bordeando la orilla del río en sentido contrario.

Encontrándome de nuevo tan solo en este paraje, opté por sentarme en el suelo cayendo sobre mí un sentimiento de desconsuelo, entonces de manera inesperada observe pasar a una bella mariposa agitando sus alas, para luego posarse en una flor, de inmediato tuve la imperiosa necesidad de escribir en el sencillo cuaderno lo siguiente:

Juan Pablo II...¡Nunca te abandonaré!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora