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Ahora mismo me siento exactamente como quien está en el medio de una carretera eterna, y eternamente vacía, parado, bloqueado, porque no tiene claro si quiere seguir andando, pero sabe que no puede volver. Como el único pasajero que está sentado en la sala de espera del aeropuerto, con los billetes en la mano, sin decidirse a subir al avión, más que por el miedo a volar, por el miedo a lo que le espera cuando aterrice. Como aquel que llega con una rosa hasta el portal de la chica que ama y se queda ahí abajo, sin llamar al timbre, por si la rosa no es lo único que se marchita si llega el "no". Y si sigo aquí en este intermedio que parece que no acaba, no es tanto por culpa de lo que dejo atrás, sino de todo lo que me espera ahí delante. Que abrir esa puerta puede llevarme definitivamente a la puta mierda para ser exactos. Pero que la vida es eso, girar pomos. Llegar con esperanzas de quedarte un mucho tiempo que puede tender a para siempre. Y si ahora mismo mi felicidad depende de cruzar ese umbral, echo la puerta abajo de una patada. Porque coño, lo necesito.

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