capitulo 5 una mujer para tiempos como estos

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Los primeros rayos de la aurora entraron de puntillas en la lujosa recámara. Trepando por la mullida alfombra, habían alcanzado el enorme lecho en el cual él estaba recostado despreocupadamente. Afuera, la noche helada parecía haber rendido sus oscuras huestes ante la rubia luz reflejada en la blanca sábana nevada, sobre el inmenso prado de la mansión Andley. La habitación estaba entre penumbras y en silencio, pero él ya se había despertado, sus ojos azul claro estaban perdidos en la profundidad de sus propios pensamientos.

De repente, se incorporó poniéndose un batín de seda verde oscuro con caprichosos brocados. Su cabello dorado caía sobre sus anchos hombros en descuidado desorden y sus ojos se veían ligeramente hinchados por la falta de sueño. No había cerrado los ojos en toda la noche.

Se aproximó a la ventana y la abrió de par en par para recibir sobre su rostro bronceado el gélido frío de los copos de nieve, pequeñas motas que se derretían sobre su piel. Era como si el frío de la mañana pudiese borrar sus eternas turbulencias internas. Pero él sabía bien que ellas se quedarían a su lado hasta que finalmente se decidiese a tomar la determinación contra la cual estaba luchando.

La noche anterior había asistido a uno de esos bailes interminables que odiaba inmensamente, pero sin Candy para escudarlo de las docenas de mujeres frívolas que estaban siempre acechándolo, la situación se había vuelto casi intolerable. Afortunadamente, Archie y Annie había ido con él y le habían ayudado a enfrentar el continuo coqueteo de todas esas jóvenes que soñaban con ser la afortunada mujer en casarse con uno de los solteros más codiciados de los Estados Unidos. No obstante, durante esos momentos en que Annie y Archie bailaban juntos dejándolo solo, el persistente asedio de mujeres solteras, e incluso casadas, no cesaba de importunarle haciéndole sentir cada vez más incómodo, inquieto y molesto con aquella sociedad que él no aprobaba.

Pero la peor parte había sido cuando Eliza Leagan había logrado encontrarlo en el solitario salón en donde él había hallado refugio de sus agresivas admiradoras.

¿Por qué tan solo? – le había preguntado ella con la más seductora de sus sonrisas – Tío, no debes privarnos de tu presencia.

Déjame solo – fue su única respuesta, visiblemente molesto por la joven quien, él sabía bien, había causado el sufrimiento de la persona que él más quería, en incontables ocasiones. Él se había lamentado siempre el no haber podido salvar a Candy de todas las humillaciones que ella había sufrido en su infancia y adolescencia por causa del inexplicable odio que los Leagan le profesaban.

No deberías de ser tan tímido – murmuró ella ignorando sus palabras y acercándose al hombre con movimientos estudiados.

Es tan apuesto – pensó ella – me pregunto los prohibidos placeres que una mujer puede experimentar en la cama de un hombre como él, tan fuerte y misterioso. Si solamente pudiese hacerle caer con mis encantos . . . . Entonces, yo sería la dichosa Sra. De William Albert Andley, esposa de uno de los hombres más ricos del país, y podría también lograr mi dulce venganza en Candy, por todas las cosas que la maldita nos ha hecho pasar a mi y a mi hermano. Eso sería maravilloso.

Yo podría hacerte compañía del modo en que Candy solía hacerlo – murmuró ella seductoramente y después de una breve pausa añadió con tono insinuante – Yo podría hacerte compañía de una forma en que ella nunca sería capaz, como solamente una mujer de verdad puede hacerlo.

Albert volvió el rostro para mirar a la joven en frente de él. En sus ojos celestes se podía leer

una mezcla de incredulidad y desdén.

Pretenderé que no escuché tus insinuaciones – dijo él con disgusto – no tienes idea, Eliza, cuánto desprecia mi corazón a la gente de tu clase.

Candy Candy [Reencuentro en el Vortice]Where stories live. Discover now