Prólogo

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Era una soleada tarde de julio, mamá y papá estaban acomodando las cosas que poco a poco sacábamos de la "camioneta de mudanzas" que en realidad era la camioneta de carga del trabajo de mi papá. Mientras acomodábamos algunos muebles de uso inmediato como las camas y la estufa, me era inevitable pensar en todo lo que había dejado atrás.

Con el paso de los días, las llamadas y visitas hacían todo un poco más llevadero. Uno de esos días, la familia de quien entonces era mi mejor amiga vino a visitarnos.

Mi madre y esa familia eran de una extraña religión cristiana, que predicaba la paz y la unidad familiar,y desde que mamá empezó a asistir a sus reuniones, las cosas en casa habían cambiado para bien. Sucedía que con el cambio de casa, necesitábamos conocer el nuevo lugar de reunión al que asistir entonces, y esa era una de sus razones para venir.

Llegaron por la tarde y luego de convivir con ellos un poco, Reina, la mamá de mi mejor amiga nos ayudó a arreglar nuestra ropa y cabello. Ella, su esposo y sus hijas se arreglaron también y salimos al lugar de reunión.

Llegamos. No era el sitio más lujoso del mundo ni el más grande, pero era del tamaño suficiente para un grupo de 100 personas que iban a estudiar la Biblia. Todas esas personas se me hacían un tanto ajenas, sin excepción. Era como si fuera capaz de sentirme sola a pesar de estar rodeada de gente, pero en un momento el orador hizo que el auditorio participara con sus comentarios y en uno de ellos escuché una dulce voz masculina y llena de sabiduría.

Terminando la reunión, busqué al dueño del comentario que había captado mi atención, era un niño precioso. De altura media, tez clara, ojos color miel que inspiraban ternura sin igual, de mirada viva...si mirabas mucho tiempo sus ojos, podrías perderte en ellos.

-Hola-lo saludé estrechando su mano.-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Jefté, pero en la congregación me dicen Ismael, pues es mi segundo nombre. ¿Eres nueva por aquí? Nunca te había visto.

-Si, llegué hace unos dos meses. Todos aquí se ven un poco difíciles.

-No lo son. Te acostumbrarás.

Entonces escuché la voz de mi madre que me llamaba para irnos.

-Mucho gusto Ismael, nos veremos luego.

-Adiós, ehmm no me has dicho tu nombre.

-Soy Michelle. Nos vemos.

Salí corriendo. Si me hubiera quedado más tiempo, las cosas en mi cabeza no me habrían permitido mantener la calma.

Sueños Y DesastresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora