"La Hija de la Perra"

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En el pueblo de nuestra historia, un apuesto joven y una muchacha encantadora del lugar se enamoraron locamente, y luego, con el tiempo, se casaron. Tras el matrimonio iniciaron los problemas, pues la esposa no cedió desde el primer momento a las exigencias amorosas que en la vida íntima le hacía su esposo, movida quizás por la falta de orientación de sus padres en lo concerniente a las relaciones sexuales. La vida se fue agudizando en aquel matrimonio porque la muchacha no cedía en ningún momento, a pesar de las caricias y ternura que le prodigaba el esposo anhelante y desesperado. Transcurría el tiempo y él, valiéndose de los ardides masculinos, fracasaba en sus intentos. La invitaba al lugar donde trabajaba, pero aún fuera de la casa siempre se negaba a las insinuaciones amorosas de su marido.

El muchacho tenía una perra, que fiel con su amo lo acompañaba por todas partes, en las mañanas, las tardes y las noches. Un día, impulsado por la necesidad biológica, en un acto desesperado, tuvo relaciones sexuales con la perra. Transcurrió el tiempo y el mozo siguió practicando las relaciones contranaturales. Pasaron los meses y, a pesar de la anormalidad de los sucesos y de la intranquilidad hogareña, los jóvenes esposos seguían amándose a su manera.

Una tarde, mientras la pareja paseaba por el campo, la madre del muchacho, que estaba ocupada en la cocina, escuchó con sorpresa que debajo de la cama de los jóvenes esposos lloraba un niño. El estupor llenó el corazón de la noble anciana cuando vio que la perra envolvía con una de sus patas a una recién nacida, lamiéndola y arrullándola mimosamente. La buena señora, después del gran susto, cubrió la niña con una sábana blanca y la depositó en la cama que se encontraba vacía. Cuando llegó la pareja, sin salir aún de su sorpresa, la anciana les contó lo ocurrido.

-¡Casi me muero cuando vi que la perra había parido esa niña! ¡No puedo explicarme ese fenómeno!

El muchacho, agobiado por el peso de las circunstancias, bajó la cabeza avergonzado. Sin decir nada encaminó sus pasos hacia la iglesia del pueblo para confesar su culpa. El sacerdote, al escuchar la extraña confesión, manifestó: «Hijo mío, grande es tu pecado. Ve a tu casa y trae a tu esposa, que tengo algo que decirle». Al comparecer la muchacha ante el sacerdote, éste la contempló detenidamente con el rostro severamente contraído, y dijo: «Mujer, tú tienes que cargar con parte de esta terrible culpa, porque esto ha sucedido al no complacer los deseos legítimos de tu esposo. Esto es un castigo divino..., ahí está esa criatura... ¡llévatela! Es tuya y tienes que quererla y cuidarla como si fuera el fruto de tus entrañas».

Pasaron los años, los verdes parajes seguían mostrando la opulencia natural y las campiñas se revestían de singular policromía. Nada parecía recordar el extraño suceso que llenó de consternación a los personajes de nuestra historia. La niña se convirtió en una hermosa mujer, con la belleza sumisa y agreste de la hembra del campo. Muchos hombres la enamoraban insistentemente, pero ella ya tenía novio, al que amaba profundamente y con el que pronto se casaría.

Cierto día un joven campesino se encaminaba hacia la casa de su novia para visitarla. Una vecina dada al chisme y acostumbrada a meterse en lo que no le importaba, lo llamó:

-Hijo, ven acá.

-¿Qué desea, doña?

-Sólo quiero preguntarte una cosa.

-Pregunte pues.

-¿Es cierto que te vas a casar con aquella muchacha bonita que vive en la otra casa?

-Sí, es cierto.

-Pues te aconsejo que no lo hagas.

-¿Por qué?

La mujer tardó intencionalmente en proporcionar la respuesta al apuesto joven, y luego destiló el veneno:

-¡Porque esa muchacha es HIJA DE UNA PERRA!

Vamos Lee!! (Terror En Lectura)Where stories live. Discover now