Capítulo tres.

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- ¿Cómo te vas a acordar, si anoche venías tan borracho que hasta te costaba vocalizar?. - gritó mi madre, visiblemente enfadada.

Me removí en las sábanas, sin entender muy bien qué pasaba.

- ¡Me tienes hasta los cojones!. -

Esa voz hizo que abriese los ojos como platos.

Era mi padre. Ese hombre al que llevaba meses odiando por el infierno que nos estaba haciendo vivir.

Sentí una oleada de miedo recorrerme todo el cuerpo, y me incorporé de inmediato.

Miré alrededor de mi habitación.

Pero... ¿Qué hora era?.

Pulsé el botón de desbloqueo del móvil, las 5:02 a.m.

Ambos se habían levantado para acudir a sus respectivos trabajos, y ya estaban discutiendo, como siempre.

Me daban asco. Los dos. Él, por ser el causante de todo. Ella, por aguantarlo, y obligarme por ello a aguantarlo a mí.

No soportaba más la situación. Era lo único en lo que pensaba todo el día, y me estaba consumiendo.

Tenía miedo de estar en casa, porque no sabía en qué momento podrían empezar los gritos y los golpes a los muebles y paredes - que normalmente sufrían las consecuencias de la furia del que se hacía llamar mi padre - .

Me importaba una mierda lo que le hubiese llevado a esa situación, pero refugiarte en el alcohol para amargar la vida a la gente que te rodea, es de ser un miserable.

Al menos, así es como yo lo consideraba.

Si de por sí era un hombre agresivo, la bebida solo lo acentuaba, y yo no conseguía sacar de mi mente el pensamiento de hasta dónde podría ser capaz de llegar.

¿Se atrevería a tocar a mi madre?

¿A mí?.

No lo había hecho, pero yo ya me esperaba cualquier cosa.

Me levanté, cogí a Badi en brazos, y salí de la habitación.

Pasé sigilosamente por delante de la puerta de la cocina, intentando hacer el menor ruido posible, para que no me escuchasen, y salí por la puerta principal.

Me fui a la parte de atrás de la casa, y me senté en un pequeño trozo de hierba que había.

No pude contener unas cuantas lagrimas de impotencia.

Estaba sentada a modo de indio, y abracé fuerte a Badi entre mis piernas, hundiendo mi nariz en la parte superior de su cabeza.

No sentí frío, a pesar de las horas, y de que afuera estaba refrescando.

Pero tampoco es que pudiese sentir nada.

Juro que ya no sabía qué hacer.

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- Tienes mala cara, ¿Estás bien?. - me preguntó May, preocupada, cuando me vio llegar a la puerta del instituto, acompañada de Dani.

A él no le había comentado nada. No quería comerles la cabeza con mis problemas a diario, solo con vivirlo yo, tenía suficiente. No había necesidad ninguna de amargarles a ellos.

Sonreí sin ganas.

- No, cielo. Es que me he desvelado pronto, y no he podido volverme a dormir. - resoplé mientras me frotaba los ojos con ambas manos. - Qué coñazo tío, estoy muertísima. - intenté desviar el tema como pude.

«Distancias relativas.» - Jesús y Tú. - Gemeliers.Where stories live. Discover now