Prólogo

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Máscaras, risas, copas y música.

Sólo podía divisar el celeste del vestido de la dama más hermosa del salón, que relucía cual estrella entre la multitud. No estaba del todo segura si era el encanto de su mirada, o lo bailarines que eran sus rizos dorados los que le daban un toque de jovialidad a su rostro; quizás se trataba simplemente de que era su madre. Sea cual fuere la razón, no podía apartar sus ojos de ella. Sin embargo, por un instante la perdió de vista entre la multitud que danzaba al compás de los violines, quedándose sin más remedio que pararse de puntillitas para encontrarla.

—¿Buscas a alguien, Geneviève cariño?

Miró hacia arriba y se topó con los cálidos ojos de su abuela Emilie, tan dulzona y comprensiva como siempre.

—Al rato volverán, no te preocupes. —La mujer se sentó a su lado en tanto que acomodaba unos mechones a su tocado. La pequeña Jennifer quedó medianamente satisfecha con su respuesta, por lo que se dedicó a observarla minuciosamente.

—Abuela, ¿qué es eso que brilla tanto en tu cuello?

—¿Esto? —tocó el corazón de cristal que colgaba de su garganta, sonriendo tiernamente—. Es toda una preciosura, ¿cierto?

La niña asintió con vitalidad.

—Es un regalo que me dio tu abuelo cuando cumplí dieciocho. —Jennifer abrió los ojos con genuina sorpresa ante la revelación—. Oh, sí..., ya debíamos conocernos para aquel entonces. Y el obsequio no vino solo, estaba acompañado de algo más.

—¿De qué? —preguntó su nieta moviendo los rizos negros—. Abuela, ¿de qué vino acompañado?

Emilie rio ante la impaciencia de la pequeña.

—Una historia muy linda. ¿La quieres escuchar?

—Sí, cuéntamela por favor.

—Con una condición.

—¿Cuál?

—Que bailemos juntas después, ¿qué dices? —preguntó y Jennifer hizo una mueca graciosa con la nariz. Luego, resignada, suspiró.

—Está bien, ¡pero cuéntame ya!

—Tan impaciente como tu padre —exclamó risueña la mujer—. Esos ojos grises, saltones y curiosos no pueden ser más que herencia de él —comentó acariciándole la mejilla.

—Abuela... ¡La historia! —urgió la niña.

—¡Claro, la historia! —imitó Emilie a Jennifer.

»Fue una preciosa velada, yo diría que inolvidable... Mientras tu abuelo ponía el collar en mi cuello, me contó que este hermoso corazón había pertenecido a una joven de rizos como la noche y ojos celestes como las perlas.

—¡Como yo! —exclamó la pequeña—. Pero, abuela, yo no he visto perlas celestes, ¡son blancas!

—Y yo tampoco he visto ojos blancos, querida. ¿Me dejas continuar? —preguntó. La pequeña asintió con un leve rubor en las mejillas—. Bien...

»Mucho tiempo atrás, el hijo de un acaudalado hombre se enamoró de la hija de su ama de llaves. No era un amor prohibido del todo porque la madre del joven gustaba de la muchacha, pero ante la gente, ellos pertenecían a mundos distintos.

—¿Como los extraterrestres? —interrumpió la niña.

—No tan distintos —rio Emilie—. Tu imaginación es sublime, Gene. ¿En qué nos quedamos? Ah, sí, la diferencia entre ambos.

»El joven enamorado recibió este collar de manos de su madre. Para él tenía un gran valor ya que representaba el amor de sus padres, así que cuando la damisela cumplió los dieciocho años —tal como yo—, se lo regaló. Era tanto su afecto por ella que no dudó en entregárselo como prueba de sus sentimientos. Aquel gesto iba más allá de lo que el costoso dije podía aparentar. Era el significado de este corazón: la promesa de amor que le hizo a su amada por la eternidad; de quererla y protegerla ante la adversidad y el bienestar; ser su sombra y su luz; ser el inicio y el final de su camino.

—¿Como lo que dicen en las bodas? —Volvió a preguntar la pequeña Jennifer.

—Sí, como un voto de amor.

—¿Entonces se casaron?

—No. Por desgracia, el joven murió poco tiempo después de la promesa hecha ante su amada. Todo parecía ir viento en popa para los dos, pero la guerra llegó a la villa y él murió en la batalla. La historia dice que ella lo recibió entre sus brazos, y en su regazo dio el último suspiro.

—Es una historia muy triste para un collar tan bonito —reprochó la niña con ojos acuosos.

—Sí, no todas las historias tienen un final feliz. Sin embargo, el amor de aquellos dos superaba el miedo a la sociedad y sus prejuicios. Según lo que me dijo tu abuelo, este collar se extravió durante un tiempo, hasta que llegó a las manos de su madre y posteriormente, a las de él. Y es así como yo lo obtuve...

—¿Y se lo darás a mi papá? —preguntó Jennifer con la ilusión plasmada en la mirada.

—Claro que sí, Gene. Y estoy segura que llegará a ti.

Jennifer dedicó una gran sonrisa a su abuela y la tomó de la mano, sorprendiéndola.

—Vamos a bailar, abuela.

EscalofrianteWhere stories live. Discover now