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Ver llegar el año nuevo fue una pesadilla

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Ver llegar el año nuevo fue una pesadilla. Los recuerdos de noches más cálidas y alegres le estropearon la celebración. Supo, sin embargo, fundirse entre la multitud, y se dejó contagiar, en cierto grado, la alegría de los demás, puesto que se resignó a jamás experimentar lo que ellos sentían.

Estaba lastimado, cansado, sediento y hambriento. Trataba de no pensar, de no imaginar nada, de no creer nada. Se había dado por vencido, había aceptado su soledad. No obstante, esto no le impidió que siguiera adelante. Así que, una vez pasadas las celebraciones, se mentalizó en conseguir un empleo. El engaño que había sufrido le dio la fuerza suficiente para seguir adelante.

Por supuesto no fue una cosa fácil. Primero, estaba el asunto de su apariencia, pero más grave que esto era el no tener papeles, ni constancias que dieran cuenta de su identidad. Seguía sin saber si Luneth era su verdadero nombre, y no tenía la menor idea de cuáles eran sus apellidos, dónde y cuándo había nacido... Pero esto poco le importó al hombre que lo contrató. Un hombre que ya rosaba los sesenta años, de aspecto cansado y desaliñado que sólo necesitaba que alguien hiciera el trabajo pesado —y sucio— por él.

Aparte del salario, que en realidad era muy poco, le proporcionó un lugar donde dormir y dos comidas al día. Esta estabilidad fue lo que convenció a Luneth de tomar el trabajo aun cuando prácticamente consistía en limpiar excrementos. Sin papeles ni experiencia, no podía optar por nada mejor. Pero a pesar del olor y las tristes condiciones laborales, Luneth estaba a gusto. Pensaba mucho en Milo pero se obligaba a tener recuerdos felices de esos días en que apenas podía permanecer el uno lejos del otro, esos días cuando apenas y se vestían. Alejaba estos recuerdos cuando su pecho era azotado por esa insoportable sensación de añoranza, sabía que si la dejaba crecer, sólo era cuestión de tiempo para que saliera a buscarlo.

Hubo un tiempo en que ya no supo que era lo que sentía por Milo, o qué fue lo que sintió, la única certeza que albergaba era que fue precisamente esta experiencia la que lo había hecho cambiar de manera tan abrupta. Había estado a punto de dejarse morir, la vida le parecía monótona y sin sentido, simplemente no valía la pena; pero ahora, a pesar de las dificultades, estaba dispuesto a seguir adelante. Y esta vez saldría adelante por él. No valía la pena hacer las cosas por alguien más, si no salían de sí mismo, entonces sólo era cuestión de tiempo antes de que se diera por vencido.

Y lo menos que quería era volver a su vida de antes. Primero había dependido de su madre, luego del Sr. Joe, y cuando ambos dejaron de existir prácticamente él también lo hizo. Luego conoció a Milo y esa llama casi extinta comenzó arder, y ¿para qué? Para luego casi desaparecer. Pero ahora las luces que alumbraban el camino que tan torpemente transitaba brillaban gracias a él y sólo para él.

No podía afirmar, sin embargo, que era completamente feliz. Felicidad para él fue esa que le había regalado su madre aun cuando había días que la comida no llegaba a su boca, o que su piel no era abrigada. Una felicidad bastante similar le regaló el Sr. Joe cuando comenzó a tratarlo con amabilidad, cuando le enseñó a leer y a escribir. Con Milo lo que había sentido fue totalmente diferente a lo experimentado hasta el momento, pero sí, fue tan feliz como jamás habría esperado.

Frío DiciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora