Cap. 23 - Señor Tazón de Cereal

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Fue cuando encontré un viejo recuerdo, tal vez una imagen que había encontrado en un libro.

–Es un cetro –dije–. No puedo recordar que dios lo tenía, pero el báculo de tres cabezas era su símbolo. Él era... griego, eso creo, pero estaba en algún lugar de Egipto...

–Alejandría –dijo Sadie.

La miré fijamente.

– ¿Cómo es que lo sabes?

–Bueno, lo acepto. No soy un sabiondo de la historia como mi hermano, pero yo he visitado Alejandría. Me acuerdo de que era la ciudad capital cuando los griegos controlaban Egipto. ¿Alejandro Magno, verdad?

Asentí. Ary me había hablado un poco de eso, de los que estaba investigando por su cuenta.

–Correcto. Alejandro conquistó Egipto –dije-. Después de su muerte, su general Ptolomeo tomo el control. Quería que los egipcios lo aceptaran como su faraón; así que mezclo a los dioses egipcios y a los dioses griegos para crear nuevas deidades.

–Suena como todo un problema –dijo Sadie–. Prefiero a los dioses por separado.

–Pero había un dios en particular... no puedo recordar su nombre. La criatura de tres cabezas en la punta de su cetro...

–Un cetro bastante grande –notó Sadie–. No tengo ganas de encontrarme con el tipo que pueda cargar con él.

–Oh, dioses. ¡Eso es! El báculo no solo está buscando reconstruirse, también está tratando de encontrar a su dueño.

Ella frunció el ceño.

–No estoy a favor de que todo esto esté pasando de verdad. Necesitamos asegurarnos...

El perro monstruo dio un aullido y las cuerdas mágicas se reventaron como una granada, regando la playa con metralla dorada. La explosión lanzó a Sadie a través de las dunas como si fuera hierba seca. En cambio, yo me estrellé contra el camión de helado. Mis brazos se volvieron como de plomo y todo el aire se escapó de mis pulmones.

Si el perro bestia hubiera querido matarme, fácilmente lo habría hecho. En vez de eso, se dirigió tierra adentro entre la maleza. Busqué de manera instintiva un arma. Mis dedos se cerraron alrededor de la varita curva de Sadie. El dolor me hizo gritar, el marfil quemaba como hielo seco; trate de soltarlo pero mi mano parecía no obedecerme. Mientras lo veía, la varita comenzó a humear, cambiando de forma hasta que me di cuenta que tenía en la mano una daga de bronce celestial.

No me atreví a quitar la mirada de la daga y fue cuando escuché un quejido en una de las dunas cercanas.

– ¡Sadie! –salí disparado en su ayuda, pero cuando llegué con la maga, Sadie estaba sentada, escupiendo la arena que tenía en la boca. Tenía unos trozos de algas en el cabello, y su mochila se encontraba enredada en una de sus botas de combate; pero parecía más molesta que herida.

– ¡Estúpido Fido! –chilló–. ¡No habrá croquetas para él!

Pero luego se concentró en la daga.

– ¿Dónde conseguiste eso?

–Ah... es tu varita –le expliqué–. La tome sin pensarlo y... no lo sé. Comenzó a cambiar hasta que se volvió una clase de arma que he aprendido a usar.

–Huh. Bueno, parece que los objetos mágicos tienen alguna clase de mente. Quédatela, tengo muchas más en casa. Ahora ¿hacia dónde fue Fido?

–Hacia allá –apunté la dirección hacia donde "Fido" había ido.

Sadie miró tierra adentro, sus ojos se ensancharon.

–Oh... si. Se dirigió hacia la tormenta, eso es nuevo.

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⏰ Última actualización: Mar 05, 2016 ⏰

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La hija de semidioses (Percy Jackson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora