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Noche Buena, 2009.

–Mamá, ¡por favor! No me hagas ir, ¿sí?- pedía Miguel. –¡Va a ser muy aburrio'. ¿Por qué no te llevas a mi hermana? Yo me quedaré aquí con Rubén.- el moreno se sentía un adulto ahora que sabía que pronto cumpliría 18 años, pero su madre seguía arrastrándolo a todas sus fiestas Navideñas que sus amigas preparaban.

–¿Tú y Rubén? ¿Solos en casa?- y soltó una risa por un momento, cosa que a su hijo no le hizo nada de gracia, este cruzó los brazos y se tumbó en el sofá de mala gana, sus labios estaban curvados en un ligero puchero y veía a la nada molesto. La mujer dejó de reír y se acercó a su hijo dejando salir un pesado suspiro de sus labios. –Miguel.- llamó. –Prométeme que no terminarán quemando la casa y supongo que tendremos un trato.

La expresión en Miguel cambió completamente. Se levantó de un salto de su asiento y aquel puchero se había convertido en una amplia sonrisa.

–¡Te lo prometo, madre!- respondió mientras cogía la mano de su madre y tras haber besado un par de veces el torso de esta, la estrechó firmemente.

Rubén era el mejor amigo de Miguel. Eran inseparables, desde el primer día de escuela. Rubén era menor que él, tenía 16 años, pero aún así manejaron tener algunas clases juntos. Miguel se sentaba en su clase de Matemáticas cuando aquel chico alto, tez blanca, cabello castaño y desaliñado a propósito, sus patillas y ojos fue lo primero que captaron su atención. El maestro pidió al chico que se sentara donde él gustara. Él decidió sentarse en un lugar vacío junto a Miguel.

La conexión que sintieron fue casi instantánea cuando comenzaron a hablar. Música, juegos, y demás; hasta que eventualmente de lo último que se enteraban era lo que habían aprendido en aquella clase.

El hogar de Rubén consistía en una madre rígida y estricta. Su padre y ella compartían algo, lo cual no era el afecto que se tenían como pareja; el alcoholismo y el odio que sentían hacia su hijo. Tenía una hermana mayor la cual entraba y salía de casa cuantas veces le apetecía. No recuerda cuándo fue la última vez que la vio, dejándolo así, con un peso enorme que es el vivir con unos padres disfuncionales en sus hombros. Rubén solía escapar de su casa para alojarse en la de su amigo, y Noche Buena no fue la excepción.

Sin embargo, llegar a la casa del mayor con un ojo morado, sí era una excepción. Rara era la ocasión en la que sus padres le golpeaban con fuerza suficiente como para dejar huellas visibles.

La madre de Miguel le echó un vistazo al chico, quien intentaba con todas sus fuerzas no perder la compostura, pero tan pronto ella chasqueó la lengua y posó una de sus suaves manos en la mejilla del menor e inclinar su cabeza, perdió la batalla.

–Está bien, señora.- sorbió por la nariz Rubén. –No duele.- y una sonrisa que no ocultó para nada el dolor que sentía en ese momento se trató de dibujar en sus labios.

–¡Ya está! No iré a la fiesta. Me quedaré a cuidarlos.

–¡No!- respondió inmediatamente Miguel. –No, no puedo permitirme eso, señora. De verdad, estoy bien. ¿Qué tal si me cura en la mañana?- Rubén sonrió a su madre sustituta.

Ella le miró por un momento, la profundidad de su mirada hizo que Rubén bajara su mirada mientras sorbía por la nariz una vez más. La madre de Miguel se dio cuenta que estaba haciendo sentir al chico incómodo así que decidió ceder.

–¡Vamos, Lisa!- llamó. –Iremos sólo por un momento. Volveremos pronto.- entonces, inclinó su espalda hacia atrás un poco, asomó su cabeza por el pasillo. –¡Miguel, Rubén está aquí!- anunció.

–Muchas gracias, señora.- dijo Rubén, y a pesar de que una de las mejillas estaba roja, la otra igualó su color, más no sentía dolor.

Mientras Miguel se acercaba a la puerta, su sonrisa se iba desvaneciendo, y al ver el ojo de su amigo detuvo su andar.

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⏰ Last updated: Dec 25, 2015 ⏰

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