Capítulo 6

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Los hombres martillaban y repartían volantes en la plaza principal del pueblo. Los puestos de juegos y de comidas y las atracciones estaban casi listas, faltaban horas para la inauguración de la feria anual. Banderines con el símbolo de Arendelle atravesaban las calles y los árboles.

— ¿Para cuándo estará terminada? — preguntó Ben mientras transitaban por allí de regreso al Palacio.

—Hoy a la tarde noche. — dijo el señor Bernt al recibir un panfleto.

—Bueno, tengamos una fiesta en la tarde, si la Señora Hyring nos deja después de cenar. — propuso Ben. La Señora Hyring era la dama de llaves, encargada de las criadas. La mujer de unos sesenta años era algo así como la mano derecha del Señor Carrder, y ambos parecían compartir la característica ermitaña y antisocial. Solo era trabajo para ellos.

—Tienes razón. — dijo Annkjell. — No viene seguido y no se queda por mucho tiempo. ¿Y usted, Señor Bernt?

—No veo por qué no. — dijo repiqueteando su bastón por el cemento.

—Vaya, allí está la Princesa Elsa. — Annkjell la reconoció a la distancia, saludando a los que armaban las atracciones de madera y reverenciaban ante la joven. — Sigan. Los veré en el Palacio. — les avisó al Señor Bernt y a Ben.



—Buen día para ti también. — le respondió Elsa. Admiraba los trabajos y casi podía imaginarse a la alegre feria terminada, llena de luces y colores, niños gritando y corriendo. Y adultos igualmente. Ese año parecía ser el doble de grande.

—¿La Reina Idun está bien? — Elsa volvió su vista a su doncella. — ¿Se ha recuperado de...?

Elsa respiró profundo y la invitó a caminar con ella, para que los hombres que estaban allí no escucharan su secreto que solo la joven bajita a su izquierda y la Reina sabían.

—Si crees que nunca se recuperará de cargar el cuerpo del Señor Engin de un lado de la casa a otro, entonces no la conoces. — volvió a colocarse la máscara sonriente sobre su rostro, para esconder lo demás. Apretó con más fuerza el mango de su bolsito morado.

—No quise decir recuperar exactamente, sino olvidarlo. — Annkjell sacudió los brazos a sus costados.

—No hará eso tampoco. — erguió su cabeza decorada con un sombrero de día. — Cuando muera, la abrirán y lo encontrarán tallado en su corazón. — carcajeó sarcástica. Annkjell sonrió apretando los labios.

—¿Y usted? ¿Y su corazón?

—¿No lo oíste? — preguntó Elsa, tornando seria. — No tengo corazón. Eso es lo que todos dicen.

—Yo no, Alteza.

Intercambiaron una mirada y Elsa se alegró de haberlo oído.

—Todos menos tú.

Annkjell estornudó.

—¿Te encuentras bien?

—Dí... Sí, Alteza. No se preocupe.



—¿Quería ver al nuevo chofer, Majestad?

—Sí, Carrder. Por favor, hágalo pasar. —dijo el Rey desde su escritorio en la biblioteca superior. Se dio la vuelta e invitó al muchacho a acercarse. — Pase, pase. Gusto en verlo de nuevo.

El hombre en cuestión era rubio, de cuerpo firme y anchos hombros. Estaba bien peinado y vestía el uniforme común en los choferes: pantalones y botas negras, un saco verde con muchos botones dorados y una gorra. Era algo innovador con la reciente movida de automóviles, y como el Palacio había adquirido uno y su chofer acababa de renunciar, Adgar había solicitado los servicios al joven Kristoff.

Arendelle Palace | JelsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora