21/marzo/2016

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    Hoy es un día especial aquí, en Sondonada, hoy conmemoramos el día en que nuestros padres descubrieron estas tierras y fundaron el pueblo. La tradición es que este día todos salimos a la calle a celebrar, compartiendo cada quien lo que tiene con los demás. Esto lo hacemos para recordar el propósito por el cual estamos aquí, que es el de tener un refugio en el cual todos podamos vivir juntos como una sola familia. Hoy es aún más especial, pues se celebran cien años exactos de la fundación del pueblo.
     Recuerdo cuando era niño la fiesta parecía más divertida. Todos los niños del pueblo salíamos a jugar, haciendo así ruedas inmensas. Ese día no nos importaba nada más, no había escuela, no había trabajo, todos, desde el más chico hasta el más viejo, estaban celebrando y compartiendo.
Mas con el pasar de los años la celebración ha ido cambiando (o tal vez sea yo quien ha cambiado). Ya casi nadie sale a celebrar; muchos trabajan como en cualquier día. Solo unos pocos salen de sus casas a compartir lo que tienen y de los pocos que celebran casi ninguno recuerda la verdadera razón de la fiesta.
     Es mi costumbre todos los años, salir al balcón de mi casa este día a observar las celebraciones. Casi siempre salgo con mi armónica y toco algunas canciones, y les puedo decir con certeza que este ha sido el peor de los años. Hoy, cuando se celebra el centenario de la fundación del pueblo, la calle está prácticamente desierta, excepto por una silueta que diviso, muy a lo lejos. Por primera vez, en los diecisiete años que llevo haciendo esto, me encontré tocando una canción triste en mi armónica. Las calles que una vez estuvieron llenas y activas, ahora estaban vacías. Los vecinos que antes saludaban y reían, ahora ni buenos días decían; y los jardines que antes nos llenaban de alegría, ahora pasan grises todo el día.
     Cuando desperté de este trance, levanté mi vista, mire al horizonte y me percaté que la silueta venía hacía mi. Cuando estuvo cerca reconocí que era mi amigo de toda la vida, Albert Grunwald.
     Lo noté algo raro pero no le dije nada. Le pregunté que le traía por aquí a lo que respondió:
     -¿Recuerdas que día es hoy? Extraño los buenos tiempos. -dijo con los ojos aguados.
     Entonces le invité a entrar y tomarse un té.
     Conversamos un rato en la sala, pero rápido regresamos al balcón.
     -¿Recuerdas cuando corríamos por toda esta planicie?
     -Si -me dijo, mientras una sonrisa surgía en su rostro.- Que mucho han cambiado las cosas.
     -No sólo han cambiado las cosas, sino que nosotros también.
      Y allí estuvimos un rato, recordando, cantando y observando.
      Cuando Albert ya se iba, se levantó, me dio las gracias y cuando se iba a despedir, me dio un abrazo y me susurró al oído:
     -Los peregrinos dicen que si no les dejan ir por las buenas, entonces se irán por las malas.

DestinoWhere stories live. Discover now