La Gran Fiesta

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El hijo del rey, a quien le avisaron que acababa de llegar un gran príncipe que nadie conocía, corrió a recibirlo; le dio la mano al bajar del carruaje y lo llevó al salón donde estaban los comensales. Entonces se hizo un gran silencio: el baile cesó y los violines dejaron de tocar, tan absortos estaban todos contemplando la gran belleza de este desconocido. Sólo se oía un confuso rumor:

-¡Ah, qué hermoso es!

El mismo rey, siendo viejo, no dejaba de mirarlo y de decir por lo bajo a la reina que desde hacía mucho tiempo no veía una persona tan bella y agraciada. Todos los caballeros observaban con atención su peinado y sus ropas, para tener al día siguiente otros semejantes, siempre que existieran telas igualmente bellas y manos tan diestras para confeccionarlos. El hijo del rey lo colocó en el sitio de honor y en seguida lo condujo al salón para bailar con él. Bailó con tanta gracia que fue un motivo más de admiración.

Trajeron exquisitos manjares que el príncipe no probó, ocupado como estaba en observarlo. Ceniciento fue a sentarse al lado de sus hermanos y les hizo mil atenciones; compartió con ellos los limones y naranjas que el príncipe le había obsequiado, lo que los sorprendió mucho, pues no lo conocían. Charlando así estaban, cuando Ceniciento oyó dar las once y tres cuartos; hizo al momento una gran reverencia a los asistentes y se fue a toda prisa.

Apenas hubo llegado, fue a buscar a su madrina y después de darle las gracias, le dijo que desearía mucho ir al baile al día siguiente porque el príncipe se lo había pedido. Cuando le estaba contando a su madrina todo lo que había sucedido en el baile, los dos hermanos golpearon a su puerta; Ceniciento fue a abrir.

-¡Cómo han tardado en volver! -les dijo bostezando, frotándose los ojos y estirándose como si acabara de despertar; sin embargo no había tenido ganas de dormir desde que se separaron.

-Si hubieras ido al baile -le dijo uno de los hermanos-, no te habrías aburrido; asistió el chico más bello, el más bello que jamás se ha visto; nos hizo mil atenciones, nos dio naranjas y limones.

Ceniciento estaba radiante de alegría. Les preguntó el nombre de este chico; pero contestaron que nadie lo conocía, que el hijo del rey no se conformaba y que daría todo en el mundo por saber quién era. Ceniciento sonrió y les dijo:

-¿Era entonces muy hermoso? Dios mío, qué suerte de ustedes, ¿no podría verlo yo? Ay, por favor, préstenme un traje, uno de los que usan todos los días.

-Claro -dijo el mayor-, ¡no faltaba más! Prestarle mi ropa a tan feo ceniciento... tendría que estar loco.

Ceniciento esperaba esta negativa, y se alegró, pues se habría sentido bastante confundido si su hermano hubiese querido prestarle el traje.

El CenicientoWhere stories live. Discover now