Conspiración

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Estaba muriendo, el dolor físico lo azotaba sin piedad, y el incesante sonido del golpeteo en su puerta no ayudaba mucho con la terrible jaqueca que le atormentaba.

—¡Hora de levantarse!— Gruño la voz al otro lado de la puerta por décima ocasión.

Charles dio media vuelta en la cama y se puso la almohada sobre la cara. Apenas y había logrado conciliar el sueño el día de ayer, su mente no dejaba de torturarlo, castigandolo por lo que hizo ¿Acaso no era él un hombre de principios? ¿Era acaso tan débil que no podía mantener sus ideales? ¿De verdad le importaba tanto lo que otros pensaran de él? ¿Y qué había del otro chico? ¿Estaría dolido? Bueno, tal vez Erik no era la clase de chico que se enamora de un perfecto extraño con el que se metió una sola noche, en especial con lo atractivo que era, más bien Erik era la clase de hombre por la que un chico ingenuo se queda flechado por un simple beso.

La puerta se abrió de golpe y el suave golpeteo de unos tacones retumbo en la habitación, pudo escuchar el sonido de la puerta del baño abrirse y el movimiento de la cortina al ser recorrida para después escuchar el sonido del agua al caer.

—Se va haciendo tarde, tienes que levantarte ahora.

No contestó, a menos que gruñir sonidos sin coherencia cuente como respuesta, se removió en la cama y apretó el agarre de la almohada.

—Charles...

Esta vez la voz se escuchaba más cercana y Charles pudo sentir como la rubia se sentaba en una esquina de la cama, su hermana estaba siendo compasiva pero Raven no solía ser tan amable, y mucho menos paciente cuando debía hacer algo para su madre, como pudo abrió los ojos y se estiró.

—Estaré listo en veinte, sólo dame un momento.

Raven permaneció en silencio, observandole fijamente antes de dirigirse a la puerta y retirarse, no sin antes dirigirle una de sus calidas amenazas.

—Que sean diez.


Charles se lavó una y otra vez el lugar dónde las marcas hacian real lo de la noche anterior, sin embargo éstas permanecian sin importar cuanto las frotara, de echo con el paso del tiempo parecían ser más evidentes de lo que quisera. Cansado de intentar con los "remedios simples" que encontró en la red y que en realidad no eran tan simples optó por usar una camisa de cuello alto y manga larga, no muy diferente al estilo que solía vestir comúnmente.

De esa tarde lo único que el castaño sabía era que al parecer un viejo y muy querído amigo de su madre los visitaría por un par de días y al ser éste un gran benefactor de la compañia era indispensable mostrarse extremadamente cortés y servicial, por ello la limpieza profunda de la mansión y los mejores cubiertos en la mesa.

No estaba de humor para tener que sostener pláticas aburridas sobre economía y política, forzar sonrisas y fingir risas no era lo suyo pero llevarle la contraría a su madre no era una opción. Tomó una taza de té y una tostada y se dirigió al vestibulo donde su madre y hermana lo esperaban.

Cerca de veinte minutos después de la hora indicada para la llegada del invitado sonó el timbre, Raven se puso de pie y justo como si fuesen maquinas, ambas, madre e hija, se arreglaron el cabello. Charles mejoró su postura, limpió las migajas del pan de la comisura de sus labios y puso su mejor sonrisa. Unos instantes después un hombre anciano, delgado y algo curvo entraba en la habitación con una gran sonrisa.

—¡Jacob!— Dijo sonriendo su madre mientras le tomaba del brazo y besaba ambas mejillas.

—¡Oh! Mi querida Sharon, sigues igual de bella y tus hijos ¡como han crecido! y tú—Dijo girandose hacia el oji azul —Eres igual a tu padre.

Esto último lo dijo con un tono que no concordaba con su sonrisa, en su mirada se observaba una clara melancolia. Su madre se removió incomoda a su lado y un silencio denso se apoderó de la sala. La muerte repentina del señor Xavier había conmocionado al país entero y aunque habían pasado ya muchos años el dolor, al menos en aquel hogar, seguía presente, especialmente en el corazón de su madre. Un dolor que se reflejaba en una especial averción por el jóven Xavier.

—¿Quién es él?— Preguntó Raven.

Levanto la vista, que había  desviado para ocultar las lagrimás que se le habían comenzado a formar al rememorar la terrible muerte de su padre y el claro desprecio que le tenía su madre.

En el recibidor una figura alta se había colado sin hacer el menor ruido. El hombre mayor giró sobre sus talones y acercó al recién llegado, un hombre mucho más joven, fornido y con una sonrisa extrañamente conocida, dandole palmaditas en el hombro añadió —Les presento a mi hijo, Erik Eisenhardt Lehnsherr, heredero de la compañia.

A Charles se le cayó el alma a los pies al escuchar aquel nombre, era imposible.

Simplemente no podía estarle pasando.

Esas cosas no pasaban en el mundo real.

Tristemente para Charles reconoció aquella sonrisa en un instante, ese era Erik... Su Erik.

Estaba más que claro, la vida conspiraba en su contra.

El sexo no lo es todoWhere stories live. Discover now