La libertad tiene un precio, un precio que sin duda, Arquímedes y yo pagamos. Ese costo significó grandes cambios en nuestras vidas, cambios drásticos, pero placenteros para ambos. Ese día, cuando nos entregamos como dos almas libres, fue el día en donde comenzamos a ser felices, felices verdaderamente. Claro está, la felicidad no es un estado permanente, la felicidad solo ocurre por momentos, pero sin duda ambos teníamos muchos de ellos, así como días de tristeza, días en donde no queríamos saber del uno al otro, en donde yo solo quería estrangularlo y caerle a golpes, pero siempre lográbamos convertir esos días de lluvia en una tormenta de placer. Sí, joder, puro deseo y placer... Porque eso jamás lo perdimos, jamás perdimos las ganas del uno al otro, por más enojados que estuviéramos. No importaba cuán afligidos estuviéramos, cuán enojados, cuán cansados, siempre, siempre, estábamos listos para fundirnos como hierro en calor, para unir nuestros cuerpos y demostrarnos cuán grande era la necesidad de estar juntos, de sentir que nuestros cuerpos vibraran de placer, de sentir que no había otro hogar como el de nuestros cuerpos mismos. Ambos aprendimos que hogar no es la construcción, sino un mero sentimiento de sentir que pertenecemos a un lugar, y sin duda, nuestro hogar lo encontramos fundiéndonos el uno al otro.Las cosas en un principio no fueron fáciles, pero de eso ambos estábamos conscientes, sabíamos que no iban a serlo, en cambio no nos importó, pues estábamos dispuestos a buscar nuestra propia libertad.
Diría que para Arquímedes fueron más complicadas que para mí, pues él lo dejó todo; perdió su vida como un millonario empresario, perdió sus lujos, pero si hay algo que verdaderamente sufrió por perder, fue a su familia. Su corazón pasó de ser frío a un corazón derretido, sufrido, un corazón capaz de amar con libertad, fue capaz de abrirlo y expresar libremente sus sentimientos, sin miedo, sin fronteras, sin nada que no se lo permitiera, y eso nos permitía amarnos, amarnos sin miedo a nada ni nadie... Pero cada vez que expresaba cómo se sentía por su familia, cada vez que lloraba en mi regazo, cada vez que se levantaba por la madrugada bañado en sudor y con su respiración agitada, cada vez que miraba su teléfono para ver si recibía una llamada de su padre, cada vez que lo veía sumergido en sus pensamientos y una lágrima rodaba por su mejilla, joder... Mi corazón se comprimía y su dolor era mi dolor, no aguantaba verlo tan vulnerable, no aguantaba verlo sufrir por la ausencia de su familia. El día en que ambos le entregamos la empresa a su padre, ese día su corazón sufrió otro desgarre, sufrió el rechazo de su progenitor, de esa persona que fue su ejemplo a seguir durante años, que le dio tanto amor, y al final terminó sacándolo de su vida como si de una bolsa desechable se tratase. Jamás olvidaré el rostro de Arquímedes, cuando ese señor, su padre, dijo: -Nunca debí entregarte mi empresa, nunca debí confiar en alguien como tú, en alguien que ya no merece siquiera ser mi hijo-. La firma de ese documento, la firma en donde le devolvíamos su empresa, fue la renuncia a su familia, la renuncia a todo aquello que un día llamó hogar. Con su mandíbula apretada, los ojos vidriosos y enrojecidos, Arquímedes tomó mi mano y ambos salimos de esa oficina, dejando todo aquello que él decidió dejar por mí. No me sentía mal por ello, me sentía mal por las consecuencias que ese acto trajo consigo. Él se quedó sin nada, pero cada vez que Arquímedes decía:-¿Cómo no escogerte a ti, si entre tanto que tenía me di cuenta que sin ti no tenía nada?-Esas palabras eran suficiente para mí, eran el motivo por el cual estaba eternamente agradecida porque él lo dejó todo por mí, y yo estaba dispuesta a continuar a su lado, sin importar que no teníamos nada, solo unos ahorros en mi cuenta bancaria, un apartamento que vendimos al poco tiempo, y nuestro amor.
Sí, lamentablemente el amor no lo es todo, también necesitábamos dinero, pero no nos lamentábamos por eso, simplemente buscábamos la forma de seguir, de ayudarnos. Mis ahorros al poco tiempo desaparecieron y las cosas se tornaron apretadas, difíciles. Habíamos rentado un apartamento, que más bien parecía una bodega hecha con ladrillos y muy mal cuidada. La renta era barata, así que no podíamos exigir demasiado. La cara de Arquímedes cuando examinó el apartamento me resultó sumamente graciosa; frunció su nariz con asco, pues todo olía a humedad y a cucarachas.
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•Un amor irreversible•
RomanceCada arruga que mis manos poseen me recuerda los trazos de un amor que nació por la fuerza del destino. Un amor que me subió, me elevó hasta lo más alto del placer, y así mismo me desplomó. ¿Y si te digo que ese desplomo solo fue la fuerza del desti...